Las ayudas
internacionales son esenciales
para millones de
personas en todo el mundo.
Son 200 millones de seres los que dependen de esta
cooperación para sobrevivir. Sin embargo, cerca de un tercio del presupuesto
mundial para alimentación, unos 600 millones de dólares, no llega a los
países beneficiarios, pues lo gastan los donantes en el procesamiento del
alimento y su transporte. Así lo afirma el informe anual de la Organización
de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO),
que en lugar de repetir lo mal que va la lucha contra el hambre, trata de
averiguar en qué se puede estar equivocando.
La principal reclamación de la FAO es que se eliminen
los requisitos que están condicionando el 90% de la ayuda: los donantes se
gastan ese dinero en comprar a sus productores, envasan en sus fábricas y
transportan con sus medios los alimentos que se envían.
Para mejorar el sistema, la agencia de la ONU propone
evitar que estas ayudas vayan sin destinatario concreto, ya que un cuarto de
la mercancía se acaba vendiendo en los mercados del país beneficiario. Sólo
se debe enviar comida donde una crisis esté causada por la escasez de
alimentos. Conviene más enviar a la población afectada dinero en efectivo
para adquirir comida, así no se alteran los mercados locales. Otra
recomendación es comprar alimentos en el país de destino sólo cuando se den
condiciones adecuadas. A veces, invertir en infraestructuras, reparar los
caminos, puede ser más eficaz contra el hambre que enviar comida. Lo
esencial es mejorar los sistemas de información, análisis y seguimiento,
para conocer la necesidad y saber a qué atenerse.
Sobre los efectos económicos, el informe destaca que este
tipo de ayuda no crea dependencia, pero puede alterar los precios del
mercado y desincentivar la agricultura local. A veces, la llegada de grano o
de arroz gratuito provoca un descenso de las cosechas locales pues disminuye
el aliciente de plantar, y la dependencia se vuelve crónica. No obstante, el
informe recomienda no exagerar estos efectos. Lo importante es manejar la
ayuda con criterio, en el momento adecuado y para el destinatario que lo
necesita.
Cada año se envían diez millones de toneladas de alimentos,
con un coste de unos 2.000 millones de dólares. La ayuda de emergencia
supone más de la mitad de toda la ayuda alimentaria con 39 países
receptores. Durante las dos últimas décadas, el número de emergencias
humanitarias se ha duplicado, y en el caso de África, se han llegado a
triplicar.
A veces los gobiernos de las zonas en crisis utilizan los
alimentos como arma política. Resulta frustrante la imposibilidad de
trasladar y distribuir un tercio de los 15 millones de toneladas de
alimentos que los países desarrollados ponen a disposición de esas
poblaciones necesitadas. Sobre todo si se debe a la exigencia, por ejemplo,
de utilizar barcos de pabellón nacional para transportar la ayuda.
Eso retrasa los envíos, pues parte de las flotas tienen
pabellones de conveniencia, o no incluyen destinos problemáticos en sus
líneas. Sin olvidar los obstáculos de desaduanaje y tediosos trámites
burocráticos que sufren las organizaciones donantes en los países
beneficiarios. Por no hablar de los intentos de cobrar comisiones por los
llamados "facilitadotes". Algunos parecen poner palos en las ruedas del que
viene a ayudar.
Cuando sucede una crisis, la ayuda alimentaria parece la más
fácil, pero no debería ser la opción por excelencia, sino dentro de una
estrategia a medio y largo plazo.
La mayor parte de las emergencias de hambre se deben a
guerras, desgobierno, corrupción y falta de seguridad jurídica. Las
catástrofes naturales o meteorológicas suelen ser sólo una causa menor.
Millones de personas sufren desnutrición debido al mal gobierno y al
derroche en programas de armamentos en muchos países del mundo. Trabajar en
prevenir esas situaciones es la mejor ayuda.
María José
Atiénzar
Centro
de Colaboraciones Solidarias
22 de febrero de 2007
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