En el movimiento sindical internacional
se viene desarrollando el debate sobre
lo que podría ser el nuevo
internacionalismo sindical bajo
condiciones de renovar sus plataformas
de lucha y su política de acción.
La necesidad de la renovación de las
plataformas de lucha en lo nacional e
internacional, en mi criterio, tiene que
ver con el envejecido esquema de las
cumbres sindicales, que se realizan
paralelamente a las cumbres de los
organismos multilaterales de la economía
mundial o de los diversos grupos de
países que definen el rumbo del modelo
globalizador imperante.
Esas cumbres sindicales internacionales
-que sólo producen costosos gastos de
organización y movilización y un
documento contestatario y refrito
durante la última década-
en verdad ya no inquietan al poder de los países ricos e
industrializados, y aún menos la acción
socialmente asfixiante de las
transnacionales y la banca usurera
internacional.
Para un verdadero cambio en la
plataforma de lucha y la renovación de
la política sindical, es necesario
trascender la vieja cultura del
pensamiento colonizado de nuestros
antiguos esquemas de sindicalismo
nacional o regional.
Para referirnos a
América Latina,
debemos dejar de creer que la solución
fundamental a nuestros conflictos y
dificultades depende en mayor grado del
apoyo de los sectores sociales o
sindicales de los países en desarrollo,
olvidando que por razones naturales
ellos tienen su corazoncito puesto según
los intereses geopolíticos o económicos
del país al que correspondan.
Para probar esta tesis basta observar
que nosotros, la Central Unitaria de
Trabajadores (CUT),
somos más proclives a establecer
relaciones internacionales
intersindicales más estables y
permanentes con el sindicalismo europeo,
estadounidense o canadiense, que con
nuestras hermanas centrales sindicales
latinoamericanas.
En el fondo, como trabajadores y
trabajadoras organizados en
Latinoamérica, padecemos una
profunda incoherencia: por un lado
tenemos un discurso que rechaza el
neocolonialismo y plantea la necesidad
de la unidad de los pueblos
latinoamericanos para hacer frente al
modelo globalizador neoliberal, y por
otro toleramos un marcado divorcio de
unidad de acción continental en las
luchas populares y sociales e, insisto,
en la cultura del pensamiento
colonizado,
porque creemos que las soluciones están
en el norte y en Europa y no entre
nosotros.
La Central Sindical Internacional (CSI), prepara
un documento propuesta para su segundo
Congreso a realizarse en Vancouver,
Canadá, del 21 al 25 de julio de
2010, y lo titula, aún en borrador, “Sindicatos
mundiales, empresas mundiales”.
Si bien en el texto general se destaca
que la globalización ha transformado
radicalmente el mundo del trabajo, eso
no ha redundado en beneficio de la
equidad social en las relaciones entre
capital y trabajo, y tampoco ha
eliminado del todo la responsabilidad de
los gobiernos en la regulación de las
actividades de las empresas con el
objeto de “proteger adecuadamente el
interés público en general”.
En siete puntos más el documento “Sindicatos mundiales, empresas mundiales”,
hace referencia a los elementos clave
generadores de la crisis que nos golpea
a los trabajadores y trabajadoras en el
mundo y por tanto al ámbito social en
general.
Además, incluye un llamado a regular en
forma definitiva, desde la legislación
nacional hasta la internacional en la
OIT,
el comportamiento laboral de las
empresas transnacionales que se han
desbocado, pasando por encima de los
mismos controles fiscales, de la
regulación económica, desfigurado
completamente incluso las condiciones
mínimas para un trabajo decente, y qué
decir de otros aspectos como la política
de exterminio de los derechos
sindicales, la violación a los derechos
humanos y el impacto ambiental.
En el documento de
CSI también
se reconocen y se exhorta a confrontar
los efectos de los códigos de conducta
-mal denominados “de ética”- de las
transnacionales, que han hecho de ellos
sus propias constituciones al margen del
control de los Estados nacionales en
donde operan.
Miremos por ejemplo el código de
conducta de
SABMiller–Bavaria
en
Colombia: ¿En qué se
diferencia de la empresa palmera
Inversiones Palo Alto,
que con banda paramilitar a bordo,
rechazó la asociación sindical de los
trabajadores y trabajadoras y la
negociación de un pliego de peticiones?
En que con el “sofisticado” terrorismo
psicológico implantado entre los
trabajadores cerveceros, logra impedir
la reorganización sindical.
Así podríamos continuar, atiborrando el
análisis de pruebas contundentes de la
razón que nos asiste en el propósito de
construir una respuesta política al
problema, pero es mejor evitar el riesgo
de continuar elaborando suntuosas
proclamas ineficaces.
Debemos abocarnos a cambiar la
plataforma de lucha y poner en práctica
una política de trabajo sindical que se
desmarque definitivamente de las formas
ideológicas corporativas y economicistas,
legitimantes de una acción sindical que
sólo reconoce la acción reivindicativa
como actividad específica de los
sindicatos, dejando a los partidos
políticos y al Estado las decisiones
macroeconómicas y renunciando a su
incidencia directa en la gestión de las
empresas estatales o privadas.
La
CUT de
Colombia, en esta nueva oportunidad de reconstruir el modelo
sindical nacional e internacional, debe
liderar la propuesta de que el
sindicalismo ejerza su voluntad
política, conservando y haciendo
respetar la autonomía sindical,
practicando lo político como ciencia, lo
cual conduce obligatoriamente a superar
el empirismo corporativista y a asumir
la necesidad de fundamentar, desde una
concepción de clase, las estrategias
sindicales.
El mayor obstáculo para instaurar una
nueva plataforma de lucha, con una
renovada política de internacionalismo
sindical, lo encontramos al interior
mismo de los sindicatos y se expresa en
una férrea trama de mutuas lealtades e
intereses, que protege a sindicalistas
de cultura corporativista y de viejo
empirismo.
Y en el ámbito latinoamericano,
encontramos la presencia evidente de
segmentos de élites de dirigentes
sindicales que se resisten a ser
permeables a los cambios y a introducir
las alianzas político-sociales
estratégicas con los partidos
democráticos de avanzada, o de izquierda
en la oposición, y que a menudo fomentan
el gremialismo al diferenciar la lucha
sindical de la movilización campesina,
indígena, estudiantil, de los
intelectuales o por razones étnicas y
culturales, cuando somos todos partes
del mismo pueblo.