El
27 de noviembre, los cuatro trabajadores de Telefónica que se mantenían en
huelga de hambre desde hacía 23 días en Barcelona, decidieron suspender la
acción de protesta por recomendación médica ante el riesgo de afectación a su
salud.
La huelga fue
motivada por la demanda de readmisión de Marcos Andrés, un trabajador y
sindicalista que había sido despedido el 4 de febrero de 2011 mientras estaba de
baja médica.
La empresa ponía así
fin a una relación laboral de 24 años. Después de tres juicios, y de que el
fallo judicial declarara improcedente su despido, Telefónica continuaba
negándose a readmitir al trabajador.
A pesar de la intensa
lucha, la multinacional no cedía y la acción sindical tradicional no había podía
lograr los objetivos planteados.
En ese contexto
Marcos y otros cuatro trabajadores de la empresa, Laurentino González,
Josep Bel, Carlos Ballena y Albert Díez, con una larga
trayectoria sindical y de lucha social decidieron iniciar una huelga de hambre.
Así lo explicaba
Josep: “Después de hacer huelgas, después de hacer flashmob, después
de hacer la acampada con el 15M, ganamos el primer juicio, el segundo lo ganamos
y lo declara improcedente pero acaba en la calle, decimos: no puede ser que
teoricemos que no se puede hacer nada cuando hay una injusticia”. Para Albert,
la huelga “no es una fiesta, no es una machada, esto es un grito desesperado
a la sociedad: nosotros ya no sabemos qué más hacer”.
Además de la demanda
de readmisión, la preocupación fundamental de los huelguistas tenía que ver con
la degradación de las condiciones de trabajo que se estaba produciendo en la
empresa.
La
huelga dio a conocer el conflicto y la demanda de los trabajadores,
y sobre todo ha permitido explicar los intereses empresariales por
degradar e imponer un nuevo régimen de condiciones laborales.
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El despido de
Marcos y de otra trabajadora en Madrid en realidad formaba parte de un
proceso de sustitución de una plantilla laboral que gracias a la lucha sindical
disponía de ciertas condiciones y derechos, por trabajadores subcontratados y
externalizados, y por tanto mucho más baratos para la empresa.
Estos hechos se
produjeron justo antes de la negociación del convenio colectivo de la empresa y
de un Expediente de Regulación de Empleo (ERE) que iba a acabar con 6.500
puestos de trabajo. Los despidos fueron dirigidos, según cuenta
Laurentino en declaraciones a Sicom, a provocar “miedo a la plantilla y
que se acogieran al ERE”.
Durante todo el
conflicto la empresa ha mantenido una actitud amenazante y no ha cedido a las
demandas de los trabajadores. Sin embargo la huelga de hambre ha permitido
romper con el cerco mediático que había impuesto la transnacional en torno a sus
problemas laborales.
Al cabo de unos días
Internet y las redes sociales se inundaron de videos, fotografías y muestras de
apoyo de todo tipo con los huelguistas; se realizaron numerosas actividades de
calle que congregaron a centenares de personas; fueron muchísimas las personas
que se acercaron al local en la que estaban los huelguistas en el barrio del
Paral.lel de Barcelona para hacer presente su solidaridad, incluyendo políticos
de diferentes formaciones de izquierdas que se encontraban en esos días en plena
campaña electoral para el Parlamento de Cataluña.
La huelga dio a
conocer el conflicto y la demanda de los trabajadores, y sobre todo ha
permitido explicar los intereses empresariales por degradar e imponer un nuevo
régimen de condiciones laborales.
El conflicto sigue
abierto y será largo, pero la huelga de hambre que ahora termina ha situado la
lucha en Telefónica en otro escenario y ha fortalecido la moral de sus
trabajadores.
Los huelguistas han
sido un acicate moral, una negativa a aceptar la resignación y la derrota.
Su ejemplo de valentía y dignidad no solo cunde entre sus compañeros, si no que
también ha calado en gran cantidad de personas, gente trabajadora golpeada por
la gran estafa en la que se ha convertido la gestión de la crisis económica.
Termina la huelga de
hambre, pero la lucha sigue y la moral más alta.
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