-¿Dónde nació?
-Hace 50 años en el partido de Brandzen. Mis padres siempre
fueron tamberos. Yo me fui primero de alambrador. Después anduve dos años y
medio en un camión que recolectaba leche por los tambos de la zona, y
después entré en Gándara. En aquel entonces el director era don Raymundo
García. Era todo muy familiar.
-Y ya tenía una historia...
-Actualmente la empresa tiene 109 años. Empezó aquí mismo.
Era una especie de cooperativa de vascos que hacían dulce y manteca. Había
una vía de trocha angosta entre la fabriquita y la estación del tren, y así
se llevaba todo en unas carretas hasta al tren que iba para Buenos Aires. El
lugar ya era famoso, y los trenes hacían una parada más larga para que la
gente comprara el dulce de leche y la manteca Gándara.
-¿Cuándo llegó acá?
-Fue en 1976. En ese entonces la empresa se llamaba Unión
Gandarense. He pasado toda mi vida acá, trabajando en esto. Durante 30 años
estuve en el sector Recibo. Cuando entré en la empresa se recibían unos 60
mil litros diarios. Llegaban en tarros de 50 litros, la mayor parte en
camiones, pero todavía llegaban algunos carros tirados por caballos. No era
fácil cargarlos, porque al peso de la leche había que agregarle los 30 kilos
del tarro que al principio eran de hierro. Después vinieron de aluminio y
mejoró bastante la cosa. Entre camión y camión íbamos a otro sector donde
lavábamos bandejas y cargábamos los camiones nuestros con los sachets de
leche. Era todo a mano, o a brazo; ahora es todo automático.
-¿Cuánta gente trabajaba en
esa época?
-No me acuerdo bien, pero seríamos unos 60 o 70 personas.
-¿Cómo era al pueblo?
-Había como 40 familias instaladas acá. Había una carnicería,
la estafeta postal, dos almacenes, cancha de paleta. Había vida social.
¡Hasta corsos se hacían! La gente de la zona rural próxima se daba cita
aquí, los carreros que traían la leche paraban en los boliches, o se
quedaban a jugar paleta. La empresa fue creciendo, pero la gente se fue
yendo de a poco para Chascomús porque aquí no había enseñanza secundaria. Y
a medida que la gente se iba yendo la empresa iba volteando las casas.
-¿Y cuántos comercios hay
ahora?
-Ninguno. Quedamos apenas unas 15 personas.
-¿Cuándo empezó a decaer la
empresa?
-Cuando vinieron los hijos de los Rodríguez, que eran los que
les habían comprado a los vascos. Ellos compraron otras empresas, se
metieron en otros rubros, y bien dicen que “el que mucho abarca poco
aprieta”, terminaron fundiéndose aunque esta planta seguía siendo muy
rentable. Ahí también empezaron los conflictos. Hasta entonces nunca había
problemas. Jamás habíamos tenido necesidad de hacer un paro, no sé si éramos
muy mansos o qué, pero la verdad es que siempre cobrábamos en fecha y lo
pactado. Un poco antes de que llegara Parmalat la cosa empezó a
complicarse, dejamos de cobrar en fecha, bajaron la calidad del producto y
entonces las marcas empezaron a venderse menos. El ejemplo típico es del
tarro de helado, que de los cuatros litros tiene dos de aire.
-Y ahí vino Parmalat...
-Todo el mundo decía: “Estos italianos están llenos de
plata”. Un año y medio después ya la cosa empezó mal, no traían más
repuestos para las máquinas, no podíamos hacer mantenimiento, nada. Se veía
que la cosa se caía. Envasábamos mucha miel que se exportaba toda a Japón. Era
la única planta estandarizadora de miel. Pero también la dejaban venir
abajo. Y empezaron a traer ingenieros nuevos que creían conocer los
procedimientos. Pero se piensa que los ingenieros saben mucho, cuando a casi
todos los que vinieron yo, que apenas tengo primaria, les tuve que enseñar a
pasteurizar, cosa que aprendí con el paso de los años. Pero los ingenieritos
querían cambiar todo, aunque no sabían nada. Antes no había ingenieros.
Estaban el gerente, el subgerente, el contador, el jefe de personal y
después los encargados de sector y algún supervisor que eran trabajadores
con muchos años de experiencia. Ellos manejaban la fábrica, con nosotros que
éramos todos trabajadores estables, permanentes. ¿Para qué queríamos un
ingeniero? A veces tuvimos que hacer cosas que sabíamos que no eran
correctas, pero ellos mandaban.
