Hace 109 años una familia de inmigrantes vascos se instaló en
las proximidades de Chascomús, entonces un pequeño pueblo pujante, y allí
construyó un tambo. Bautizaron al caserío con el nombre de Gándara.
Andando el tiempo el tambo se fue convirtiendo en fábrica,
primero familiar y, finalmente, en una verdadera planta de productos
lácteos. Leche pasteurizada, quesos, yogures, manteca, dulce de leche y
tantos otros productos. Algunos de ellos fueron distinguidos con la marca
que permanece hasta hoy en la memoria de los argentinos: Gándara.
Gándara siempre ha sido en Argentina sinónimo de calidad, de
tradición, de regularidad, de salud y de buen sabor.
Siempre... hasta que ya en manos de otra familia de origen
español aunque no vasca, los Rodríguez, y después de haberse consolidado en
la tercera posición entre las lácteas a nivel nacional, la planta fue
adquirida por la corporación Parmalat, que construyó otra gran planta
cerca de allí, en la localidad de Pilar. Su gestión fue tan desastrosa que
en casi dos años perdió el 90% del mercado que tenía Gándara antes de ser
vendida.
En el año 2004 Parmalat cayó en todo el mundo, dejando
al descubierto sórdidos manejos financieros que produjeron una deuda de más
de 17.000 millones de dólares.
Después de algunas negociaciones poco claras, el inversor
argentino Sergio Tasselli, conocido en su país como un vaciador de empresas,
adquirió la deuda de Parmalat Argentina apropiándose de sus
instalaciones en ese país.
De la leche, Tasselli sólo sabe que la produce un animal
llamado vaca, pero ignora completamente todo lo relativo a la gestión de
plantas como las de Parmalat y la organización de su producción y
comercialización. A nadie extrañó, pues, que apenas unos meses después de
haberlas adquirido cerrara las instalaciones dejando a más de 900 familias
en la calle. Hoy Gándara es un pueblo casi fantasma; casi todos se mudaron a
Chascomús, donde quizás haya algún empleo.
Desde hace cuatro meses, los trabajadores de Gándara
agremiados en la Asociación de Trabajadores de la Industria Lechera de la
República Argentina (ATILRA), sostienen una guardia gremial dentro de la
fábrica cerrada, para que no se vendan las herramientas de trabajo y para
que nadie las robe o deteriore.
Allí, trabajadores con décadas de experiencia hablan de la
fábrica como de una hermana, una compañera, a la que conocen al dedillo y le
dispensan cuidados y hasta un respetuoso afecto. “Son trabajadores de otra
época -dicen algunos-, de cuando no todo era sólo dinero, sino que primaba
la dignidad del trabajo bien hecho”.
Rel-UITA estuvo con estos trabajadores en lo que queda de
Gándara, en sus casas, recorriendo la planta dormida, con su aliento a
frutilla, durazno y dulce de leche aún impregnado en las paredes.
En próximas entregas, ellos se contarán a sí mismos y a sus
luchas.
Carlos Amorín
©
Rel-UITA
13 de febrero de 2006
Fotos:
Nelson Arrondo - Crónica Sindical