Cientos de albañiles viven en paupérrimas
barracas y explotados por grandes hoteles
Playa del Cármen: Son las 6 de la tarde.
Cientos de albañiles caminan desde la
construcción donde laboran -un hotel que
será uno de los más lujosos de
Latinoamérica- hacia el campamento en el
cual se albergan. Usan un camino lateral a
la carretera, en una verdadera marea humana.
Otros, peligrosamente, prefieren el borde de
la vía.
Forman parte de los cientos de albañiles que
construyen aquí hoteles cuyas tarifas
rebasan 200 dólares la noche. A unos 20
kilómetros de Playa del Carmen y 40 de
Cancún está la Playa del Secreto. Ahí, junto
a lo que será el hotel
San Valentín
Playa del Secreto, se ubica uno de los campamentos. Allá se dirigen. Caminan
agotados. Algunos van sonrientes, otros,
recelosos, miran la cámara fotográfica y
alzan piedras. Ninguno arremete.
El albergue es una enorme nave donde duermen
hacinados, en hamacas, sin agua corriente ni
luz eléctrica. No cuentan con seguro médico
que los proteja en caso de accidente en la
obra.
"Hay muchos accidentes, eso deberían sacar
en el periódico", dice Antonio, quien llegó
de Tabasco hace poco más de una semana.
Muestra una herida profunda en un dedo,
apenas cicatrizándose.
Hablan con temor mirando a los lados. Niegan
el apellido. Cuentan que los albañiles ganan
mil 800 pesos semanales y los jardineros
mil, sueldos muy superiores a los que
podrían obtener en sus lugares de origen,
donde la mayoría de las veces ni siquiera
hay trabajo. "Pero no hay seguro y los que
se lastiman no pueden curarse", interviene
Martín; "la comida es muy mala y no permiten que otros, que la ofrecen más barata,
nos vendan." Están obligados a comprarla a
25 pesos en el campamento.
Los entre 500 y mil albañiles salen al
trabajo a las 6 de la mañana; regresan casi
12 horas más tarde, agotados, para bañarse
en un cenote cercano, y luego a esperar la
comida que les da la empresa. Un brazalete
de plástico azul los identifica como
empleados de San Valentín Playa del Secreto.
Mario Enrique Sánchez, chiapaneco, está aquí
desde hace una semana. "Antes todos iban a
bañarse al cenote, pero les salían ronchas",
cuenta; "esta semana han traído agua, pero
no alcanza". Otro trabajador explica: "yo
tengo cinco tinacos y el agua no da para
todos... tengo a mi cargo 370 personas. Pero
esta semana vamos a hacer el pozo y a lo
mejor lo solucionamos".
Él narra otra versión de por qué los
trabajadores deben caminar hacia la
construcción. "Antes tenían un autobús, les
cobraban tres pesos diarios por llevarlos y
traerlos de la obra, pero rompían los
asientos y se lo quitaron", comenta. Es
viernes al mediodía. Un muchacho apenas
mayor de edad está parado a la puerta del
campamento, bajo el sol inclemente. El
guardia no le permite entrar. "Tienes que
esperar que venga el ingeniero a
autorizarte", le dice.
"Me duele mucho la cabeza, sólo déjenme
entrar a dormir", insiste el joven. Le
cuenta al guardia que sufrió un accidente y
desde el martes no trabaja. El centinela
responde que antes de la hora estipulada
para la apertura de puertas nadie puede
pasar. Antonio interviene para concluir la
escena: "No se puede entrar hasta que
volvemos de trabajar, pero así es mejor, si
no se roban muchas cosas".
Autoridades municipales de Solidaridad
estiman que al menos 10 mil albañiles
llegados de todo el país, principalmente de
los estados del sureste, trabajan en la
construcción
de alrededor de 4 mil cuartos de hotel en
este destino, la Riviera Maya, que se
convertirá a fin de año en el centro
turístico más grande de Latinoamérica y el
Caribe.
Hugo Maroccia
Tomado de La Jornada
15 de
junio de 2006
Foto
José Luis López Soto