Poco se habla todavía en América Latina del acoso sexual en el trabajo, sin
embargo sus víctimas, particularmente numerosas, están perdiendo el miedo a
denunciarlo, y en algunos países de la región ya se dispone de leyes para
combatirlo
Por acoso sexual en el
medio laboral la OrganizaciónInternacional del Trabajo (OIT) entiende la
práctica reiterada de diversas conductas de connotación sexual (en una
escala que va desde chistes y piropos a chantajes, asalto y “tocamientos”)
por parte de una persona (en especial un “superior jerárquico”) hacia otra
que no lo desea. Las mujeres son, de lejos, las principales víctimas de
estas prácticas.
La OIT estima que entre 30
y 50 por ciento de las trabajadoras han sido objeto en su vida laboral de
diversos grados de acoso sexual.
Antiguo si lo hay, y
arraigado, el fenómeno ha comenzado a ser estudiado (y combatido) a nivel
internacional hace relativamente escaso tiempo.
En América Latina se están
dando recién los primeros pasos en ese sentido. Brasil, Costa Rica y Ecuador
son algunos de los países del área que ya han adoptado algún tipo de
legislación. Argentina, ubicado al tope mundial en la materia junto a
Francia, y Uruguay están en la misma vía.
Las últimas mediciones de
“nivel de acoso” en el trabajo realizadas por la OIT son viejas, datan de
1996. En ellas se hablaba de una media mundial de dos por ciento, con países
que rayaban particularmente alto. En Argentina, más de 16 por ciento de las
trabajadoras denunciaban entonces haber sido objeto de diversos tipos de
acoso.
En otros países se dispone
de cifras actualizadas. Es el caso de España, donde un informe del Instituto
de la Mujer de Madrid señala que 10 por ciento de las trabajadoras fueron
acosadas en su lugar de labor en el correr del último año.
En Chile una encuesta
reciente realizada bajo la supervisión de la Dirección Nacional de Trabajo
reveló que 20 por ciento de las mujeres interrogadas dijo haber sido acosada
“alguna vez” en su medio laboral. La mayoría de los victimarios eran
superiores jerárquicos inmediatos.
Tanto en Argentina como en
Chile se han adoptado o se está a punto de adoptar dispositivos legales para
intentar contrarrestar el fenómeno. El Senado argentino ya dio media sanción
a un proyecto de ley que incorpora el delito de acoso sexual en el medio
académico y laboral al Código Penal.
El texto, que será
discutido en Diputados en 2007, donde se descuenta su aprobación, castiga a
quien, “abusando de una relación de superioridad jerárquica laboral,
docente, o de índole similar, efectuare un requerimiento de carácter sexual,
para sí o para un tercero, bajo la amenaza de causar a la víctima, en caso
de no acceder, un daño en el ámbito de esa relación”. Las penas
previstas oscilan entre cuatro meses y cuatro años de prisión. La gradación
del delito va desde leve (chistes, piropos, acercamiento excesivo) hasta muy
grave (tocamientos, chantaje sexual), pasando por grave (insinuaciones
reiteradas, pedir sexo desembozadamente sin llegar a la presión).
En Chile, el Parlamento
aprobó a mediados de 2005, tras once años de deliberación, la incorporación
de un capítulo sobre acoso sexual al Código Laboral. Según comentó la
Directora Nacional de Trabajo de ese país, Patricia Silva, hubo diputados
que objetaron la idea de modificar la legislación porque se “estaría
limitando el aspecto cariñoso natural del chileno”.
En Uruguay se está todavía
muy lejos de adoptar una ley nacional sobre el asunto. La institución
pública que más ha avanzado en la materia es la alcaldía de la capital, que
en 2003 incorporó la figura de acoso sexual a sus estatutos y está
discutiendo un reglamento para el tratamiento de los casos. El Ministerio de
Trabajo acaba de lanzarse en esa misma vía, pero consideraciones del titular
de la cartera, Eduardo Bonomi, en un seminario realizado pocas semanas atrás
en Montevideo, fueron recibidas con molestias por integrantes de
organizaciones femeninas y mujeres integrantes del gobierno.
Bonomi dijo en ese
encuentro que el acoso sexual es más un problema de poder que de género, ya
que también hay casos de mujeres “acosadoras” una vez que alcanzan
posiciones de jerarquía.
Tanto para la ministra de
Desarrollo Social Marina Arismendi, como para la directora del Instituto
Nacional de las Mujeres Carmen Beramendi, si bien en teoría es cierto que el
acoso “no tiene género” la realidad lleva a que sean las mujeres las que lo
sufren en proporción infinitamente más grande que los hombres.
El caso de Chile es
ilustrativo al respecto. El 98 por ciento de las denuncias por acoso sexual
en el trabajo recibidas en ese país en 2005 provinieron de mujeres.
“Cuando entra una mujer a
un ambiente de trabajo se considera la entrada de un cuerpo, cuando el que
entra se llama Juan es la entrada de un señor llamado Juan”, dijo Beramendi
en el seminario, según recogió el matutino uruguayo La Diaria.
Arismendi recordó a su vez
que cuando era senadora (antes de la asunción del actual gobierno, en 2005)
durante diez años intentó que el tema se discutiera en el parlamento, sin
éxito alguno y ante la ironía de algunos legisladores hombres.
“Tenemos que desnudar un
tema que la sociedad oculta”, destacó la ministra y dirigente comunista.
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