Millones
de niños en todo el mundo encuentran su casa sola cuando vuelven del
colegio. Se trata de los “niños de la llave”, un fenómeno de las economías
desarrolladas que se han extendido a muchos países emergentes por los nuevos
modelos sociales, familiares y laborales.
Durante
los años ‘40, miles
de padres de familia en Estados Unidos se marcharon de casa para ir a
la guerra. Las madres que abandonaban el hogar para trabajar y sostener a la
familia colgaban del cuello de sus hijos una llave para que pudieran entrar
en su casa cuando no había nadie. Algunas incluso volvían a casa para meter
a sus hijos en la cama, cerrar con llave y volver a la fábrica para el turno
de la noche.
A los
pocos meses, se pusieron en marcha programas que juntaban a los niños en las
fábricas, en los colegios y en centros comunitarios
para realizar distintas actividades. Terminó la guerra y la mayoría de esas
madres volvieron a sus casas para que todo fuera como antes.
El fenómeno de los ‘niños de la llave’ ha resurgido y se
extiende en el mundo. En la actualidad, se calcula que hay casi 400.000
‘niños de la llave’ en España. En Estados Unidos, la cifra
alcanza los seis millones de niños entre cinco y trece años de edad, según
la organización Children’s Defense Found.
Cuando llegan a casa, los niños no encuentran a sus padres,
pero sí la televisión, los videojuegos y las computadoras. También
encuentran muchas veces comidas poco saludables, o se dirigen con las pocas
monedas que tengan a la tienda de la esquina para comprar dulces y
golosinas.
Los ‘niños de la llave’ configuran una generación de niños
obesos con problemas de diabetes no sólo en los países desarrollados, sino
en países donde cuesta menos un litro de Coca Cola que un litro de leche.
Además de que pocas de esas tiendas venden frutas y comidas equilibradas,
los niños obedecen a su fascinación por las comidas hipercalóricas si nadie
les ayuda a llevar una dieta saludable.
Los niños combinan el ‘chute’ de azúcar con el de violencia
que encuentran en la comodidad de su hogar. Los Gobiernos se encuentran cada
vez más impotentes al intentar regular los contenidos televisivos, que
obedecen más que nunca a criterios publicitarios. Los medios de comunicación
han encontrado en los niños un jugoso nicho de mercado al que bombardear con
mensajes para crear ansiedad. Cuentan con la complicidad de unos padres que
comprarán lo que sea para tapar sus sentimientos de culpa por no pasar más
tiempo con sus hijos.
Se extienden en el mundo las agresiones de padres a
profesores por haber “gritado” a sus hijos. También las agresiones de hijos
a padres, como la de un niño español que le lanzó un zapato a su madre, que
lo regañaba por no hacer la tarea. A diferencia del periodista iraquí que
intentó darle al presidente Bush, acertó. La madre le dio una
bofetada, el niño perdió el equilibrio y se golpeó la nariz en el lavabo. La
mujer cumple una condena de 45 días en la cárcel y tendrá que permanecer
alejada de su hijo durante año y medio.
Algunos padres se reservan
el derecho absoluto de educar a su gusto y pretenden excluir al Estado del
proceso, como si los valores cívicos fueran competencia exclusiva de cada
padre y no de la comunidad con la que tendrán que convivir. Se extienden
nuevas teorías pedagógicas donde el niño debe ser el centro de atención,
donde nada se les debe imponer, donde deben “participar”.
Sesiones de estimulación temprana, juguetes interactivos y
entornos donde nunca cesan la diversión y la actividad. Quizá el problema
radique en que los niños dejan muy pronto de ser niños para entrar en una
adolescencia que se extiende en el tiempo. Hoy llenan de actividades a sus
hijos para que sean “los mejores”, “los más inteligentes”.
En el fondo, los nuevos modelos educativos esconden un
individualismo que prepara a los hijos para triunfar, pero nunca para el
fracaso. Así, los jóvenes no podrán resistir la frustración, compañera de
vida de cualquier ser humano en formación.
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