Uruguay

El acuciante drama de la emigración

 

Como un goteo interminable, la emigración

continúa desangrando a Uruguay

 

Además de por su magnitud, el fenómeno preocupa por el perfil del emigrante actual: es joven y más calificado que el promedio de los ciudadanos del país. Según una investigación de los universitarios Adela Pellegrino y Daniel Macadar que acaba de ser divulgada, Uruguay perdió en los últimos seis años a 122 mil personas, que se sumaron a otras 480.000 que lo habían abandonado desde los primeros años sesenta, época en que el país dejó de ser receptor de inmigración y comenzó a dejar de ser la llamada “Suiza de América”. Los uruguayos “de afuera” superan en consecuencia los 600 mil, contra apenas un poco más de 3.100.000 que residen en el país. La investigación, realizada a partir de los datos de la Encuesta Nacional de Hogares Ampliada elaborada por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), apunta que más de la mitad de quienes se fueron en el último período tenían entre 20 y 30 años al momento de emigrar.

 

El informe abarca los años de mayor impacto de la peor crisis económica vivida por este país, entre 2002 y 2004, cuando se fueron cerca de 50.000 personas (18,2 por ciento de quienes tomaron esa opción después del año 2000 lo hicieron en 2002 y 19 por ciento en 2003). La vecina Argentina, que vivió también una fortísima crisis por los mismos años, dejó de ser el principal destino de los uruguayos. Apenas atrajo a 12 por ciento de los emigrantes recientes (quienes abandonaron el país después de 2000), contra más de 50 por ciento en “oleadas” anteriores. Hoy los principales países receptores de uruguayos son España y Estados Unidos.

 

Los nuevos emigrantes tienen mayor nivel de calificación que el promedio de la población residente, aún si pesan menos que en oleadas migratorias precedentes quienes tienen formación universitaria. “El hecho de que lo que se vayan sean jóvenes en plena capacidad productiva, y calificados, es el dato más preocupante de todos. En un país envejecido como éste, que por su pirámide de edad se parece mucho a uno europeo, eso es terrible”, dijo a Sirel una de las autoras del estudio, la demógrafo Pellegrino. Estos jóvenes emigran, según dicen, buscando “mejores horizontes laborales, y en su gran mayoría lo logran bastante rápidamente, lo que demuestra la buena formación que recibieron en el propio Uruguay pero que aquí no podían realizar”, agregó.

 

Más del 80 por ciento de los emigrantes uruguayos recientes declaran haber conseguido trabajo en sus países de residencia actual. En esa situación se encuentran incluso quienes no tenían empleo al momento de emigrar, que superaban el 40 por ciento del total. “Los países centrales hacen esfuerzos por atraerlos. Se lo ve en algunos sectores, como el de la salud, donde hay una demanda específica de jóvenes uruguayos y argentinos, que tienen por lo general un excelente nivel y son captados incluso por ofertas que ven en Internet”, indicó Pellegrino

 

Una de las diferencias entre la emigración uruguaya reciente y otras de distinto origen, incluso latinoamericanas, es que está integrada muy a menudo por grupos familiares enteros. Eso se percibe en el “coeficiente de masculinidad”, que si bien sigue siendo alto (145 hombres cada cien mujeres), tiende a descender fuertemente. Ya no se da, entre los uruguayos, aquella situación tan común entre los emigrantes por motivos económicos de que primero parte el “jefe de familia” y luego lo “siguen” mujer e hijos. Otro dato significativo es que buena parte de los jóvenes que dejan el país lo hacen como estrategia de emancipación de sus hogares, ya que en numerosos casos sus padres permanecen en el país. Lo que está acercando a Uruguay a otros países latinoamericanos es el peso cada vez mayor de las remesas.

 

Según los datos del INE que manejaron Macadar y Pellegrino en su investigación, algo más del 2 por ciento de las familias encuestadas declararon recibir dinero de sus parientes emigrados. Su aporte promedio fue calculado en unos 113 dólares mensuales, es decir casi 40 millones anuales. Otras fuentes sitúan el volumen de las remesas en niveles bastante más elevados. El Banco Central, por ejemplo, las ubicó en el triple de lo estimado por el INE, rondando los 130 millones de dólares al año.

 

A su vez, una investigación de la estadounidense Susan Pozo y el uruguayo Fernando Borraz concluye que el dinero recibido por las familias uruguayas de familiares residentes en el exterior cuadriplicó entre 2001 y 2005 y alcanzó en este último año un promedio de 263 dólares mensuales por hogar. De acuerdo al informe de Pozo y Borraz las familias que perciben remesas gozan de mayor confort que el promedio de los hogares de residentes en el país. Además, los niños que las integran “tienen mayor tiempo de escolaridad y pierden menos años de estudio” comparados con los chicos de su edad componentes de familias que no reciben ayudas del extranjero.

 

Cualquiera de esos montos está aún muy lejos de presentar el peso relativo que tienen en otros países latinoamericanos de fuerte emigración, como México o El Salvador, donde representan una buena porción del PIB (Producto Interno Bruto), pero han dejado de ser despreciables. Pese a todo este panorama, la “diáspora” uruguaya ha recibido tradicionalmente muy escasa atención de parte del Estado y son casi inexistentes las políticas destinadas a favorecer el retorno, aunque fuera parcial, de franjas de los emigrados, sobre todo los de mayor calificación. Sectores como la Universidad reclaman no sólo que se implementen acciones en ese sentido sino otras para evitar que se sigan fugando “cerebros” y gente calificada. 

 

Con la llegada al gobierno de la coalición progresista Frente Amplio, en 2005, parece haber mayor conciencia de estos temas, pero se está aún a años luz de que se comience a ver la perspectiva de una reversión de la situación. 

En Montevideo, Daniel Gatti

© Rel-UITA

3 de julio de 2007

 

 

 

 

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