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constituyen un grupo homogéneo, sino que se dividen en
sectores diferenciados por su tipo de relación laboral y su
grado de organización. Están, por ejemplo, los trabajadores
urbanos de la industria, el comercio y la construcción que
cuentan con organizaciones sindicales. Entre 1950 y 1980 su
número creció con rapidez, aunque ese crecimiento se detuvo
primero, y ha venido revirtiéndose a partir del ajuste
estructural. Aunque su número actual es relativamente
pequeño respecto al total de trabajadores del país, el hecho
de que están organizados les confiere un peso de cierta
importancia en la vida de nuestra sociedad.
Cercano a
este grupo se encuentra otro, pequeño pero muy importante,
conformado por los trabajadores de la Autoridad del Canal de
Panamá. Tienen la más alta calificación técnica y los
mejores ingresos y condiciones laborales. Sin embargo,
aunque están organizados desde hace mucho tiempo en
sindicatos vinculados a organizaciones laborales
norteamericanas, su relación con la vida política del país
es apenas marginal. Otro sector, muy grande, es el de los
funcionarios públicos. Son unos 180 mil, con salarios por lo
general muy bajos, condiciones de trabajo con frecuencia
precarias, sin ninguna garantía verdadera de permanencia en
el empleo, y sin más representación que la de asociaciones
de empleados y organizaciones gremiales que reúnen apenas a
una fracción del total de los integrantes de ese sector.
Luego están
los dos grupos menos visibles. Uno es el de los 275 mil
trabajadores del campo. Su trabajo produce menos del 10% de
la riqueza nacional, lo que da una idea de las condiciones
de atraso del sector agropecuario panameño, y de la pobreza
en que viven, que abarca a siete de cada diez habitantes del
mundo rural. Entre ellos se ubica, también, el grueso del
cuarto de millón de trabajadores panameños carentes de la
educación necesaria para seguir instrucciones escritas y
desempeñar tareas de mínima complejidad.
La pobreza
del campo, y el deterioro del mundo urbano, por otra parte,
han venido nutriendo a otro grupo, ya muy numeroso, y que ha
venido creciendo con rapidez en los últimos años. Se trata
de los trabajadores por cuenta propia, vinculados a lo que
los especialistas llaman el "sector informal" de la
economía. Ganan muy poco, sus ingresos son irregulares, sus
condiciones de trabajo son muy precarias y carecen de toda
forma de organización que los represente y vele por sus
intereses.
La novedad
más llamativa dentro de este sector informal la constituye
el creciente número de profesionales y técnicos que antes
formaron parte de la llamada clase media - o aspiraron a
incorporarse a ella -, y que ahora se encuentran sometidos a
condiciones de trabajo y niveles de ingreso cada vez más
parecidos a los del resto de los trabajadores urbanos. Con
frecuencia trabajan por cuenta propia, o por contratos de
corto plazo, que no les garantizan ni ingresos adecuados ni
estabilidad en el empleo. Y aún así, si los trabajadores del
Canal constituyen la aristocracia obrera del país, estos
profesionales en vías de proletarización forman la
aristocracia del sector informal.
Este enorme
sector de la población tiene una influencia muy escasa en la
vida nacional. Se trata de una mayoría social que es, de
hecho, una minoría política. Y lo seguirá siendo mientras
cada uno de sus sectores no llegue a encarar como propios
los problemas de cada uno de los demás, y vayan todos
construyendo una plataforma de lucha común por el derecho al
ejercicio pleno de su condición de ciudadanos.
De esos
derechos, ninguno es tan importante como el de organizarse,
sin el cual no hay verdadera participación posible en la
vida social y política del país. Tan es así, que puede
afirmarse que la ausencia de organizaciones que representen
a la mayoría de los trabajadores, junto a la debilidad de
las que representan a la minoría organizada, es el problema
mayor que tiene ante sí este sector fundamental de nuestra
sociedad, y es también el obstáculo mayor a la construcción
de una sociedad realmente democrática en Panamá.
Aquí, la
responsabilidad más importante le corresponde sin duda al
sector con mayor tradición y experiencia en este terreno: en
este caso, los trabajadores manuales e intelectuales del
mundo urbano. Esto requiere plantear, discutir y encarar
problemas como la creación de sindicatos de trabajadores del
Estado; la vinculación de los empleados del Canal al resto
de los trabajadores del país; el desarrollo de formas
novedosas de organización y participación de los
trabajadores informales del campo y la ciudad, y la
incorporación de los intelectuales y profesionales en
proceso de proletarización al movimiento de los
trabajadores.
Se trata,
en suma, de crecer con el pueblo para ayudarlo a crecer.
Sólo así será posible que el peso de los trabajadores en la
vida política y social de Panamá se acerque al que ya tienen
en la vida económica del país. Y esto es imprescindible,
además, para enfrentar con esperanza de éxito la crisis que
nos amenaza a todos. Ese es el verdadero sentido en que cabe
entender la necesidad de un pacto social en Panamá. Pero si
los trabajadores no están organizados no podrán formar parte
de acuerdo alguno, y si ellos no están allí, poco de social
habrá en ese pacto. Aquí, como dicen nuestros mayores, si la
cosa fuera fácil ya estaría hecha. Por eso mismo, como la
tarea es difícil, será mejor iniciarla ya.
Guillermo Castro H.
Convenio La Insignia / Rel-UITA
17 de
mayo del 2004