Lafaurie descubrió de repente que la apertura del
mercado colombiano a los lácteos europeos iba a
arruinar a decenas de miles de productores
colombianos.
A diario tuve que vivir en
Haití
las consecuencias de la pérdida de la capacidad de
producir comida de la agricultura local. ¿Quién se
queja de este modo? ¿Algún damnificado del reciente
terremoto que azotó el país? No.
El que se queja es nada menos que
Bill Clinton,
enviado especial de las Naciones Unidas al pequeño
país destruido. Y responsable hace algo más de una
década, cuando ocupaba el cargo de Presidente de los
Estados
Unidos,
de otro terremoto más sutil, pero igualmente
demoledor:
el tratado de libre
comercio entre los Estados Unidos y Haití.
Ese tratado, anunciado como un gran triunfo de la
libertad, arruinó la capacidad de producir comida de
la agricultura haitiana al poner a competir los
productos locales con otros más baratos importados
de los
Estados Unidos,
cuya potente agroindustria goza además de inmensas
subvenciones del gobierno.
Al mirar ahora las cosas desde el lado de los
haitianos, y sobre el terreno,
Clinton
hizo ante la Comisión de Asuntos Exteriores del
Senado una insólita confesión de parte sobre ese
acuerdo comercial:
Fue muy bueno para
mis granjeros de Arkansas, pero muy malo para Haití.
Descubrió que el agua moja. Desafortunadamente, un
poco tarde para los haitianos.
Un terremoto económico como ese que padeció
Haití
es el que nos deja a los colombianos en herencia
Álvaro
Uribe
con su propio
Tratado de Libre
Comercio con los Estados Unidos.
El que por orden suya sus negociadores y las
mayorías uribistas del Congreso firmaron “rapidito“
y en condiciones aún más abyectas que las exigidas
por la poderosa contraparte, pese a lo cual el
Congreso norteamericano se ha resistido hasta ahora
a refrendarlo alegando -como si eso le importara de
veras- el maltrato sufrido por los sindicalistas en
Colombia.
Ese TLC
es tan dañino para
Colombia
-y tan beneficioso para los granjeros de Arkansas-
como es dañino para
Colombia
y beneficioso para los agroindustriales europeos el
TLC
que los negociadores de
Uribe
acaban de firmar con la
Unión Europea.
Tan malo es este que se ha dado cuenta de sus
peligros incluso alguien tan ciegamente uribista -y
hasta uribitista de Uribito- como es el presidente
de
Fedegán,
el doctor
José Félix Lafaurie.
El cual, de visita en Bruselas en los días en que se
firmaba el tratado,
descubrió de
repente que la apertura del mercado colombiano a los
productos lácteos europeos iba a dejar en la ruina a
decenas de miles de pequeños productores de leche en
Colombia.
E incluso a los pocos grandes. Esos mismos grandes
que Uribito, como ministro de Agricultura,
pretendió
proteger de los pequeños obligando a estos a
imposibles inversiones para pasteurizar su leche
cruda por razones presuntamente de higiene.
Por lo visto
Lafaurie
le comunicó su descubrimiento al Presidente, y
Uribe
-según contó la prensa- se puso entonces a llamar
por teléfono a Bruselas para ver si le permitían
modificar las condiciones que sus enviados habían
firmado “rapidito” y sin mirar.
Es que aprenden tarde. Cuando los moja el agua.
(No quiero ni pensar en la sorpresa que se van a
llevar el doctor
Lafaurie,
y Uribito,
y a lo mejor el propio
Uribe,
cuando descubran que buena parte de los quesos
europeos que ahora entrarán libremente a
Colombia
se hacen con leche cruda).