La
realidad de las maquilas |
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Las
multinacionales trasladan sus empresas en busca de mayor
rentabilidad.
En las décadas de los sesenta y setenta, muchas empresas
estadounidenses iniciaron una reubicación de sus industrias
a pocos kilómetros de distancia, sobre todo a Centroamérica.
El auge de esta nueva localización llegó en torno a los años
noventa cuando empresas europeas y asiáticas, conscientes
del fenómeno globalizador de la economía y de la
liberalización del comercio internacional, trasladaron sus
inversiones de capital a estos países.
Estas fábricas se denominan maquilas, término árabe que hace
referencia a la porción de grano que le corresponde al
molinero tras la molienda. En México, una cuarta parte de
los trabajadores del sector industrial, más de un millón,
trabaja en las más de cuatro mil maquilas situadas en el
país. En Costa Rica, El Salvador, Honduras, Guatemala,
Panamá y República Dominicana son más de medio millón las
personas que trabajan en este tipo de fábricas, en
condiciones muy precarias y con multitud de derechos
recortados como la libertad sindical o de negociación.
La economía prima sobre
la persona
Los principales sectores que se benefician de esta situación
son los que requieren de un mayor uso de mano de obra. Así,
las industrias textiles, de montaje de productos eléctricos,
de muebles o de juguetes, deciden traspasar sus fronteras
buscando una mayor rentabilidad a costa del pago de salarios
bajos. En Estados Unidos, hace siete años, un trabajador
percibía por una hora de trabajo en torno a diecisiete
dólares; por el mismo trabajo, en México, país vecino, un
trabajador percibía alrededor de un dólar y medio. Por ello,
empresas como Mattel Toys, Chrysler o Ford Motor Company
decidieron establecer fábricas allí.
Los gobiernos de los países centroamericanos, consideraron a
las maquilas la solución ante la falta de empleo y la
pobreza que padece el sesenta por ciento de los más de
treinta millones de centroamericanos. Por ello, facilitaron
su asentamiento a través de la creación de las llamadas
zonas francas, áreas sometidas a controles aduaneros y
fiscales especiales para fomentar las inversiones de las
multinacionales. En muchos casos los gobiernos dejan
totalmente exentas del pago de impuestos a estas empresas.
Si estas situaciones cambian, las empresas trasladan las
maquilas importándoles muy poco lo que dejan atrás.
La principal excusa que interponen los gobiernos para
justificar la instalación de maquilas en sus territorios es
que contribuyen a la modernización e industrialización del
país y favorecen el desarrollo económico de la nación. Esta
afirmación se ha demostrado que no es real. En primer lugar,
el sector textil es una de las ramas con menor desarrollo
industrial. Para la labor que se realiza en estas fábricas
de Centroamérica, la maquinaria no es necesaria. Lo son más
las manos de las personas que trabajan en la cadena, ya que
para coser botones o bolsillos se requiere de mano de obra,
no de tecnología punta. Es la parte de la confección más
sencilla, la que no necesita formación ni alta mecanización.
El desarrollo económico tampoco va ligado a las maquilas. Los
gobiernos centroamericanos se jactan de sus guarismos de
exportación de bienes y consideran a las maquilas las
responsables. Pero la realidad se presenta de manera
sesgada..
Las maquilas deben importar todos los insumos de los países
de origen de las empresas multinacionales y no emplean
materias primas nacionales, salvo madera o productos
agrícolas. Además, su grado de reinversión en el país es
prácticamente nulo.
Hasta hace pocos años, las importaciones de insumos y las
exportaciones de productos elaborados no se registraban en
la balanza comercial de los países. Por recomendaciones del
Fondo Monetario Internacional se han incorporado generando
un espejismo de industrialización y desarrollo económico
inexistentes.
Si el limbo fiscal en el que se encuentran y los sueldos
ínfimos fueran poco, otras de las características que las
marcan son la precariedad laboral y la supresión de derechos
elementales de cualquier trabajador como la libertad
sindical o de negociación.
Siempre pierden más las
mujeres
Otra de las particularidades de las maquilas es la primacía
de la contratación de mujeres: en torno a un ochenta por
ciento del total de los maquiladores centroamericanos. Los
empresarios buscan a chicas, de entre quince y veinticinco
años, sin hijos y sin experiencia laboral. Al ser chicas tan
jóvenes y en muchos casos proceder de zonas rurales, no
tienen formación en lo referente a las legislaciones
laborales ni derechos que deberían tener. Ellos consideran
que de esta forma la mano de obra es dócil, paciente y
disciplinada. Además, al dedicarse en muchos casos al sector
textil, dan por hecho que son prácticas que dominan ya que
también las deben realizar en sus tareas domésticas.
En todo el mundo las mujeres trabajan y tienen a su cuidado a
sus respectivas familias. Pero también sucede que el
trabajo, aunque sea idéntico al de los hombres, es
considerado menos importante y se les paga menos por ello.
Las mujeres centroamericanas trabajan por varias razones,
pero la fundamental es la económica: las casadas no tienen
dinero suficiente para atender a sus familias con el dinero
de sus maridos o porque ellos no trabajan; las madres
solteras tienen que mantener a sus hijos; y las solteras,
necesitan ayudar a sus familias porque con el dinero de sus
padres no pueden vivir.
Una de las condiciones que debe tener una trabajadora de una
maquila es que no esté embarazadas. Para ello se realizan de
forma rutinaria pruebas de embarazo. La organización Human
Rights Watch (HRW) denunció el pasado año esta práctica en
determinados países como la República Dominicana a pesar de
estar prohibida por varios tratados internacionales de
derechos humanos. Unas de las encuestadas por HRW, Sergia
Báez, declaró que “me hicieron la prueba de embarazo, que es
lo más importante para ellos”. En caso de dar positivo, la
trabajadora es despedida en el momento.
Además de las horas extras no pagadas, los salarios
denigrantes o las largas jornadas de trabajo, hay otros
hechos más graves como las denuncias presentadas por la
violencia de los empresarios o supervisores con las
trabajadoras. Se ejerce en todas sus vertientes, desde la
física, hasta la sexual. El hecho de que las mujeres
trabajen en horarios nocturnos facilita en algunos casos los
abusos sexuales.
Las condiciones en las fábricas no facilitan el trabajo ya
que no son las apropiadas. No se respetan las legislaciones
medioambientales y tampoco las sanitarias. En las galerías
hace demasiado calor, las maquiladoras trabajan durante
horas de pie, sin tiempo para tomarse un descanso. En el
caso de tener que asistir a consultas médicas, los permisos
para tomarse unas horas brillan por su ausencia. Y la
seguridad laboral es una utopía, sobre todo en lo referente
al manejo de productos químicos, a causa de lo cual en
algunos países han acaecido intoxicaciones masivas
Las maquilas son una forma “legal” de explotación. Las
condiciones en las que se encuentran sus trabajadores,
especialmente las mujeres, son indignas. Como decía Ken
Loach en una de sus últimas películas en voz de una de las
trabajadoras protagonistas “queremos pan, pero también
queremos rosas”. El trabajo, el pan, con salario ridículo,
no es lo único que requieren estos países víctimas de esta
práctica. Los derechos laborales y mejores situaciones de
trabajo, las rosas, deben ser igualmente importantes.
Christian
Sellés
Agencia de
Información Solidaria
20 de mayo
de 2005
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