Ana María, Luisa, Carmen, Aura y Concepción, diferentes
edades, diferentes acentos, sin embargo, historias muy
similares. Desde muy jóvenes amarraron sus vidas y sueños al
bananal, recorriendo el mismo camino de miles de mujeres y
hombres de la Patria Grande, que desde hace más de un siglo
endulzan los paladares de Europa y Estados Unidos. Para ellas,
sin embargo, la fruta no ha sido tan dulce. Muchas cuentas de
su rosario son amargas. Pero en muchas otras hay esperanza...
y en todas está presente la lucha. Ha sido su capacidad de
lucha precisamente la que las ha preservado, la que las ha
rescatado de la amargura y el dolor y la que nos las presenta
hoy optimistas, pese a todo.
La siguiente “conversación” se construyó a partir de las
vivencias de trabajadoras bananeras contenidas en historias de
vida presentadas al concurso organizado por la Secretaría de
la Mujer de la Coordinadora de Sindicatos y la Asociación
Servicios de Promoción Laboral –ASEPROLA– en 2001. Estas
vivencias fueron enviadas desde distintos países
centroamericanos donde se produce y exporta bananos.
“Poseen la extraña
manía de creer en la vida”
(Milton Nascimento)
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¿Por qué se hicieron obreras bananeras?
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CONCEPCIÓN:
Bueno, llegué al sector bananero con el interés de tener un empleo,
ya que tenía dos hijas sin padres y, usted sabe, hay que trabajar
para criar los hijos. Busqué este sector porque me gustaba y quería
conocer y saber sobre el mismo trabajo de mi mamá, pues ella murió
siendo trabajadora de una finca llamada "El Relámpago". Mi mamá
murió de una enfermedad que contrajo en la finca. Llegué a las
bananeras en busca de una vida mejor, porque siempre está esa fama
de que en las bananeras se gana bien y que a uno le dan casa y otras
cosas.
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¿Cuáles son los problemas principales en el trabajo?
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ANA MARÍA:
El acoso sexual es un problema de siempre. Recuerdo que yo comencé
con un grupo de catorce compañeras muy bonitas, algunas de las
cuales con tal de quedarse trabajando, se dejaban manosear por los
jefes.Yo buscaba la amistad de algunos muchachos para que me
enseñaran a empacar, pues me decían que si aprendía a empacar y a
seleccionar gajos me iban a dejar laborando.
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AURA:
A mi también me pasó algo de eso. A los seis meses en la finca, un
mayordomo me perseguió. Ese mayordomo intentó agarrarme a la fuerza
una noche de limpieza; me mandó a decir con una compañera de trabajo
a la que había hecho su querida, que si no me dejaba de él no
trabajaba al día siguiente. A la hora del almuerzo me dijo: “no te
hagás la babosa porque vos sabés lo que te mandé a decir”. Yo
le respondí que no había venido a buscar hombre, si no un trabajo.
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CARMEN:
Otros problemas son la inestabilidad, las represalias y las
enfermedades por causa de los agroquímicos. En mi experiencia hubo
administradores que cuando les caía mal un trabajador o trabajadora,
lo hostigaban. A mi me pasó eso, trabajé cuatro años aguantando
ejecutivos, quienes me llamaban a la oficina, querían amonestarme, y
por nada se reían de mí, o me cambiaban de labor.
Recuerdo que por culpa del agua con químicos se me pelaban e
hinchaban los pies, y no podía ir al hospital porque decían que era
nueva. Después de seis meses de trabajar no tenía derechos, solo los
tenía el personal. Solamente la almohada sabía mi sufrimiento
aguantando las cosas injustas; no tenía derecho de buscar el
representante del sindicato que había en la planta.
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CONCEPCIÓN:
Uno de los problemas más graves es que el trabajo en las bananeras
esclaviza, ya que laboramos 12 horas diarias o más. Eso implica que
casi no convivimos con nuestra familia, y nuestros hijos quedan al
cuidado de hermanos, tíos o abuelos. Las que no tienen familia, sus
hijos quedan solos, ya que la mayoría de las mujeres somos padre y
madre para nuestros hijos.
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¿Cómo han sido sus vidas de pareja y en el hogar?
