Con
Dan Gallin
Crisis y resurrección del
sindicalismo |
Sindicalista de amplia y reconocida militancia
internacional, Gallin analiza sin ataduras la situación del
movimiento obrero, sus sombras y luces, los espacios
perdidos y las luchas por ganar en un mundo al servicio de
las corporaciones transnacionales.
Dan Gallin, secretario general de la
UITA hasta
1997 luego de 29 años de labor, dirige el
Instituto Laboral Global
que tiene su sede en Ginebra, Suiza.
La presente entrevista se realizó en una pequeña y
bulliciosa cantina cercana a su oficina. Un refugio de
gastronomía familiar, punto de encuentro de parroquianos
conversadores e inexorables fumadores donde Dan es el mayor
exponente. En medio de estridentes diálogos, un fenómeno
insoportable para una acartonada sociedad que cultiva el
silencio como sinónimo de educación y buenas costumbres, Dan
fumó y habló a sus anchas.
-Europa está agitada en estos días.
-La presencia del presidente George W. Bush ha
galvanizado el descontento de la gente, y estas
manifestaciones confirman un movimiento popular que ha
ganado las capitales del mundo en varias ocasiones: en las
manifestaciones contra la OMC, en las diferentes instancias
del Foro Social Mundial.
-Contra la guerra en Irak.
-Sí, ha sido una cosa tremenda, la primera vez en la
historia del mundo en que se ha visto una protesta
internacionalmente coordinada con diez millones de personas
en las calles. Coordinada desde la gente misma a través de
Internet y el correo electrónico.
-Y a nivel sindical, ¿qué pasa?
-He dicho siempre que hay que internacionalizar el
movimiento sindical, porque no tenemos un movimiento obrero
internacional. En realidad, tenemos una aglomeración de
movimientos nacionales, sea la CIOSL, las federaciones
internacionales profesionales, incluso nuestra propia UITA,
que en realidad es una red bastante extendida de
organizaciones locales que reaccionan y piensan en términos
nacionales.
Hay una marcada incapacidad para crear una política
internacional, para salir por encima de los problemas. En un
mundo ideal deberíamos convertirnos en un sindicato único
internacional. ¿Parece utópico? Sin embargo no lo es. ¿Qué
lo impide? Todos los obstáculos están dentro de nosotros
mismos.
-El internacionalismo no respeta las fronteras, los
sindicatos sí.
-Eso sucede aquí mismo, en la Unión Europea. Recuerdo
que los sindicatos belgas realizaron una propuesta para
fusionar con los sindicatos de Holanda. Un proyecto pequeño,
pero no tuvo acogida. Si no logramos dar ese paso no creo
que se pueda internacionalizar el movimiento sindical.
En países tan similares como los nórdicos, unidos por
un idioma más o menos común, donde se entienden todos, ¿cómo
es que no hay un solo sindicato? El sindicato de la
alimentación finlandés ha perdido la mitad de sus miembros,
muchas empresas han cerrado y buena parte de la industria se
ha trasladado a Rusia y los países bálticos, donde los
salarios representan un 10 por ciento de los salarios
finlandeses. Es un sindicato que tiende a desaparecer. En
Suecia también hay problemas, entonces ¿por qué no
unificarse en un sindicato único? He planteado eso muchas
veces y no he encontrado respuestas.
Confío en la presión de los hechos y que algo va a
pasar. Sin embargo, se podría ganar mucho tiempo y evitar
muchas derrotas de anticiparnos a esos eventos.
-¿El fatalismo ha permeado a los dirigentes sindicales?
-Insisto, no hay un proyecto político. Yo no he visto
hasta ahora una acción sindical internacional –ni siquiera
nacional– para impedir el cierre de fábricas. ¿Cómo se puede
impedir? Bueno, haciendo pagar un precio más alto que el
beneficio del traslado. Sin un movimiento popular fuerte no
se puede cambiar este estado de cosas, y para ello debe
existir un proyecto político.
La tasa de beneficio aceptada hoy ronda el 15 por
ciento. Si una empresa obtiene menos de eso entra en crisis.
