Democratizar la globalización desde el café
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La globalización se instaura en el campo mexicano
con el desmantelamiento del sistema de apoyos al
campo que era propia de los modelos de
industrialización por sustitución de importaciones y
de economía mixta. Inspirados y apresurados por la
crisis de la deuda externa de los ochenta, la Ronda
Uruguay y el Consenso de Washington, los gobiernos
latinoamericanos echaron a andar un plan que incluyó
ajustes estructurales severos, desregulaciones,
aperturas y privatizaciones que afectaron al
andamiaje institucional de la economía rural
campesina.
Se eliminaron los subsidios sustanciales y los
precios sostén y de garantía, se recortó el gasto
público para el campo y el Estado se desentendió del
asunto: en México, de las 103 entidades y organismos
públicos del sector agropecuario que había en 1989,
quedaban apenas 26 en 1992 (se vendieron beneficios,
bodegas, expendios u otras instalaciones de Conasupo,
Fertimex, Inmecafé, etc.).
Es muy emblemático de la época el decreto de reforma
del artículo 27 Constitucional en 1992, que puso fin
a la reforma agraria: las parcelas del ejido podían
pasar ya al dominio pleno del particular (el
campesino expuesto a la apertura, la picada de los
precios internacionales en muchos productos del
campo, particularmente del café y sin subsidios ni
apoyos para su producción – tratamiento –
comercialización) y de ahí, fruto de estas
presiones, a la venta de la tierra a las grandes
empresas nacionales o extranjeras: al
neolatifundismo.
Marcada por este entramado de procesos globales e
instrumentación local, la cafeticultura experimenta
la caída estrepitosa de la producción y un vaciado –
vía migratoria – de las comunidades cafetaleras
tradicionales.
Los millones en ganancias del sector en los últimos
años, en el marco del TLC y los nuevos mercados
mundiales, no tienen en absoluto un correlato
social: el campesino cafetalero tiende a ser
despojado del pleno derecho a los frutos de su
trabajo y está lejos de beneficiarse de los muchos
avances tecnológicos y científicos recientes. Las
corporaciones dominan la cadena de producción, el
comercio, la distribución, la industrialización, la
investigación y las dinámicas de consumo del café.
El problema nos afecta a todos y nos compromete. Qué
mejor que unas cifras cotidianas para ilustrar el
argumento. Cuando a uno se le antoja una taza de
café en una comunidad que no es tradicionalmente
cafetalera (por ejemplo en la Ciudad de México o en
Nueva York) uno va a la tienda más próxima a
comprarse un frasquito de café soluble. Supongamos
que la tienda más próxima es Wall Mart, una de las
diez cadenas de supermercados que controlan
alrededor del 54% de las ventas de alimentos en el
mundo. Pero si somos del 66% restante, quizá podamos
ir a una tiendita de barrio, en la que habrá muchos
sobrecitos de alguna marca de la Nestlé, una de las
ocho corporaciones que detentan el 65% del mercado
mundial de café y que en México controla algo así
como el 85% del mercado interno. Imaginando
optimistamente, convengamos en que somos parte del
excepcional 35% mundial y el 18% nacional y no
compramos ninguna marca relacionada con los ocho
leviatanes cafetaleros. Compramos alguna marca de
una empresa nacional.
Pero de pronto se nos esfuma el optimismo: las
semillas con que se sembró el café quizá provenían
de una de las diez corporaciones que comercializan
el 35% de los granos en el mundo. Además, en el
cultivo de este café seguramente intervino alguna de
las diez agroquímicas que han conquistado nada menos
que el 84% del valor del mercado mundial de
agroquímicos. Una taza de café cargada de cifras e
historias...
Ante este balance abrumador, el Gobierno se ha
quedado muy a la zaga en lo que es un hecho típico
del globalismo: el leviatán público le cede las
plazas a los leviatanes privados
En tanto, como sociedad civil no advertimos aún del
todo nuestro papel en la globalización ni hemos
tomado conciencia de nuestro poder como consumidores
ni como productores. Este último es el caso más
alarmante de falta de iniciativa: los productores de
café no han avanzado mucho en la organización
productiva, comercial ni democrática. Mientras sigue
el letargo, el Gobierno apuesta a "importar" el
"desarrollo" vía la inversión extranjera - dado caso
que el desarrollo pudiera importarse -, y la
migración masiva, el déficit comercial, la pobreza y
una producción por debajo de las potencialidades de
nuestra tierra y nuestro talento continúan marcando
la vida de las comunidades cafetaleras.
Ya se nos acabó el tiempo de esperar salvaciones "de
afuera": no veo mejor opción que la construcción de
nuevas estrategias sociales - por limitadas y
graduales que sean en su origen – para replantear
las relaciones entre productores y productores,
entre productores y consumidores nacionales, entre
productores nacionales y extranjeros y entre países
productores y países importadores, sin contar con
las relaciones entre todos estos actores y su
entorno natural y cultural. Urge democratizar estas
relaciones e incorporar en la toma de decisiones
mundiales sobre el café al productor del aromático;
si no es por voluntad del sistema económico y
político del café, será por la conquista organizada
de los mismos campesinos. La democracia es un
derecho, no una dádiva.
Por ello urge también un nuevo Acuerdo Internacional
del Café con cláusulas económicas y participación
democrática del campesinado mundial; urge una Ley
nacional que sea benévola con el cafeticultor; urge
la inclusión del café en la agenda pública y urgen
las iniciativas sociales para reconstruir la
cafeticultura permitiendo la generación de riqueza
equitativamente repartida desde el origen: el
campesino. Si nos ponemos de acuerdo sobre este
punto (invitando a gobiernos, sector productivo,
consumidores, universidades), bien podemos hacer del
café un espacio público idóneo para la articulación
de un proyecto común: que el mundo se acerque al
campo en un lazo de solidaridad a prueba de
globalismo: café y equidad; que el campesino
intervenga en su destino y envíe un mensaje al
mundo: aún podemos democratizar la globalización
desde el producto más globalizado de la historia: el
café.
Silvano Cantú
ALAI AMLATINA
3 de octubre de 2006
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