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LUISA:
Me junté con mi tercer marido con quien tengo un hijo, con el cual
se hacen seis. A pesar de que tenía cinco mi pareja ha sido
responsable, ya que me ha ayudado a mantenerlos desde que eran unos
niños, quienes con todo respeto hoy le dicen papá.
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AURA:
La mayor parte de la familia ha crecido, el trabajo doméstico es
compartido mientras unos planchan su ropa, otros hacen su cama y
otros barren. No hay diferencia entre varones y mujeres, ya que
desde que empecé a tener hijos recibía seminarios en cuanto a género
por el comité femenino y esto me ha servido en gran manera pues, en
especial los varones, no ven la diferencia entre lavar un plato o
botar un palo, así como también estudiar.
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LUISA:
De 13 años fui a la escuela, solo pude llegar hasta cuarto grado.
Pensando siempre en los bajos recursos económicos de mi familia, no
seguí estudiando, me dediqué a trabajar y con mala suerte porque me
enamoré de mi primer marido a la edad de 18 años y éste me dejó con
dos hijas, una nacida y otra en la barriga. Desde ese momento
comencé a trabajar más de lo acostumbrado para poder seguir adelante
y mantener a mis hijas para que no les faltara nada.
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CARMEN:
A los nueve meses de embarazo tuve una niña, que fue rechazada por
mi familia y por el padre, porque yo me quedé embarazada y él
desapareció. Ella es hoy mi adoración. Después mi madre y mi familia
me perdonaron y yo seguí trabajando.
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ANA MARÍA:
A los años de estar trabajando me casé y empecé a madurar como
mujer, como amiga, como compañera de trabajo y como esposa. Luego de
que me casé madrugaba para hacer el desayuno y el almuerzo,
despachaba a mi esposo al trabajo y luego tenía que irme también al
mío. Después vinieron los hijos, que tenía que ir a dejarlos donde
me los cuidaban. Cuando regresaba de mi trabajo, pasaba recogiendo a
mis hijos, luego hacer la cena, acostaba a los niños y me ponía a
lavar ropa. Después dejaba aseada la cocina; a todo esto eran las
diez de la noche. Me acostaba cuando ya todo el mundo estaba
durmiendo.
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¿Cómo empezaron a participar en la organización sindical?
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CONCEPCIÓN:
Pasados los dos meses de prueba recuerdo que una dirigente sindical
se acercó y comenzó a hablarme de las bondades del sindicato,
invitándome a que me afiliara. En ese momento no sabía cuáles eran
los fines de las organizaciones obreras, rechacé de plano esa
propuesta manifestándole que yo había sido contratada por la
empresa, no por el sindicato, por lo cual no tenía el menor interés
de incorporarme. Un día, seis meses después de estar trabajando,
pasé frente al salón de usos múltiples de la finca en que laboraba y
vi a un grupo de trabajadores reunidos, entre los cuales se
encontraba la dirigente sindical que me había invitado a afiliarme.
Estaban dando unos cursos y eso sí me interesó. Como para poder
recibirlos había que afiliarse, yo lo hice. Así fue como entré,
luego me fui metiendo cada vez más.
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CARMEN:
Desde 1974 me afilié al sindicato a raíz de las violaciones en la
empresa. En ese tiempo una mujer era la secretaria general, sólo
ella manejaba la política y eso me motivó para apoyarla ya que a
veces los varones la humillaban por ser mujer.
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¿Cuáles de las luchas en que han participado las han impactado más y
por qué?
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AURA:
En el año 1990 participé en una lucha de 42 días, siempre por
abusos en la empresa, ya que pretendía la disolución del sindicato.
La participación que tuve fue de ir a sacar a los que querían
trabajar, gente a la que la empresa les pagaba para que disolvieran
el movimiento. Nos íbamos a la empacadora a vigilarlos, formábamos
comités de huelga, comités de vigilancia, los cuales eran rotados.
El objetivo de esta lucha era ponerle fin a los abusos de la empresa
de no querer negociar con el sindicato. Entre los logros, hubo más
respeto a la organización y se conquistó un reajuste salarial y la
unidad de los trabajadores, aunque con obstáculos. En ese entonces
el presidente de la república nos militarizó por quince días
llegando los soldados a romper las banderas.
