cítricos

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 Uruguay

HIPEREXPLOTACION  y  ENVENENAMIENTO MASIVO

La república naranjera en Salto

   Por primera vez desde la década del sesenta se volvió a utilizar la fumigación aérea con agrotóxicos. Fue en febrero de este año en Salto, donde la familia Caputto dirige una orquesta de productores con métodos propios de la United Fruit.

Faltaban unos minutos para el mediodía. El grupo de 27 trabajadores había buscado cobijo del sol de febrero bajo unos eucaliptos, al borde del camino rural que corta al medio el mar de naranjales. El guiso humeaba en la olla enorme, arroz y algún trozo de carne, sobre el rescoldo de un fuego. Era la pausa en medio de la jornada. Aún no se había servido el último comensal cuando escucharon el motor de la avioneta acercándose a baja altura. Venía desparramando una nube espesa. El líquido amarronado descendió enrulándose en el aire, empujado de acá para allá por el viento suave pero firme.

Nadie comió ni un solo bocado más, y si hubiesen podido dejar de respirar lo habrían hecho.

Ese grupo de trabajadores fue uno de los que se encontraban en las quintas de la familia Caputto esa mañana del domingo 22 de febrero de 1998. El producto lanzado sobre ellos, las 10 mil hectáreas de citrus y sus zonas aledañas fumigadas durante dos días era Malatión, un insecticida perteneciente al grupo más venenoso de los agrotóxicos: los organofosforados.

Desde la década del sesenta no se había fumigado desde una avioneta en Uruguay, y ésta fue la primera vez que se hizo sobre las cabezas de los trabajadores.

¡NO ME HABLÉIS DE SINDICATO!

La familia Caputto ha trabajado durante décadas para levantar el emporio de empresas en las que actualmente distribuyen sus numerosas propiedades, casi todas vinculadas a la explotación de los cítricos (Citrícola Salteña, Coraler SA, Sucesores de Francisco Caputto, Naranjales Caputto, Palgar SA, Triguay SA, y otras menores). Una parte de esa dura tarea ha sido la de exprimir a miles de trabajadores salteños, braceros la mayoría.

Los Caputto tienen también una larga tradición en quebrar incipientes sindicatos, y en utilizar para ello los métodos más radicales. Pertenecen a esa clase calificada como "los dueños del pueblo", aunque en este caso se trata de todo un departamento. La productividad y extensión de sus plantaciones los colocan entre los primeros productores del país y en el primer lugar de los exportadores de cítricos y sus derivados. ¿Quién no ha visto o consumido alguna mandarina con el característico logotipo de "Naranjales Caputto"?

Sin embargo, son muchos menos los que conocen la existencia del Sindicato Unico de Obreros Rurales y Agroindustriales (SUDORA). Creado en 1996 después de numerosos intentos abortados, el SUDORA, que cuenta con 1.200 afiliados de varias empresas, mantuvo cuatro conflictos ese mismo año. Uno de ellos fue con la familia Caputto, con la que consiguió firmar un convenio colectivo por dos años, vigente hasta abril de este año. Conociendo los bueyes con los que ara, ya en enero el SUDORA presentó sus propuestas a incluir en el nuevo convenio. En marzo la empresa comunicó que no firmaría ningún convenio. El conflicto era, pues, una consecuencia calculada. El SUDORA lleva cuatro meses intentando dialogar con los Caputto, hasta ahora sin éxito. Mientras tanto, según fuentes sindicales, han vuelto a circular las siniestras listas negras de trabajadores, se incrementó la tercerización en la contratación de personal, se produjeron despidos, se sustituyó personal con antigüedad por nuevos trabajadores de fuera del departamento que perciben jornales menores y no reciben los beneficios de los anteriores, etcétera. La lista de chicanas y ventajeos es larga.

Pero la ausencia de negociación no es el único problema que deben enfrentar los trabajadores de los Caputto. Hay muchos otros y, seguramente, algunos aun más graves como los relacionados con las condiciones de trabajo.