Ahí empezaron manejos raros con la materia prima, se
trasladaba de un lado a otro innecesariamente. No sé, todo pareció ir
perdiendo sentido común. Se gastó mucha plata innecesariamente.
-Hasta que un día se quebró
todo...
-Y enseguida empezaron con las promesas, para que nos
quedáramos quietitos. Hasta nos dijeron que iba a venir Tanzi, el gerente
italiano... que iba a venir a desayunar con nosotros, nos decían. Nos
enloquecieron a reuniones y reuniones al santo botón, para hablar huevadas.
¡Qué va a venir Tanzi! Y ahora menos, que está preso por estafador. A
Parmalat nunca le interesó la empresa, la mantuvo mientras pudo
bicicletear dinero, hacer una calesita financiera. Pero no les pagaba la
leche a los tambos y estos dejaron de traer leche y todo así. Ahí coincidió
también con el cambio de dirigencia sindical en ATILRA, aquí y a nivel
nacional. Porque antes, con la conducción anterior, parecía que aquí no
estaba ocurriendo lo que todos veían, no podíamos protestar por nada. Pero
cuando empezó este muchacho nuevo, Ponce, este no iba para atrás. Se empezó
a defender más a los operarios. Hasta que apareció este Grupo Tasselli.
-¿Y qué ocurrió entonces?
-Ahí se terminó de reventar todo. Se fueron cortando algunas
ventajas que teníamos como el comedor, los tiques de alimentación, cambiaron
los horarios para no tener que pagarle la comida a los trabajadores, ya no
se trabajó más sábados y domingos, no se hicieron horas extras.
-Señora: ¿cómo se ve todo
esto desde su vivencia?
-Muy difícil. Nuestros tres hijos se criaron acá. De uno ver
tantos camiones entrando cada día, el movimiento permanente, la sensación de
trabajo constante, a esta calma que parece un cementerio, es horrible.
-¿Dónde están sus hijos?
-Uno en La Plata, otro en La Ventana, donde trabaja como
apicultor, y mi hija más chica en Chascomús con mi mamá, porque acá no hay
trabajo y no se puede viajar todos los días para allá. El tren cuesta cinco
pesos y son 20 kilómetros. Nosotros la vamos pasando más o menos porque no
tenemos hijos chicos, pero algunos que llegaron hace poco tiempo quedaron
acá con los chicos, sin cobrar el sueldo... Antes, recuerdo que para
diciembre se armaba el pesebre en la iglesia, y había 60 chicos, todos de
los empleados de Gándara. A la escuela de acá vienen casi todos de otros
lados. Acá quedan sólo tres o cuatro.
-Hay familias totalmente
desestructuradas...
-Claro (contesta Oscar).
Muchos de los que ingresaron hace ocho o diez años son hijos de antiguos
trabajadores de Gándara que se jubilaron. Mis hijos trabajaron acá. Mi
señora también, trabajó cinco años hasta que la echaron. Acá lo que había
era esto, porque en el campo ya casi tampoco queda trabajo.
-¿Ustedes hubiesen querido
que sus hijos se quedaran acá?
-¡Sí! -exclama Estelia-. ¡Por supuesto! Inclusive nuestros
hijos cuando vienen se ponen nostálgicos, les cuesta volver a irse. Tienen
todos sus recuerdos acá... y nosotros también.
-¿Qué porcentaje de los
proyectos que hicieron como pareja pudieron realizar?
-Muy poquito -dice Oscar-. Cuando empezamos a poder pensar en
nosotros, cuando crecieron los hijos, la inestabilidad fue constante. Hace
más de diez años que estamos tecleando. Y para peor, Parmalat quiso
cambiar las metodologías de trabajo, imponer modelos raros que no son a lo
que estamos acostumbrados. Eso fue jorobando hasta la relación con el propio
trabajo. Uno terminaba haciendo cosas insensatas, no podíamos ser
conscientes del trabajo. No podíamos colaborar entre nosotros, cada lechón
tenía que estar en su teta. No sé, un sistema raro.
-Del Gándara que ustedes
conocieron...
-...era muy lindo, pero no queda nada. Sólo la planta,
esperando. Como nosotros.
Desde Argentina, Carlos
Amorín
© Rel-UITA
14 de febrero de 2006
Fotos:
Nelson Arrondo - Crónica Sindical