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CONCEPCIÓN:
Participé en otra lucha en 1993. La empresa pretendía deshacerse del
ramal de Chamelecón y de los departamentos de mecánica. La lucha que
más me impacto fue una toma de carretera en la que tuve
participación en el año de 1994 y el gobierno, que en ese entonces
era presidido por el doctor Carlos Roberto Reina, nos envió un
pelotón de soldados para impedir que se tomaran las carreteras en la
ciudad de La Lima. Los soldados nos lanzaron bombas lacrimógenas,
las que se nos enredaban en el pelo, nos disparaban para reducirnos
e hirieron a varios compañeros. Una de mis compañeras cayó a mis
pies con sus piernas quebradas; yo me salvé de milagro. Esto me daba
más ánimos para seguir en la lucha; mis hijos también me daban
fuerza aunque mi madre me regañaba. En lo laboral me gané el apoyo
de mis compañeros y, porque no decirlo, hasta de algunos jefes, pues
aunque eran administradores decían que esos movimientos eran justos.
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ANA MARÍA:
Lo que más me ha impactado fue un hecho repugnante, propio de los
peores años del enfrentamiento armado, una situación que creíamos
superada. La compañía azuzó contra el sindicato a grupos de gente no
bananera y con matones asaltaron el local, obligando a los
dirigentes a renunciar. En esas condiciones tuve que asumir con
otras compañeras la defensa del sindicato, que logramos sacarlo
adelante. Fue tan dura la situación que me acometieron muchas dudas,
hubo incluso momentos en que me pregunté si realmente valía la pena
seguir luchando por mantener viva a nuestra organización. Yo
pensaba, sin embargo en tanta gente que, si se perdía el contrato
colectivo iban a quedar al garete.
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¿Cuáles de sueños se cumplieron y cuáles no? ¿Cómo ven su futuro?
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CARMEN:
De joven soñé con estudios pero mi padre era un alcohólico y mi
madre tenía que lavar y planchar para mantenernos. Soñaba con
casarme con alguien diferente a mi papá, y de algún modo mis sueños
eran parecidos a los de mi madre y mis hermanos. Soñaba con trabajar
primero y después casarme, a diferencia de mis dos hermanas que se
fueron con sus novios a los 15 y 16 años.
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LUISA:
Mis sueños de niña eran estudiar, graduarme, trabajar, casarme,
tener hijos y educarlos. Esos eran mis sueños de niña. Mis sueños de
joven: trabajar, ayudar a mi familia, a mi esposo. Mis sueños de
adulta: esperanzas de pensionarme, tener mi casa, ver todos mis
hijos grandes y tener nietos. Esos sueños se parecen a los de mi
madre, porque ella también quería vernos crecer y estudiar y que le
echáramos para adelante. Como todo en la vida, mis sueños se
quedaron a medio camino; puedo decir que los que más quería, no se
cumplieron.
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AURA:
Yo siempre he buscado la superación personal, el crecimiento como
ser humano. En un viaje a Costa Rica para participar en un evento
educativo sindical, conviví dos semanas con compañeros sindicalistas
que tenían una formación profesional y que me hicieron comprender la
imperiosa necesidad de seguir estudiando, ya no por mí solamente,
sino por todos aquellos compañeros trabajadores que me eligieron
para representar sus intereses. Al regresar a Guatemala tenía ya
tomada una decisión que no cambiaría por nada del mundo.
Reinicié mis estudios y en dos años, aprovechando el sistema de
educación acelerada, me gradué de bachiller en ciencias y letras.
Poco después obtuve el título de enfermera y solo me abstuve de
comenzar a estudiar derecho por los estudios de mis hijos. Este
sueño sí que lo cumplí. ¿Qué me depara el futuro? Es difícil
predecirlo, la vida da muchas vueltas, pero tengo bien claro que mis
principios y mis ideales no los cambio por nada. Soy sindicalista de
corazón, entregada de lleno a una causa que por el acto de justicia
que lleva implícita me compromete a esforzarme cada vez más; pero
sobre todo soy mujer, de los pies a la cabeza, y como tal me siento
en la responsabilidad de seguir levantando una bandera de
dignificación, de respeto, de orgullo. Dios o la vida me han
colocado en una posición privilegiada que tengo que aprovechar para
contribuir a eliminar, aunque sea en parte, las barreras de la
discriminación que tanto daño y tantas frustraciones han ocasionado.
Alvaro Rojas y Leda Abdallal
ASEPROLA
28
de julio de 2003