HAITÍ ES EN SALTO

Son las 6 de la mañana. Aún no es exactamente de día. Unas 40 personas, hombres y mujeres, se han ido agrupando en los últimos 15 minutos sobre la salida a la ruta de un poblado en los suburbios de Salto. El mate es la forma y el contenido. Cuando aparecen al fin las luces de un camión trepando la subida el grupo se mueve, se prepara. Algunos suben a la caja del camión, ya atiborrado con escaleras, cajones y herramientas de trabajo, consiguiendo un lugar en equilibrio precario. La mayoría sube al "transporte": en este caso, un remolque prácticamente cerrado, con un par de pequeñas ventilaciones a derecha e izquierda. La situación, ya de por sí difícil, se agrava porque el vehículo acaba de ser fumigado. Todos protestan, pero no hay nadie para escuchar. Una hora después, al llegar a la quinta que será cosechada esa jornada, la luz de la mañana empieza apenas a aclarar el cielo. Unos cuantos se disponen a atacar la labor ya con ronchas en la piel, la garganta reseca, los bronquios a la defensiva.

La escena puede ser la de cualquier grupo de "cosechadores" de los Caputto, y las variantes van desde quienes son "transportados" en remolques sin barandas hasta en viejos "ómnibus de onda" con la cabina del chofer cercenada, cerrados con una chapa, con las ventanas tapiadas con madera que deja una rendijita de cuatro o cinco centímetros. Ninguno tiene salida de emergencia. El trozo de ómnibus, desmotorizado, recién fumigado, es arrastrado por un camión. "Hasta hay uno que se abre sólo por fuera -dicen los trabajadores del SUDORA-. Si llega a volcar, no sé cómo salimos de ahí adentro."

Cuando los trabajadores llegan a las quintas colocan sus "camisas naranjeras" en el piso, una al lado de la otra. El capataz pasa enseguida con un fumigador manual y las empapa con un producto químico. La "camisa naranjera" es una prenda que se calza en los hombros, se ajusta mediante una cincha en la cintura y carga entre 50 y 70 quilos de fruta, dependiendo de la variedad. Su uso permanente provoca enfermedades en la columna vertebral y en algunos casos problemas en las vías urinarias. Existe otra prenda de trabajo, el "bolso naranjero", que carga sólo 20 quilos, pero por alguna razón desconocida los Caputto se niegan a adoptarla como han hecho ya muchos otros productores, especialmente los de Paysandú.

En ninguna quinta hay un lugar donde cambiarse de ropa -mucho menos donde darse un baño después del trabajo-, así que los cosechadores se colocan la camisa directamente sobre la que traen puesta, la misma con la que, nueve o diez horas después, volverán a sus hogares. En verano la mayoría la usa directamente sobre la piel. Los trabajadores desconocen qué productos utiliza la empresa para las desinfecciones a que son sometidos. La patronal les niega esa información.

Hay una escalera para cada uno, casi todas hechas con madera de álamo, blanda y barata, es decir peligrosas. En algunas quintas con árboles más altos que el promedio, de cinco , seis metros, las escaleras sólo sirven para llegar hasta un poco más de la mitad de la planta; después hay que seguir subiendo "como los monos, pero cargando 50 quilos". La fruta no se puede "arrancar" ni debe caer al piso porque pierde valor de exportación. Hay que cortarla. La operación se vuelve de alto riesgo en tales condiciones.

Los cosechadores pasan casi toda su jornada subidos a una escalera, apoyados en parte de las plantas de sus pies y en las rodillas con un considerable peso encima. Los músculos de los pies van adquiriendo rigidez progresivamente a lo largo del día, y el descanso de la noche no alcanza para relajarlos. Cada mañana, al levantarse, los pies están acalambrados. "Entre nosotros decimos que no hay cosechador que no tenga los pies duros; 'patas de gallina', le decimos."