En décadas pasadas un ingreso inferior era aceptado. ¿Pero
quién ha inventado eso, por qué? He visto cómo sobre la tasa
Tobín se ha desarrollado enormemente ATTAC. ¿Por qué no hay
un movimiento internacional contra el 15%? ¿Por un beneficio
internacionalmente aceptado de un 5%?
-Tengo la impresión de que también debemos sindicalizar a
los sindicatos.
-Hay que desburocratizar a los sindicatos y
democratizarlos. En el mundo industrializado salimos de 30
años de bienestar, donde los sindicatos no tenían otros
problemas que administrar el statu quo. Ahora la situación
es diferente y los sindicatos que tienen una cultura de
administración, no saben qué hacer, están desorientados.
-¿Rescatar la cultura sindical?
-Sí, volver a las fuentes, a los orígenes. Explicar lo
obvio: ¿por qué los sindicatos? La gente del Foro Social
Mundial dice "Otro mundo es posible", y eso es lo que el
movimiento sindical ha dicho históricamente. Tenemos que
volver a insistir en ello y además explicar qué mundo
queremos.
La clase obrera representa todavía la gran mayoría de
la humanidad, el problema es que está cambiando. Las grandes
empresas con miles de trabajadores, como sucedía en la
industria metalúrgica, han desaparecido. Hoy el sector
informal crece, y es gente autoempleada en trabajos de
sobrevivencia. Entonces, debemos reinventar estrategias para
organizar a esa gente que no tiene tradición sindical y que
está muy dispersa. Debemos recordar que esa fue la situación
en el siglo XIX, cuando el sindicalismo daba sus primeros
pasos, y sin embargo logramos sindicalizar masivamente.
Para ello debemos combinar el sindicalismo y la
política. Organizaremos sindicalmente a esa gente en la
medida que logremos construir un movimiento popular -
político - sindical, con alianzas con organizaciones de
mujeres, ambientalistas, etcétera. Es decir, coaliciones
populares amplias con un programa político común. Así
podremos revertir la relación de fuerzas.
-El primer mojón está en aceptar la crisis para construir el
cambio. ¿Tú crees que los dirigentes aceptan la crisis?
-¡Todavía no! En realidad estamos pagando el precio de
la despolitización y de la desideologización de los últimos
30 o 40 años, ese es el problema. Por ejemplo en Europa, el
movimiento obrero antes de la Segunda Guerra Mundial contaba
con una multitud de organizaciones populares auxiliares y
juntos representaban una gran contracultura. El movimiento
obrero no era solamente sindicatos y partidos políticos,
era un gran movimiento popular. Ese espacio se perdió luego
de la Segunda Guerra Mundial, donde el movimiento sindical
creyó que podía descansar en el Estado, reduciendo su labor
exclusivamente a la contratación colectiva, y dejando de
lado su misión política de organizar a la sociedad en su
conjunto.
-La labor sindical más allá de las cuatro paredes de la
fábrica.
-¡Claro! Los sindicatos perdieron importantes vínculos
con otros sectores de la sociedad. También perdieron sus
bibliotecas, se tiraron los archivos porque eran viejos
papeles, etcétera. Ahora estamos pagando un alto precio,
porque el vacío que hemos dejado fue ocupado por las ONG,
que hacen las tareas que realizaban las organizaciones
auxiliares antes. Así que tenemos que reconquistar las ONG,
que en realidad son las hijas ilegítimas del movimiento
obrero (risas).
Claro que cuando se abandona un espacio por tanto
tiempo, alguien lo ocupa, porque los problemas quedan, las
tareas quedan, porque las mujeres no son iguales, la
contaminación lo está invadiendo todo, los derechos
humanos...
Todo eso configura un espacio que debe ser recuperado
por el movimiento obrero y sólo los sindicatos pueden
hacerlo. Pero para ello deben transformarse a sí mismos.
-Ya que hablas de las ONG: su joven militancia contrasta con
aquella que vemos en los sindicatos.
-Eso sucede porque no hay un proyecto político. A la
juventud lo que le interesa es un proyecto político, no se
entusiasma si no hay una visión amplia de la sociedad. Es
precisamente eso lo que hay que ofrecer: una perspectiva
social general, una política que vaya más allá de la
práctica sindical tradicional.
