Uruguay
Peludos de antes y de ahora
Peor que
en el 64 |
Hace
casi 38 años, al terminar el otoño de 1962, y cuando en Montevideo comenzaba a
desplegarse aquella curiosa consigna electoral “O vota a la UBD o todo sigue
como está”, un puñado de “peludos” de Bella Unión se reunía en el sótano
del sindicato de trabajadores de AMDET (el servicio municipal de transporte
colectivo, que sí lo hubo) con algunos dirigentes sindicales de Montevideo.
Mauricio y Gerardo Gatti, Héctor Rodríguez, Manuel Toledo, Artigas Sánchez,
Jorgelina Martínez, entre otros, escuchaban los planes que exponían Juancito
Bentín, Ataliva Castillo, Julio Vique, Nelson Santana, Raúl Sendic.
Los
asalariados rurales del norte, cortadores de caña de azúcar, habían llegado
hasta la capital, en su primera marcha, para reclamar en el Parlamento la
aplicación de un estatuto del trabajador rural, garantías para los convenios
colectivos y en particular la aplicación de la jornada de ocho horas en los cañaverales
y en los ingenios. Venían de una exitosa ocupación de los ingenios de CAINSA y
de una huelga que permitió el cobro de aguinaldos, licencias y horas extras
escamoteadas; victoria de patas cortas, porque los patrones se reponían de la
sorpresa.
La
presencia de “peludos” en Montevideo provocaba múltiples alertas: los
relatos sobre condiciones de trabajo y de vida en el norte eran tan descarnados,
pintaban escenas tan alejadas de la cotidianidad asfaltada, tan crudas, tan
violentas, tan injustas, que podían hacer completamente inoperantes los
habituales mecanismos parlamentarios
para adormecer urgencias, suavizar reclamos, tranquilizar temperamentos y
negociar gatopardismos, articulados, incisos, numerales.
En
el sótano del sindicato de AMDET –antes de regresar a los cañaverales donde
los esperaban las listas negras– los “peludos” sabían que, al
menos en aquel universo de caudillos políticos con capangas armados, comisarios
de cachiporra fácil para imponer la autoridad de los de arriba, y ejércitos
dispuestos a mantener el orden de los latifundios, cualquier mejora en las
condiciones de vida sería conquistado con esfuerzo, en la lucha. La jornada de
ocho horas, la eliminación del pago con cartones y los precios abusivos en las
“cantinas” eran sólo parte de la historia. La zafra en la caña duraba
apenas tres meses, y el que no podía, o no quería, patear los caminos buscando
la remolacha en el litoral, la frutilla y la papa en el sur, o el arroz en
Brasil, quedaba desocupado el resto del año.
La
ocupación del latifundio de Silva y Rosas, 30.000 hectáreas improductivas, una
impudicia en medio de la miseria, fue proyectada como la única forma de obligar
al gobierno y al Parlamento a resolver la situación social del norte: la
expropiación de tierras improductivas permitiría establecer en la zona una
cooperativa que diera al cañero trabajo todo el año y la posibilidad de
resolver su subsistencia. Los dirigentes sindicales que discutieron el plan con
los peludos en aquel sótano solidario comprometieron un movimiento de apoyo en
Montevideo, de modo que aquella ocupación de tierras en el norte olvidado y
lejano no quedara ignorada y silenciada.
La
vida tomó otros rumbos: la ocupación del latifundio no se produjo, pero la
simple consigna “Por la tierra y con Sendic” que orientó las siguientes
marchas cañeras reveló que Uruguay podía estar pronto para ciertas
“modernidades”, pero de ninguna manera para tocar la sagrada estructura de
la tierra, y menos aun para dársela a los que no tienen nada.
Pasados
38 años los cañeros retornan a Montevideo, esta vez como parte de la
Intersocial de Bella Unión, que agrupa también a productores rurales,
asalariados de las agroindustrias y comerciantes. Algunas cosas han cambiado y
otras no. Como se dijo en el Paraninfo de la Universidad el lunes 18, no ha
cambiado la estructura de la tenencia y explotación de la tierra, que se
mantiene igualita a como estaba en 1908; han desaparecido algunos latifundios,
pero se han consolidado otros que pertenecen a transnacionales, y si la tierra
ha pasado de manos, no ha sido a la de trabajadores, sino a los accionistas de
sociedades anónimas que muchas veces ocultan el proceso de extranjerización.
En
cambio, la vida del cortador de caña es peor, entre otras cosas porque ha
desaparecido, prácticamente, la plantación de caña de azúcar. Como dijo
“Colacho” Estévez, que vino ahora con UTAA, como vino en 1964, la
desocupación alcanza al 70 por ciento de los peludos y en verano puede llegar
al 100 por ciento; no hay nomadismo laboral ahora, así que “el
peludo se muere de hambre en su rancho”, no tiene la opción de la papa o
la remolacha.
Como
hace 38 años, los cortadores de caña siguen proyectando cooperativas para
cultivar tierras, ganarle la pulseada a la desocupación y derrotar el hambre.
Pero las tierras no aparecen. El latifundio de Silva y Rosas fue finalmente
expropiado, pero no llegó a manos de los peludos. Los militares proyectaron un
polo de desarrollo en el norte, proyecto que después continuó el gobierno de
Julio María Sanguinetti. Apareció CALNU, con los mismos caudillos colorados
que antes asesoraron en Azucarera Artigas; y después vino la famosa
“reconversión” –porque alguien, en algún lugar de este mundo
globalizado, decidió que no debía haber más industria del azúcar en
Uruguay– y entonces los dirigentes colorados supieron estar allí, en los
directorios de las empresas que pasaron a importar azúcar crudo para sustituir
la plantación de caña.
La
caña, actividad que ocupa la mayor cantidad de mano de obra de todas las que se
proyectan en Bella Unión, está definitivamente condenada, según los últimos
anuncios del presidente Jorge Batlle, a quien con justicia se le puede adjudicar
una coherente animadversión a los cultivos nacionales de lo dulce. Batlle se
inclina por la importación de azúcar refinado, con lo que, además de darle un
serio golpe a sus primos foristas, encaramados en el monopolio del crudo y de la
comercialización como testaferros de la transnacional MAN, consolidará la
desocupación del trabajador rural de Bella Unión. Los peludos siguen
necesitando tierra que no aparece. Se le pregunta a Colacho si hay tierras
improductivas, como lo había en 1964, y responde: “Ahí
mismo, en el ejido de Bella Unión”.
Todos
dicen que el azúcar importado no será más barato, como no lo es el azúcar
subsidiado que se produce a partir de crudo importado, que sólo sirvió para
desarticular la industria nacional, aumentar la desocupación y engendrar
negociados. Por donde se lo mire, no se entiende esta política destinada, al
parecer, a provocar violencia que luego, claro, condenarán indignados, con la
boca llena de palabras esdrújulas, quienes la engendran.
Samuel Blixen
Semanario
Brecha
22 de
diciembre de 2000