La pausa para almorzar llega, por fin. No hay un cobijo donde hacerlo, un mero techo de chapa a la sombra, y en muchas quintas ni siquiera un par de tablas con las que improvisar una mesa. Los días de lluvia son los más difíciles.

La empresa, dentro de todo, estima que los trabajadores pueden tener sed, precisar agua para cocinar, así que cada mañana deposita bidones con agua en cada quinta donde se cosechará ese día. Sólo que no atiende a un pequeño detalle: los bidones de plástico son envases vacíos de agrotóxicos, con sus etiquetas aún pegadas sobre ellos.

Un cosechador de los Caputto gana un promedio de 110 pesos por jornada de trabajo.

LA TECNOLOGÍA DE MUERTE

Los trabajadores del cítrico empiezan a tener información sobre los riesgos a los que están expuestos por el contacto con pesticidas y agrotóxicos. Comienzan a sospechar que unas cuantas enfermedades que padecen son provocadas por esos productos.

La fumigación aérea de fines de febrero fue calificada como un "acto criminal" por Carballo, presidente del SUDORA. Nadie creyó que realmente se efectuaría. El salteño Instituto de Ecología Río Uruguay (IERU) intentó detenerla alertando a la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) sobre la inminencia del operativo. La Dinama reaccionó ordenando suspender la fumigación y provocó una reunión urgente con la Comisión Honoraria del Plan Citrícola, organismo dependiente del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, que la había autorizado. El encuentro duró varias horas, pero no fue suficiente para impedir la fumigación que se hizo a toda velocidad, durante los dos días siguientes a esa reunión.

El hecho provocó una movilización importante de las fuerzas sociales salteñas, acompañada por una actitud comprometida de algunos medios de comunicación locales. Esa reacción ha logrado frenar, hasta ahora, una segunda fumigación aérea anunciada para principios de marzo.

El SUDORA y la Regional Latinoamericana de la Unión Internacional de Trabajadores de la Alimentación (Rel-UITA) organizaron en Salto, los pasados 18 y 19 de junio, una conferencia regional sobre agrotóxicos a la que asistieron sindicatos de la zona, de Argentina y de Brasil, y especialistas uruguayos y brasileños. Durante su desarrollo, varios trabajadores aportaron sus testimonios sobre las consecuencias físicas y psíquicas que experimentan muchos de ellos a causa de su proximidad con sustancias químicas. Dermatosis, bronquitis, trastornos oculares, cefaleas, dolores estomacales, mareos, "agujeros" de memoria, entre otros.

Juan Carlos Ribeiro, por ejemplo, relató su caso. "Tengo un hijo que desde hace unos siete años -ahora tiene diez- empezó a tener una reacción alérgica. Lo llevamos al médico quien -como siempre- dijo que podía ser del chocolate, por alguna comida picante u otra cosa. Le han dado toda clase de remedios y no se ha mejorado. Recién cuando empezamos a informarnos sobre el tema de los agrotóxicos sospeché que todo venía de ahí y comencé a poner atención en cuándo y cómo el niño empezaba a tener esas reacciones. Y me di cuenta de que, cuando uno llega a su casa, es natural que los gurises vengan corriendo y lo abracen. Vi que siempre empezaba a tener esos síntomas al rato después de que yo llegaba a casa. Se le hinchan los labios, los ojos se le irritan adentro -cosa que a mí también me sucede-, empieza a sentir dolor, le empieza a picar y a la media hora está todito hinchado. Desde hace unos meses la otra hija mayor empezó a sufrir de lo mismo y como queda tan feíta le da vergüenza ir a la escuela. Así que fui y hablé con la maestra, le dije dónde trabajo y cómo es el problema que tenemos y ella autorizó a que faltara un par de días.

A nosotros los jefes nos dicen que eso es mentira, pero yo lo vivo en mi propia casa."

