Guatemala
Historias
de mujeres trabajadoras en maquilas
Reflejo
de una situación crítica |
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Principalmente en textileras, ellas deben soportar
maltratos, insultos y hasta agresiones con tal de preservar
el único empleo al que tienen acceso.
Las autoridades del Ministerio de Trabajo y organizaciones
que velan por los derechos de estas mujeres reconocen que
hay empresas "en las que verdaderamente se respetan sus
derechos", pero lamentan que en la mayoría "los abusos,
humillaciones, explotación y violación de sus derechos
laborales, es una constante".
Elizabeth Juárez, una guatemalteca de 24 años, madre
soltera de dos niños, habitante de un barrio marginal de la
periferia sur de la capital y trabajadora de una de estas
fábricas, es el vivo ejemplo de lo que significa en
Guatemala "no tener otra opción más que dejar mi vida y la
de mis hijos en la maquila".
Sus manos son las encargadas de pegar los botones y
emblemas de los pantalones vaqueros y camisas de moda de
prestigiosas marcas, que son vendidas a altos precios en los
almacenes de Los Angeles o Nueva York, y por lo que apenas,
con suerte, llega a ganar el equivalente de cinco dólares
diarios por más de diez horas de trabajo.
"El problema no es tanto que nos paguen poquito, sino que
nos obligan a trabajar más de ocho horas al día; si no
cumplimos con las metas que nos fijan los supervisores nos
insultan, y cuando al jefe le da la gana nos despide",
cuenta Elizabeth.
Esos abusos, explica, los aguanta porque no tiene otra
opción para ganarse la vida y la de sus hijos. "Como no
estudié, apenas llegué a tercero de primaria, no me dan
trabajo en otro lado", lamenta.
Elizabeth forma parte de las cerca de 100.000 mujeres
guatemaltecas que son empleadas en las 450 fábricas de
ensamblaje de ropa que hay en el país, cuyas edades oscilan
entre los 18 y 35 años de edad.
Ligia Rodríguez, una nicaragüense de 19 años que llegó a
estas tierras buscando mejores oportunidades, compañera de
penas y de trabajo de Elizabeth, asegura que "uno de los
supervisores de la maquila (donde ambas trabajan), desde que
empecé a trabajar ahí (hace tres meses) me acosa y me pide
que me acueste con él. De esa forma se quiere cobrar por
haberme dado trabajo".
No denuncian estos hechos, "porque si nos quejamos nos
echan, y entonces ¿de qué vamos a comer?", explica Ligia.
Floridalma Contreras, líder de la "Instancia Coordinadora
de la Maquila", la cual da apoyo y asesoría legal a las
trabajadoras de esta industria, lamenta que "el miedo y la
necesidad de trabajar las obligue a soportar esas
infrahumanas condiciones de trabajo".
Según Contreras, en los últimos seis meses la Instancia ha
asesorado a al menos 80 trabajadoras de maquila para que
presenten las denuncias ante las autoridades.
Las estadísticas del Ministerio de Trabajo hablan de 1.800
quejas recibidas en la Inspección de Trabajo en el último
año, pero una fuente de esa dependencia reconoce que las
denuncias "casi no prosperan porque no se les da seguimiento
por parte de las interesadas".
La Instancia, en la cual participan los únicos cuatro
sindicatos de maquila del país, ha exigido al Parlamento
guatemalteco la aprobación de una ley que obligue a los
propietarios de las fábricas a garantizar condiciones
adecuadas de trabajo, protección sanitaria y de seguridad
industrial.
Sin embargo, a pesar de que varios legisladores han
ofrecido ayudarlas, el tema no entra en la agenda de los
políticos.
La mayoría de estas fábricas son dirigidas por
industriales coreanos, estadounidenses y guatemaltecos, y
también las hay de capital tailandés y mexicano.
Tres propietarios y supervisores de tantas fábricas,
consultados por la agencia de noticias EFE, se negaron a
hablar sobre las denuncias de sus empleadas.
"Habrá que seguir aguantando, porque no nos queda de
otra", se resigna Elizabeth, mientras, en las afueras de la
fábrica, de una bolsa de papel saca los alimentos de su
dieta diaria: un poco de fríjoles, un huevo cocido, y tres
tortillas. Todo frío, por supuesto.
EFE
13 de mayo
de 2005
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