Del 21
al 25 de junio de 2010 se celebró en
Vancouver, Canadá, el II Congreso de la
Confederación Sindical Internacional (CSI),
bajo el lema: “Ahora los Pueblos - De la
Crisis a la Justicia Global".
El marco social y laboral
del mundo del trabajo en el cual se
desarrolló el Congreso -contexto que no
sólo no ha cambiado sino que mantiene
una tendencia a agravarse- consiste en
que según los informes de la
Organización Internacional del Trabajo (OIT)
recogidos por los documentos de CSI
para el Congreso, la crisis económica es
una tremenda realidad. Según esos datos,
en los tres últimos años 34 millones de
personas perdieron su empleo, las que se
suman a los 178 millones de desempleados
que ya había en el mundo, con el
agravante de que no se ha podido
cuantificar el subempleo que se ha
constituido en enfermedad crónica para
mantener el empleo estable o mínimamente
decente.
Según la OIT, es
también alarmante que el 50.6 por ciento
de la mano de obra mundial tenga un
trabajo inestable, y que 633 millones de
trabajadores y trabajadoras se
encuentren en la franja de pobres con
tendencia a caer en la completa
exclusión social.
Con respecto a la
cuestión de género, se indicó que las
mujeres realizan el 66 por ciento del
trabajo en el mundo y producen el 50 por
ciento de los alimentos, pero apenas
reciben el 10 por ciento de los ingresos
y solo acceden al 1 por ciento de la
propiedad.
Por las anteriores
consideraciones se deduce que incluso
aquella franja de trabajadores y
trabajadoras que mantiene un empleo, se
asoma a la pobreza y hasta a la miseria
social, esto es la antítesis de un mundo
con nuevas oportunidades y prosperidad
para la humanidad que anuncia la
demagogia de los pregoneros de la
globalización neoliberal.
Si profundizamos el
análisis hacia, por ejemplo, el trabajo
infantil, o la esclavitud laboral en
megaproyectos agroindustriales o
transnacionales de pesca y
transformación de productos en alta mar,
todos asuntos relacionados con la
violación de los derechos humanos y la
vida, entonces tendríamos argumentos e
insumos suficientes como para haber
esperado un II Congreso de la CSI
que se desarrollara fuera del marco
teórico y de trámite estatutario en que
transcurrió.
En mi criterio, el II
Congreso de CSI fue sobre todo un
evento de protocolo para adoptar
documentos preestablecidos y puestos a
consideración por la Secretaría General
-con previo conocimiento del Consejo y
Buró Ejecutivo-, en cuyos espacios la
dinámica de trabajo definida no permitió
el debate ideológico o político respecto
a sus contenidos, logrando apenas,
ligeras pinceladas que finalmente no
modificaron lo sustantivo de las
propuestas.
Es una contradicción de
fondo que el documento central del
Congreso titulado “Ahora los Pueblos”,
plantee que el mejor camino para
confrontar a las fuerzas globales
causantes de la crisis mundial, en lo
que concierne a los sindicatos, es
trabajar por el internacionalismo
sindical, a través de la CSI y
por medio del II Congreso, mientras,
como insisto, éste fue organizado con
criterio de trámite y protocolo y no dio
opción al debate ideológico, político o
programático.
Y esto ocurrió porque las
precarias comisiones creadas sólo
estaban sujetas a la operatividad
mecánica del Congreso, entre otras, la
ratificación de textos sobre
resoluciones, para que posteriormente la
Plenaria, sin debate alguno,
protocolizara el pupitrazo. Y además,
porque el reglamento solo contempló una
intervención por Central Sindical, no
superior a cinco minutos que sólo
alcanzaban para el protocolo del saludo.
Se perdió una excelente
oportunidad para abrir el debate al
interior de la CSI respecto a
resultados y consecuencias de su
participación en las cumbres de líderes
del G-20, organizadas en
Washington, Londres, y Pittsburg, que la
Secretaría General en su informe mostró
como “signos de cambio de paradigma” o
“una auténtica oportunidad para un nuevo
punto de partida respecto a la
globalización”.
Estas afirmaciones
contenidas por el informe del secretario
general, contrastan con la realidad
laboral y social que la misma OIT
denuncia, y con el hecho de que la
política adoptada por el G-20 o
el G-8, en nada ha modificado el
sistema que fortalece los privilegios de
los ricos del mundo e incrementa la
pobreza en todos los continentes sin
posibilidades de solución.
Es claro que la última
decisión del G-20 para mitigar la
crisis que sacudió la economía del mundo
en el último año fue darle más poder y
más recursos al Fondo Monetario
Internacional (FMI), para
promover el incremento del endeudamiento
público, especialmente de los países en
desarrollo, víctimas de una crisis
generada por los mismos ricos.
Es deprimente que bajo el
sofisma de haberse salvado 21 millones
de puestos de trabajo, la Secretaría
General de la CSI manifieste que
la política de endeudamiento público
debe mantenerse como fórmula de rescate
financiero. En otras palabras,
mantengamos el moribundo con oxígeno,
pero al fin moribundo, porque de no ser
así, según el texto del informe del
Secretario General, “sería volver a
asumir al mundo en una recesión de doble
caída”.
Es la vieja táctica que
se aplica desde lo nacional a lo
internacional, cuando las crisis se
agudizan en el sentido de llamar a los
trabajadores a las mesas de los
gobiernos nacionales o internacionales
como la del G-20, para
preguntarle: ¿Cuál es su aporte para la
solución a la crisis?
Causa hilaridad lo
ocurrido en el aspecto electoral. El
compañero secretario general Guy
Rider no presentó su candidatura
para ser reelegido porque, como otros
sindicalistas internacionales, salía
directamente a ejercer el cargo de
subdirector de la OIT, lo cual
requiere el aval no solo del sector
trabajador, sino también de empresarios
y gobiernos.
Eso explica los rasgos
neoliberales que a primera vista ya se
advirtieron en los documentos
presentados al Congreso, y la presencia
de los directores del FMI y la
Organización Mundial del Comercio (que
aspira a formar parte de OIT),
que en calidad de panelistas se
dirigieron a la Plenaria del Congreso,
hicieron alardes de sus políticas
capitalistas neoliberales, pidieron
comprensión a los trabajadores, todo sin
derecho a réplica ni debate por parte de
los delegados sindicalistas, por lo cual
ese panel resultó un acto de grotesca y
provocación.
Curiosamente, la
CUT–Colombia fue declarada en
vacancia respecto a su titularidad en el
Buró y Consejo Ejecutivo de CSI,
y fuera del acuerdo del I Congreso de la
CSI, en el sentido de mantener
las representaciones por dos períodos
para dar opción a consolidar el proceso
unitario que dio origen al nacimiento de
la CSI.
Este hecho sólo se
conoció en el momento de constituir la
plancha de composición del Consejo y del
Buró. El argumento que también causa
hilaridad, respaldado por Víctor Báez,
secretario general de CSA, es
que, en un acuerdo de cafetería, el ex
presidente Carlos Rodríguez
comprometió ceder el espacio de la
CUT a la CTA de Argentina
para el período que se inició con la
elección en el II Congreso.
Así las cosas, la CUT
no ha renunciado, ni va a renunciar a su
derecho legítimo estatutario que sí se
aplicó para la totalidad de las
organizaciones que integran los órganos
de dirección de la CSI (no las
personas naturales), como es el caso de
la CGT en Colombia, cuyas
dos representaciones titulares en el
Consejo Ejecutivo y el Buró, fueron
respetadas.