Hermes Rodríguez, de 59 años, a quien en abril de 1997 se le había curado de la enfermedad de Hansen, aportó un "Resumen de alta" del Instituto Hanseniano, fechado el 29 de abril de 1998 -pues debió acudir allí nuevamente- y firmado por la doctora Laura da Costa Porto Barbero. En él se lee: "Paciente que consulta por un episodio de edemas generalizados y lesiones en piel en forma de pápulas eritematosas de color rojo intenso, simétricas, confluyentes formando placas distribuidas en tronco, miembros superiores e inferiores. Este cuadro fue interpretado como una reacción reversa, cuyos desencadenantes pueden haber sido la irradiación solar y la exposición a pesticidas producidas durante la realización de su trabajo."

El presidente del sindicato, Felipe Carballo, agregó que en Salto no hay ningún médico toxicólogo, a pesar de que miles de personas viven expuestas y en contacto con agrotóxicos, y que el Centro de Toxicología del Hospital de Clínicas (CIAT) -que se preocupó por la situación- no dispone de rubros para enviar a sus especialistas a la zona.

El ingeniero agrónomo brasileño Sebastián Pinheiro, colaborador del Departamento de Agricultura y Salud de Rel-UITA, en Brasil, intervino en el seminario para aportar algunas de sus experiencias. Dijo haber comenzado a analizar el problema de los agrotóxicos hace 25 años, "y aprendí que se trata de una tecnología de muerte". Según este especialista, "la industria de los agrotóxicos mueve 25 mil millones de dólares por año en el mundo. Frente a ese lucro, los trabajadores de Salto o de cualquier parte del mundo no tienen importancia; por eso las avionetas pasan fumigando a los obreros. En 1980 el expresidente de Estados Unidos James Carter estuvo de visita en Brasil. Entre las disposiciones que Brasil debió prever a solicitud del visitante, estaba la de no servirle ninguna hortaliza y ninguna fruta. ¿Saben por qué? -preguntó Pinheiro al auditorio del seminario-. Porque Brasil es el tercer importador mundial de agrotóxicos, la mayor parte de los cuales se produce en Estados Unidos".

"Ahora nos enteramos de que los patrones dan de beber agua en bidones de plástico que contuvieron pesticidas. Yo los invito a hacer un experimento. Tomen un envase plástico de refresco y lávenlo con todo lo que se les ocurra. Tápenlo y déjenlo así durante 24 horas. Entonces, ábranlo y verán que aún tiene olor al refresco. Repitan esto durante 30, 60 días: siempre tendrán el mismo resultado. Porque el plástico es microscópicamente permeable, las moléculas del refresco lo impregnan y después se van liberando lentamente. Entonces, pienso que dar de beber agua a personas en bidones de plástico que fueron envases de agrotóxicos es un delito; seguramente hay una ley que lo prohíbe."

Hace algunos meses se publicó en varios medios de prensa un aviso de gran tamaño donde se veía una figura humana alzando un escudo del BROU; sobre ella un texto: "Este premio es fruto del esfuerzo". A su lado aparecía una hermosa y gran naranja con otro título: "Este también". El texto del aviso, firmado por Citrícola Salteña sa y Naranjales Caputto, decía: "Confirmando una vieja tradición, Citrícola Salteña SA, del Grupo Caputto, fue merecedora una vez más del premio al Mayor Exportador de Cítricos y Derivados del país, que otorgan el BROU y la Unión de Exportadores del Uruguay. Un reconocimiento que, más que enorgullecernos, nos obliga a seguir esforzándonos. Como siempre, con los pies en la tierra".

Habría que avisarles a los Caputto -al BROU, a los ministerios de Trabajo, de Medio Ambiente y de Salud- que entre esos pies y la tierra hay unas "cosillas diminutas" que están siendo aplastadas, envenenadas e hiperexplotadas, algo así como seres humanos.

Carlos Amorín

Convenio BRECHA - Rel-UITA

Agosto de 1998

 

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