El próximo primero de
enero el histórico acuerdo multifibras que restringía las
exportaciones de productos textiles de los países en
desarrollo dejará de existir, con especial incidencia entre
los países más pobres que perderán empleos que migrarán
hacia China. Las ventajas de la operación las percibirán los
consumidores.
Alrededor de 30 millones de empleos del sector textil
migrarán desde un total de 150 países hacia China a
consecuencia del final de las restricciones y cuotas a las
exportaciones de productos textiles a partir del próximo 1
de enero, según declaró ayer el presidente de la Federación
Internacional de Sindicatos del sector, Neil Kearney.
"Estimamos que 30 millones de empleos se verán afectados. No
desaparecerán, migrarán, desde unos 150 países, hacia China.
Pensamos que Bangladesh, que obtiene del textil el 95% de
sus ingresos por exportaciones, perderá un millón de
empleos, es decir, la mitad de la mano de obra del sector",
explica el líder sindical. La radiografía de estas
migraciones se completa en Indonesia, cuarto país más
poblado del mundo, que perderá un millón de empleos, o Sri
Lanka, 300.000. Y se traslada a Centroamérica, región que
sufre un elevado nivel de desempleo, donde la República
Dominicana y Haití también se verán perjudicados. La vuelta
al mundo de los posibles perdedores se desplaza a África
(Lesotho, Madagascar, Kenia, Uganda, Namibia) hasta llegar a
Europa, donde serán rumanos y búlgaros los más perjudicados.
Otros dos países geoestratégicamente importantes sufrirán
esta aspiración de empleos textiles hacia la fábrica del
mundo: México, que ya cuenta en centenares las fábricas
cerradas este año, y Turquía, con sus 70 millones de
habitantes llamando a la puerta de la Unión Europea.
Ante este panorama, Neil Kearney insiste en que el
movimiento sindical convenza a los gobiernos de los países
más pobres acerca de la conveniencia de aplicar unas reglas
laborales mínimas (prohibición del trabajo infantil, no
discriminación, libertad sindical) porque los consumidores
de los países ricos empiezan a ser sensibles a las
condiciones de fabricación de los productos que consumen
después de numerosas campañas contra marcas como Nike o
almacenes como Gap (...).
LA VANGUARDIA
16 de diciembre de 2004