En los dos últimos siglos se ha acentuado el crecimiento de
la población mundial. Su número, que se calculó en mil millones a principios
del siglo XIX, pasa ya los 7 mil millones.
La toma de conciencia de la “explosión demográfica” ha
permitido construir un modelo llamado de “la transición demográfica”, que se
caracteriza por el descenso progresivo de los índices de mortalidad y de
natalidad.
La transición comienza –según el Atlas de Le Monde
Diplomatique- con un período de reducción de las tasas de mortalidad, en
el que las tasas de natalidad siguen siendo elevadas. En esa primera fase la
población aumenta a medida que se profundiza la distancia entre ambas tasas.
Luego, las tasas de natalidad y el ritmo de crecimiento de la
población se desaceleran. Esta segunda fase termina cuando ambas tasas se
acercan y la población se estabiliza.
Se considera que hoy, en casi todos los países, la amplitud
de la brecha entre las tasas de natalidad y mortalidad desembocará en
crecimientos cada vez menos importantes.
La transición permitió que en
Francia
la población se duplicara en dos siglos, y en
Suecia se multiplicara por 3,5 en un siglo y medio.
Facilitados por los progresos técnicos, en contextos
diferentes, esos procesos van a ser más rápidos: en
México
la multiplicación será por 7 u 8 y en
Kenia
por 13 o 15.
En el ritmo de crecimiento de una población incide
directamente la estructura etaria de los habitantes. Los países europeos o
los mayoritariamente poblados por descendientes de europeos (como
Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda,) que fueron los primeros en comenzar con el proceso, tienen
una población que envejece: la edad promedio se sitúa entre los 35 y 41
años.
En Asia Oriental,
el proceso de
transición que comenzó en la década de 1970 está terminando, y la edad
promedio, que gira en torno a los 35 años, aumenta rápidamente. En el resto
de Asia, en
la mayoría de los países de
América Latina, de Medio Oriente
y en el Magrheb,
regiones donde se está
desarrollando la segunda fase de la transformación, las edades promedio
evolucionan entre 23 y 28 años.
Por último, la mayoría
de los países de África
subsahariana se encuentra aún en el umbral de la segunda fase de la
transición. En las últimas décadas vivieron el crecimiento más rápido de su
historia, pero a fines del siglo XX iniciaron la desaceleración. La juventud
de su población refleja esa historia reciente, con edades promedio
comprendidas entre 16 y 18 años. Pero en estos países jóvenes se está
desarrollando un proceso de envejecimiento.
Se estima que en este siglo, al fin de la transición
demográfica, se producirá una estabilización del número de habitantes del
planeta en un nivel que en forma verosímil se puede prever entre los 10 y 11
mil millones.
También será el siglo de la desaceleración del
envejecimiento. A pesar de las diferencias internas,
América del Norte
y Europa
ya no garantizan la renovación de la población y deben apelar cada vez más a
la inmigración.
A lo largo de todo el siglo XX los desfases cronológicos del
desarrollo de la transición provocaron variaciones en la distribución
espacial de la población. En 1950, el 29 por ciento de los habitantes de la
Tierra vivía en los “países nuevos” (Estados
Unidos,
Canadá,
Nueva Zelanda, Australia) que habían atraído a muchos europeos.
Esta proporción cayó actualmente al 17 por ciento y seguirá
disminuyendo hasta un 12 por ciento en 2050, según las previsiones de los
demógrafos de la Organización de las Naciones Unidas que no se aventuran a
tomar en cuenta las migraciones.
En cambio, África, que sólo abrigaba el 9 por ciento de la población mundial
en 1950, deberá sumar el 22 por ciento de los habitantes del planeta,
exceptuando las migraciones.
En todos los continentes, una parte cada vez mayor de las
poblaciones vive en las ciudades. En 1950 eran cuatro de cada diez de las
200 aglomeraciones que superaban los 10 millones de habitantes, 15 se
situaban en los países en vías de desarrollo: diez en
Asia, tres en
América
Latina
y dos en África.
Este año 2010 el número
de habitantes urbanos supera al de los rurales. La mayoría de los citadinos
-2.700 millones, es decir, siete de cada diez moradores en centros poblados-
vive en un país en vías de desarrollo. En apenas seis décadas esa relación
se invirtió.
A medida que la tierra y sus actividades productivas van
siendo acaparadas por las corporaciones de la agroindustria, el vaciamiento
del campo se acelera y se extiende.
La humanidad enfrentará pronto una carencia crónica de
trabajadores y trabajadoras para el campo, de familias agricultoras, y
apenas existirán las actividades productivas que decidan desarrollar las
corporaciones transnacionales.
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