Aunque mucha gente percibe
el viaje turístico como expresión de la
libertad individual, en realidad no pasa
de ser un producto industrial de
diversión de masas. Gracias al
ilusionismo publicitario, el sector
consigue invisibilizar la devastación
ambiental de la mayoría de territorios
afectados y disimular que las
migraciones turísticas solo pueden ser
disfrutadas por una minoría de la
Humanidad.
Hay que fijarse en el turismo si
queremos cuidar nuestro mundo
En medio de las
inmediateces de la vida cotidiana, es
fácil dejarse confundir por los reclamos
interesados en hacernos cómplices de un
movimiento natural y lineal de progreso
orientado al goce individual sin otros
límites que la voluntad de libertad y de
superación constante de nuevas metas.
La promesa de liberación
individual del turismo es, precisamente,
el exponente quizás más refinado y
perfecto del poder de seducción de la
maquinaria de publicidad en que se basa
el industrialismo capitalista.
Pocos mensajes merecen
una aprobación social tan masiva
independientemente de las formas de
vida, la posición social o las creencias
individuales como el de la bondad de
visitar nuevos destinos o, como mínimo,
el inalienable nuevo derecho humano a
desconectar de la fatiga y el estrés del
día a día lo más lejos posible de allí
donde vivimos y nos ganamos el pan.
Pareciera como si el
turismo constituyera un auténtico oasis
de paz, libertad y crecimiento personal
al margen de la vorágine de un mundo
afectado por incertidumbres y urgencias
cada vez más extremas, desde el
agigantamiento del foso económico entre
el Norte y el Sur, hasta el cambio
climático.
Si ese carácter idílico
es el que confiere al mundo turístico su
atractivo, vale la pena reflexionar
sobre las sugerentes palabras de
Gillian Tett, una incisiva
periodista del Financial Times
y antigua estudiante de antropología en
Cambridge: “Para
entender cómo funciona una comunidad, no
hay que fijarse solamente en las zonas
que podríamos llamar de ruido social,
sobre las cuales todo el mundo desea
hablar... Hay que fijarse también en los
silencios sociales”.
Resulta sorprendentemente
difícil encontrar rastros del quehacer
de la industria turística en la prensa
económica e incluso en las facultades de
economía. Es más:
si uno tiene la suerte o la desgracia de
emprender estudios de turismo en las
escuelas superiores especializadas,
puede terminar licenciándose
brillantemente sin haber relacionado
nunca las maravillas de los paraísos
turísticos con cuestiones tan
enjundiosas como la globalización, la
esclavitud neocolonial de las sociedades
empobrecidas y mayoritarias en el
Planeta, el apocalipsis climático o la
problemática de las nuevas migraciones
globales.
Un rápido
ascenso hasta ser
la
primera industria mundial
En un lenguaje claro y
lleno de sugerencias argumentales, el
libro [de Rodrigo Fernández Miranda]
empieza por rescatar
hitos del pasado industrial que ayudan a
entender las raíces profundas de “la
primera industria del mundo en los
albores del Siglo XXI”.
Empieza a aumentar la
contestación de muchas
comunidades, especialmente
en el Sur Global, ante la
falta de evidencia de que
los beneficios económicos
del turismo sirvan para su
desarrollo humano. |
Entre estos, llama
poderosamente la atención la función
ideológica de reeducación moral de la
clase obrera británica ejercida por el
pastor protestante Thomas Cook y
que se halla en el origen del primer
operador turístico europeo. O la
estrecha relación entre geografía del
turismo y las innovaciones en el
transporte y la tecnología. Sin olvidar
la huella neocolonial en el nacimiento,
antes de la Segunda Guerra Mundial, de
destinos como Cuba o Bali.
Esto nos llevará a
apreciar la coincidencia entre los
Treinta Gloriosos (las tres décadas de
fuerte crecimiento sostenido de las
economías de la Europa capitalista y
Norteamérica entre finales de los 40 y
principios de los 70 del siglo pasado
protegidas por el orden económico
imperial de Bretton Woods) y la
emergencia del Mediterráneo y el Caribe
como las dos piscinas privilegiadas del
turismo internacional, hegemónicas hasta
hoy.
Un segundo flash nos lleva a reconocer
la explosión turística de los años 90.
Si en la década anterior, el turismo
representaba ya la tercera industria del
Planeta, es ahora cuando adquiere el
liderazgo en la economía global.
Ahí está la conexión
entre el aumento hasta más de 900
millones de viajeros internacionales
anuales a escala global y la burbuja
inmobiliaria y la especulación
financiera alentada por el
desmantelamiento de toda supervisión
democrática y pública de los mercados
impulsada por la revolución neoliberal
iniciada por Reagan y Thatcher.
