El error de nacer pobre

 

Durante una de las visitas que solíamos hacer a las cárceles  como integrantes de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes, un recluso -hombre joven, que ya llevaba ocho años de prisión- en una autocrítica nos impresionó diciendo: “Mi primer delito fue haber nacido en el cantegril*.

Ése fue mi primer error”.

 

Él sabía perfectamente que fue el entorno, el medio social, el que le planteó determinantes difíciles de eludir. Un sociólogo no lo habría dicho más claramente.

 

Ese joven fue, para nosotros, un ejemplo típico de las consecuencias del liberalismo económico actual; un régimen que lleva no sólo a la desocupación sino a la exclusión.

 

La sociedad, la falta de trabajo o apoyo le había cerrado horizontes. Terminó, como muchos jóvenes, en establecimientos de detención que son universidades del delito.

 

El promedio de edad en las cárceles de Uruguay oscila entre 18 y 29 años. Y la mayoría de los internos proviene de los sectores más pobres. Un grafitti que se encuentra con frecuencia en los muros carcelarios dice:

 

Las causas son conocidas: una cantidad  importante de  jóvenes se ven obligados a irse del país, a buscar trabajo en otras tierras. Y entre quienes ni siquiera tienen recursos para emigrar, un porcentaje de desocupados cae en el delito, porque es difícil enfrentar las obligaciones  sin trabajo y sobre todo sin esperanzas de lograrlo.

 

Casi el 50 por ciento de los niños uruguayos nace en hogares que están por debajo de la línea de pobreza. Esa es una maldición social producto del régimen capitalista (aunque pocas veces se diga con estas palabras).

 

Las cifras de Naciones Unidas indican que la riqueza sigue concentrándose y la pobreza se multiplica. Doce millones de niños mueren anualmente de hambre y de enfermedades ligadas a la desnutrición que, en otras condiciones sociales podrían ser evitadas. Las causas de esas muertes varían, pero la abrumadora mayoría se debe a una única patología: la pobreza.

 

Al comenzar el milenio actual, los gobiernos del mundo se comprometieron, en Naciones Unidas, “a liberar a nuestros semejantes, hombres, mujeres y niños, de las condiciones abyectas y deshumanizadoras de la pobreza”.

 

La Declaración en la que se fijan los objetivos del milenio propone reducir a la mitad la pobreza extrema, disminuir la cantidad de muertes infantiles, proveer educación a todos los niños y niñas del mundo, reducir la cantidad de enfermedades infecciosas y forjar una nueva alianza mundial para obtener resultados.

 

Para alcanzar los objetivos del milenio los gobiernos deberán respetar los derechos humanos, tratar de superar las desigualdades y poner fin a la corrupción. Pero, sin acciones concretas, la Declaración del Milenio pasará a la historia como una promesa incumplida, otra más.

 

Hay tres pilares fundamentales para el progreso de la humanidad: la asistencia para el desarrollo, ya que la ayuda internacional constituye una inversión fundamental; el comercio internacional, y la seguridad (puesto que los conflictos armados arruinan la vida a millones de personas y son un factor de violación sistemática de los derechos humanos).

 

Nacer en Haití, Sudán, o en las zonas más carenciadas del mundo casi siempre significa una condena: un alto porcentaje no  superará la edad de cinco años. El que nazca pobre tendrá grave riesgo de estar entre los  condenados.

 

Pero gran cantidad de personas carga con “el error” de nacer pobres.

 

Esa es la maldición de un mundo que padece un régimen que apunta sólo a la ganancia, concentra la riqueza y multiplica la pobreza.

 

Saramago, el escritor premio Nóbel y pensador profundo, ha dicho que “hay un programa para mejorar los desequilibrios sociales del mundo; los sectores progresistas, concretamente, que son los que no se benefician con la realidad actual, tienen en ese texto los objetivos por los cuales luchar”. Lo único que debe hacerse es cumplir con la Declaración de Derechos Humanos. En sus tres decenas de artículos está determinado el camino para alcanzar un mundo posible, igualitario y más justo. En ellos están contenidas todas las aspiraciones de los heridos por la adversidad. A partir de ellos podrán mejorarse las sociedades, aunque la realidad sea siempre, en alguna medida, el ideal menos algo.

 

  

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

10 de diciembre de 2007

 

 

 

*Asentamientos precarios en el cinturón de las ciudades

 

 

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