La floricultura colombiana es mundialmente

famosa por sus productos de asombrosa hermosura.

Desgraciadamente, esa beldad se logra mediante la

explotación y el maltrato a decenas de miles de trabajadores

 y trabajadoras. Sirel dialogó con Alejandro Torres, asesor de

la Unión Nacional de Trabajadores de las Flores (UNTRAFLORES) e investigador destacado sobre la floricultura en Colombia, un sector

con mucho más espinas que rosas.

 

  

 

-¿Cuántos años hace que estás

 relacionado con este sector?

-Desde comienzos de 2001.

 

-¿Cómo lo describirías?

-Es un sector que tiene áreas características que lo definen: es uno de los principales exportadores de productos agroindustriales en Colombia y, por otro lado, concentra un número muy importante de trabajadores y trabajadoras.

 

-¿Estamos hablando de cuántas

 personas en total?

-Más de 100 mil trabajadores directos y unos 200 mil indirectos.

 

-¿Cuántos por hectárea?

-En promedio, entre 14 y 16 trabajadores por hectárea. La floricultura es quizá el sector agroindustrial con mayor concentración de trabajadores por unidad de área. Pero también donde se vive la más agobiante explotación. Un sector ligado a importantes transnacionales…

 

-Un sector muy débil sindicalmente…

-Es así. Por regla general, cada vez que se ha formado un sindicato se pone en marcha toda una serie de mecanismos para terminar con la organización. Pero, a su vez, es un sector donde se puede crecer sindicalmente, y en eso estamos.

 

-¿Un camino difícil?

-¡Muy complicado! El problema es que hay una cultura antisindical enorme, que en muchos casos ha permeado en los propios trabajadores. Por otro lado, el 65 por ciento de la mano de obra son mujeres, y entre ellas predominan aquellas que son jefas de hogar, que lo único que tienen para el sustento de la familia es ese empleo…

 

-De todas formas, la gente se anima y esto da una idea de las deplorables condiciones de trabajo que presenta el sector.

-Están en condiciones pésimas, con una excesiva carga horaria, expuestos a una batería de agrotóxicos muy nocivos. Hay una política generalizada de incumplimiento en los pagos, fundamentalmente de las prestaciones sociales. En el sector es común la violación sistemática de la legislación laboral en relación al pago de horas extras, trabajo en días festivos, dominicales, etc.

 

-En el sector puedes encontrar un empleo, pero muy pocas veces un derecho.

-Sí, las dos cosas no van juntas.

 

-Cuéntanos un poco sobre el proceso de producción de flores.

-En Colombia se producen esencialmente rosas, claveles y astromelias. Ese es el grueso de la producción.

 

Las semillas, en su mayoría holandesas, germinan en invernadero y después viene el proceso de trasplante. Luego los tratamientos dependen de la variedad, los claveles tienen un proceso de un año, las rosas de hasta cuatro años, y durante su crecimiento hay una serie de labores: se enmalla la flor, la “empiolan”, la “encauchan”.

 

Además del área de cultivo de la flor, está el área de clasificación, que es un trabajo muy duro porque el ambiente es muy inhóspito, muy frío y muy húmedo, donde permanentemente se está regando el piso para mantener el frío.

 

Sabemos de algunas empresas donde en las jornadas de pico, como las previas a San Valentín, por ejemplo, se llega a trabajar las 24 horas corridas.

 

Concentración en pocas manos

 

-¿Cómo en otros segmentos, la concentración es una característica en la floricultura?

-En los últimos años se está observando un cambio profundo. Un importante número de empresas, principalmente pequeñas y medianas, han cerrado sus instalaciones, mientras que sólo dan muestras de poder sobrevivir las ligadas a conglomerados en buena parte de capital internacional, que participan prácticamente en toda la cadena, desde la producción hasta la distribución sobre todo en Estados Unidos, hacia donde va el 80 por ciento de la producción.

 

El sector genera ventas anuales por 1.000 millones de dólares, y las transnacionales se quedan con un 70 por ciento de ese monto.