De hecho, el producto de
moda de la industria –el resort
turístico en régimen de todo incluido
dotado de oferta complementaria en
segundas residencias, marinas, centros
comerciales y un largo etcétera– actuará
como reclamo de divisas fáciles para el
sacrificio de importantes regiones del
Sur Global a las exigencias de carta
blanca en su territorio para las
transnacionales del sector.
Imagen
cosmética e irreal
Luego está el vínculo
parasitario entre turismo y márquetin,
“la industria de la promoción de la
industria”. Como escribió magistralmente
Jean Baudrillard, es increíble
que el atracón de publicidad orwelliana
sobre paraísos al alcance de la mano
haya permitido que mucha gente perciba
el viaje turístico como expresión de la
libertad individual cuando no pasa de
ser un producto industrial de diversión
de masas.
Gracias al ilusionismo
publicitario, el sector consigue
invisibilizar la devastación ambiental
de la mayoría de territorios afectados y
disimular que las migraciones turísticas
solo pueden ser disfrutadas por una
minoría de la Humanidad. Porque esto
entra en llamativa contradicción con el
progresivo y paralelo cierre de
fronteras nórdicas para impedir la
llegada de oleadas migrantes por
necesidad que huyen de guerras,
devastación climática y hambrunas
provocadas en el Sur por la bulimia
energética, material y alimentaria del
sistema de vida consumista que ha hecho
del turismo de masas la mejor tarjeta de
visita del industrialismo capitalista en
los últimos 60 años.
Esta imagen cosmética y
estilizada del turismo real se halla
sometida a creciente contestación. Como
se argumenta rigurosamente en el libro,
empieza a aumentar la contestación de
muchas comunidades, especialmente en el
Sur Global, ante la falta de evidencia
de que los beneficios económicos del
turismo sirvan para su desarrollo
humano.
Es más: bienes comunes
clave como la tierra o el agua en
Estados como Marruecos se están
encareciendo para la población local
mientras, en cifras del Fondo Monetario
Internacional, apenas el 15 por ciento
de las ganancias por turismo en el
Caribe se quedan en la región.
Bienes comunes clave como la
tierra o el agua en Estados
como Marruecos se están
encareciendo para la
población local mientras, en
cifras del Fondo Monetario
Internacional, apenas el 15
por ciento de las ganancias
por turismo en el Caribe se
quedan en la región. |
En lugar de efecto
derrame (trickle down) en favor de mayor
bienestar en el Sur, el turismo se
revela como “el negocio de la felicidad
personal” donde los países empobrecidos
del Planeta son usados como patio
trasero, gracias a un nivel de derechos
laborales y sociales muy precario y sin
tener ningún miramiento con las culturas
y las poblaciones anfitrionas.
Una crucial contradicción entre la
promesa histórica del turismo como
pasaporte al desarrollo y una sucia
realidad donde los auténticos ganadores
de la industria de los paraísos son unas
corporaciones transnacionales donde la
responsabilidad de las empresas
españolas es de primerísimo nivel.
Inviabilidad
sin
petróleo barato
En definitiva, resulta
imposible una masificación sostenible de
la industria turística en los marcos del
actual modelo dominante. De este modo,
se apuntan dos tendencias clave sobre el
oscuro futuro de la industria sin
chimeneas.
De entrada, el fin del
petróleo barato y el avance del
apocalipsis climático harán cada vez más
insostenible económicamente y
ambientalmente el turismo de masas, en
avión, a lugares cada vez más lejanos.
En esta perspectiva hacia una edad más
allá de la era del petróleo (postfosilista
en expresión felizmente acuñada por
Ramón Fernández Durán), habrá que
plantearse un desaprendizaje del consumo
viajero.
En el mejor de los casos,
el Planeta no puede reconvertir casi mil
millones de turistas internacionales en
turistas responsables por mucho que sean
admirables muchas de las iniciativas
comunitarias de turismo en el Sur. Por
lo tanto, no queda más remedio que
empezar a pensar en términos de
decrecimiento global de la industria
turística y especialmente del transporte
en avión, que constituye, de largo, el
principal agente de deterioro climático
de un sector que es responsable, como
mínimo, del 10 por ciento del efecto
invernadero global y que hasta ahora ha
sido exonerado de cualquier objetivo de
protección del clima común en el
Protocolo de Kioto.
Es en este contexto que
cobran más actualidad, si caben, las
reflexiones alternativas propuestas en
el libro sobre otras formas y modelos
turísticos que permitan el desarrollo de
este sector sobre otras bases. Se
aportan así algunos criterios y apuntes
sobre experiencias diversas que nos
sitúan ante el reto de empezar a
construir otros mundos posibles, y por
tanto también de otras formas de
entender y organizar la actividad
turística.
Unas transformaciones urgentes que
deberían incorporar a la agenda de las
propuestas de emancipación y solidaridad
Norte-Sur a un turismo internacional
dominado por corporaciones
transnacionales a quienes no importamos
ni ustedes ni nosotros, ni las
comunidades ni el Planeta.
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