Por ejemplo, en Suiza –un país tranquilo donde el
sindicalismo está en crisis– los más importantes sindicatos
de la industria privada (la construcción, madera y el
metal), han creado un tercer sindicato para la organización
de los trabajadores del comercio y los servicios, que es un
desierto sindical en Suiza. Ese sindicato es el único que
crece aquí. ¿Quiénes son? Dos tercios son mujeres y jóvenes.
¿Políticamente? Radicales: socialistas, trotskistas,
etcétera. Esta gente pelea como leones, nunca había visto
eso en Suiza. Bueno, estas cosas pasan en distintos lugares,
también en Estados Unidos, donde se evidencia una renovación
del sindicalismo. Y en Inglaterra.
Este proceso va a llegar a todos. El sindicalismo es
un movimiento vivo y por lo tanto cambia, y no es necesario
que todos los viejos se mueran. Los trabajadores se
organizan naturalmente, incluso en el sector informal. En
lugares donde nadie se imagina una organización sindical,
están naciendo.
-También ha entrado en crisis el propio trabajo. El mercado
prescinde más y más de los trabajadores, al tiempo que se
degradan las condiciones de empleo y se deprimen los
salarios.
-Y esa situación no se puede contrarrestar con las
medidas sindicales habituales. Por eso hablo de la necesidad
de vincular la política y el sindicalismo. Cuando hablo de
política, por supuesto no hablo de política partidaria, me
refiero al socialismo como un proyecto general histórico, no
ligado a un determinado partido.
La cuestión de los derechos del hombre y del
trabajador es fundamental en eso. Por ejemplo, ¿qué pasa con
China? Es un país que aspira a atraer todo el trabajo de
Europa occidental, de Europa oriental, de América Central,
de México. ¿Por qué? Porque no hay sindicatos en China. Ahí
se da el trabajo más barato del mundo, en el país con la
mayor población del planeta. Esa situación no fue escogida
por los trabajadores chinos, que cuando han intentado
organizarse fueron brutalmente reprimidos. Es decir, aquí
hay una cuestión fundamental de derechos humanos y del
trabajo. Pienso que China va a reventar y algún día habrá un
movimiento sindical que será un aliado nuestro.
-Es un momento histórico muy complicado, pero ahí está la
gente votando en contra de las políticas neoliberales.
-Claro, los pueblos no son tontos, están absolutamente
en contra. Pero no encuentran el vehículo para expresarse.
Los partidos de izquierda no pueden trabajar fuera del
estado nacional, no pueden pensar fuera de la caja. Los
pueblos sí. Un proyecto internacional de resistencia contra
el neoliberalismo, sobre todo si hay un proyecto alternativo
creíble, tendría el respaldo de los pueblos. En eso debemos
trabajar.
La construcción de una sociedad socialista es una
aspiración sentida del movimiento obrero, y para ello no es
necesario un nuevo Carlos Marx, el viejo alcanza (risas).
Cuando estamos en crisis en todos los países y en
dificultades con los partidos políticos que fueran nuestros
aliados históricos, el problema práctico es reinventar un
socialismo democrático a partir del movimiento sindical.
-La imaginación está muy erosionada.
-También creo en eso. Para llevar adelante nuestro
proyecto debemos tener imaginación y un poco más de humor
(risas). Somos muy serios. Eso es un problema con la
juventud. ¿Por qué no somos capaces de atraer a la juventud?
Hay que luchar a través de formas imaginativas, estamos
luchando en trincheras en vez de hacer guerrillas. Lo que
nos falta es imaginación, movilidad, abrir nuevos frentes.
Debemos ser más impredecibles por favor.
-¿Todavía se puede?
-Claro que se puede. El proyecto neoliberal es hostil
al bienestar de la gente, es antihumano. Por supuesto que va
a crear resistencias y rebeldías, como ya está sucediendo y
habrá cambios. El problema es disminuir los costos, los
plazos, debemos recortar el proceso antes que la destrucción
sea irreversible. Nuestra tarea es organizar todo lo
organizable para minimizar el daño.
-¿El movimiento obrero podrá ser un catalizador de ese
descontento creciente?
-Sí, porque el descontento también se manifestará en
el interior del movimiento obrero y se producirán cambios.
Gerardo Iglesias
© Rel-UITA
9 de junio de 2004
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