 

Junto a este fenómeno, crece el deterioro de las condiciones laborales y de vida de la inmensa masa de trabajadoras y trabajadores.

 

-¿Qué ha ido cambiando?

-Los capitalistas han optado por descargar sobre las trabajadoras y trabajadores los aspectos que afectan a sus ganancias: la devaluación del dólar y el incremento de los costos de los insumos. Por eso los despidos son cada vez más frecuentes y se da una mayor concentración de tareas en menos operarios. Y como lo señalaba antes, a esta situación hay que sumarle la subcontratación, la supresión de todo beneficio y la aplicación de métodos inhumanos como el banco de horas o los horarios flexibles.

 

-¿Esa intensificación del trabajo se traduce además en un deterioro creciente en términos de salud?

-Por supuesto. Ello explica por qué un número creciente de trabajadores está perdiendo su capacidad laboral a una edad cada vez más temprana, agobiados por dolorosas enfermedades como el síndrome del túnel carpiano, bursitis, tendinitis, síndrome de manguito rotador, epicondilitis, enfermedad De Quervain, a las que hay que sumarles, entre otras, las dolencias de la columna vertebral, de los miembros inferiores y las afecciones respiratorias.

 

-¿Mucho trabajo repetitivo?

-Sí, sobre todo en el corte de la flor. El producto que se exporta es la flor recién cortada, y esto se hace con unas tijeras parecidas a las de trozar aves. Los trabajadores y trabajadoras pasan jornadas enteras, ocho o diez horas cortando y cortando. Antes un trabajador realizaba distintas tareas, había una rotación, pero ahora no. Por ello las enfermedades son brutales.

 

Una constatación: los trabajadores con mayor antigüedad tienen menos enfermedades que los nuevos. Eso quiere decir que antes el trabajo era menos penoso, no tan repetitivo, ni tan intenso.

 

-Estamos hablando de dolencias que en muchos casos son irreversibles.

-Sí, eso es lo más doloroso. El padecimiento del túnel carpiano no tiene cura, como otros provocados por el esfuerzo repetitivo.

 

-¿Qué sucede cuando alguien comienza a sufrir dolor: ¿tiene algún seguro? ¿Puede acceder a algún tratamiento?

-Ahí los trabajadores pasan de ser víctimas de las empresas, a ser víctimas del sistema de salud. Sucede que en Colombia el sistema de asistencia es un proceso tortuoso. Primero la empresa prestadora de salud tiene un área laboral; ahí pueden demorar meses para que lo atiendan. Cuando lo hacen, muchas veces la prestadora afirma que se trata de una enfermedad común, producto de alguna actividad de índole doméstica.

 

Si por casualidad la empresa prestadora cree que es un problema relacionado con el trabajo, la pasa a otra entidad que es la administradora de riesgos profesionales, la cual usualmente dice que la enfermedad no es laboral, y luego viene un trámite ante una junta regional de calificación de las enfermedades que, cuando califica una enfermedad como adquirida en la labor estipula una pérdida de capacidad laboral mínima.

 

Entonces, ahí estamos frente a un trabajador que no puede utilizar ya las manos, que no puede sujetar un pocillo o abotonarse una camisa, y le dicen que tiene un 5 por ciento de incapacidad laboral; pero resulta que lo único que puede utilizar un trabajador para ganarse la vida son sus manos. Por lo tanto, ha perdido el 100 por ciento de su capacidad laboral. Lo único que hacen estas prestadoras es restringir ciertas tareas en algunos casos, pero luego las empresas ni siquiera cumplen esas restricciones.

 

-¿Cuánto gana en promedio una trabajadora o un trabajador del sector?

-Generalmente el mínimo legal, en promedio unos 250 dólares al mes.

 

-¿Con eso se vive en Colombia?

-No, con eso no se vive. Se calcula que una familia de cuatro personas necesita tres salarios mínimos para vivir en Colombia.

 

 

En Buenos Aires, Gerardo Iglesias

Rel-UITA

27 de julio de 2010

 

 

 

 

Ilustración: Allan McDonald, Rel-UITA

Foto: Gerardo Iglesias

 

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