Miguel Ángel Rodríguez, secretario general de la filial La Plata, y
Eugenio González,
delegado de la
filial Clorinda de la
Federación Argentina
Unión Personal de
Panaderías y Afines (FAUPPA),
son dos referentes de la
rica historia de los
panaderos argentinos.
-Quedan pocos maestros panaderos…
Miguel Ángel Rodríguez-
Es cierto. Una realidad advertida por la
Federación y sobre la cual estamos
trabajando. Sucede que la introducción
de la tecnología -hoy se hace pan en
cualquier lugar y por medio de un
personal que no necesita estar
especializado- está haciendo estragos.
Por otro lado, también inciden los bajos
salarios y la juventud no se siente
persuadida de aprender el oficio. El
panadero es un artesano, un oficio que
cuesta mucho aprenderlo.
-¿La introducción de tecnología y la
falta de artesanos explican la pérdida
en la calidad del pan?
Miguel Ángel Rodríguez-
No tengas dudas. Vamos a considerar que
un joven sale de una escuela luego de
aprender el oficio, pero luego el
establecimiento será el lugar donde
alcanzará la perfección desde la
práctica. Eso lleva muchos años. Dentro
de un establecimiento es necesario que
haya un control de calidad del producto,
de la materia prima y esa es la
responsabilidad del maestro que es un
idóneo en panadería. Todos los días se
aprende algo, se sigue perfeccionando.
Quien maneja un establecimiento tiene
que conocer sobre las harinas, su
tiempo, humedades, etc. Como esto se ha
ido perdiendo, la actual merma en la
calidad del pan está relacionada a éstas
y otras falencias.
-¿Duele…?
Miguel Ángel Rodríguez-
Sí, y nos preocupa mucho también. Para
nosotros este oficio es un sentimiento.
Años atrás, si algún trabajador sacaba
un producto de tan baja calidad como el
de ahora, no esperaba a que el patrón lo
echara, se iba solo, porque no solamente
estabas en falta con la empresa sino que
era una deshonra para el gremio.
-El marketing nos habla de que la masa
congelada llega a todos lados, pero lo
cierto es que se compra el pan en la
mañana y por la noche es incomible…
Miguel Ángel Rodríguez-
Incomible… esa es la verdad. Hoy muchas
veces la calidad del pan afecta la salud
del ser humano: es pura química. Además,
como bien señalas, cuando pasan las
horas parece una goma. Recuerdo la
famosa galleta de campo que se consumía
mucho en el interior, había gente que la
llevaba por bolsa como si fueran papas.
Ese producto duraba una semana por lo
menos y no perdía sus propiedades. El
pan es como el niño, necesita una madre,
el llamado “resiento”. El resiento era
la levadura madre de la que siempre se
guardaba un pedazo y después se fundía
con un poquito de levadura de cerveza y
con eso se amasaban 600 kilos de harina.
Eso cambió con la incorporación del
bromato de potasio, un químico
altamente tóxico para la salud.
Eugenio González-
Con la introducción de la tecnología tal
vez se abarataron costos, pero a
expensas de la calidad y del trabajo.
Así perdieron el pan y el consumidor, y
también nosotros como artesanos. Por
otro lado, antes el trabajo era lo
principal. Te cuento una anécdota:
cuando tenía más o menos 11 años
acompañaba a mi tío que iba a cortar
leña en una panadería. Ahí yo tuve la
posibilidad de ver cómo se trabajaba:
veía al panadero hacer el pan, cómo
amasaba en la batea, y así me fue
llamando el oficio. Quiero decir con
esto que desde muy joven comencé a amar
esta profesión, hoy parece que los
jóvenes están en otra… no sé.
-¿Recuerdas quién fue tu maestro?
Eugenio González-
Un dirigente del sindicato, Arnulfo
Primitivo Gómez, un anarquista. No
sólo me enseño la profesión de panadero
sino que también me dijo que me acercara
al sindicato, y me dio libros para que
leyera. Allí también empecé a conocer
las leyes laborales. Por eso me alegran
tanto los cursos que la FAUPPA
junto a la UITA está dando a los
jóvenes, ese es un camino para ir
buscando un cambio.
-¿Qué otras cosas te enseñaron aquellos
anarquistas?
Eugenio González-
Me ensañaron cómo debe actuar un
dirigente no solamente a la hora de
defender los derechos de un trabajador,
sino a estar siempre, cuando un
compañero fallece o un familiar de un
afiliado está enfermo. Eran algo
autoritarios ─no sé si es la palabra
justa─, pero a ser responsable lo
aprendí también de ellos. En aquella
época un afiliado que faltaba a una o
dos asambleas del sindicato era
sancionado o suspendido; había mucho más
disciplina.
-Me imagino aquellas asambleas con los
buenos oradores que tenía el anarquismo…
Eugenio González-
Sí, eran grandes oradores, que realmente
pocos dirigentes políticos lograban
igualar. Esa gente estaba realmente
preparada para la lucha, ellos también
me enseñaron a ser amigo del libro, de
la cultura.
-¿Cómo anda el sindicalismo hoy?
Eugenio González-
Como decía, hay que trabajar mucho con
la juventud y me anima lo que está
haciendo nuestra Federación. Los jóvenes
deben sentir que el sindicato es su
segunda casa y una escuela. ¡Hay mucho
por hacer!