La crisis que
soporta el sector inmobiliario en los Estados Unidos está provocando una
marcada desaceleración en la mayor economía mundial, que se encamina hacía una
previsible recesión económica. Mientras el pánico cunde dentro y fuera de
fronteras, debido a la interconexión global económica imperante, el gobierno
federal de México, irresponsablemente, no solo intenta transmitir
tranquilidad, sino un desmesurado entusiasmo al manifestar que su economía
saldrá favorecida. La certidumbre, es que la suerte ya está echada para millones
de mexicanos en ambas orillas del Río Bravo.
En los
Estados Unidos el agravamiento de la situación económica impactará
directamente en los migrantes, por constituir “el último y más vulnerable
escalón del mercado laboral” en ese país, comentó a La Jornada Rodolfo Cruz
Piñeiro, investigador del Colegio de la Frontera Norte (Colef). Es
que la parálisis en el sector inmobiliario tiene un efecto directo en la
industria de la construcción donde, de los 6,5 millones de trabajadores
migrantes registrados -según las estadísticas estadounidenses- 20 por ciento
laboran en ese sector y muchos de ellos perderán sus empleos. Esta situación de
desempleo repercutirá en el volumen de las remesas que los migrantes envían a
sus familias en México, al tiempo que se prevé un agudizamiento de la
aplicación de las leyes antiinmigrantes y un mayor número de deportaciones.
En México
ya hay voces que manifiestan su preocupación sobre el impacto que la recesión
estadounidense ocasionará al sector turístico azteca. La Organización
Mundial del Turismo advirtió recientemente que la situación económica en los
Estados Unidos disminuirá los flujos mundiales de turistas. ¿Qué
pasará en México donde el 85 por ciento del turismo que visita el país proviene
de los Estados Unidos?
¿Habrá despidos masivos? ¿Se aprovechará la situación para reducir los ya
deprimidos salarios que paga el sector y precarizar aún más las condiciones de
trabajo? Con seguridad, que nada bueno se avecina.
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