Nicaragua
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Los
excluidos son invisibles |
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Nadie es excluido por lo
que es, sino por el trato que recibe de los demás. Quizás,
el excluido no existe, y sólo existimos los excluyentes.
La exclusión social supone negar a la persona el derecho a
ser persona. Si el hombre es un ser social, al excluido, con
tan sólo un pasar de largo, se le arrebata aquello que
permite sentirse humano. El excluido es aquel al que la
sociedad le da la espalda. Los políticos no suelen ocuparse
de ellos. En los medios de comunicación apenas aparecen. El
excluido social no disfruta de los derechos más básicos,
porque la sociedad no se los reconoce y porque él no puede
reclamarlos.
La imagen de la exclusión social más evidente es quizás la
de las personas que viven en la calle. En la próspera Unión
Europea de quince países, se calculó que había cinco
millones de personas sin hogar, y que más de 15 millones
vivían en infraviviendas. Por su parte, los inmigrantes sin
papeles, los habitantes de barrios marginales y los
drogadictos sin tratamiento forman un grupo de excluidos
sociales cada vez más numeroso.
Si la sociedad no favorece al débil, lo excluye. La falta de
interés por la educación que reciben los niños de los
barrios marginales asegura una tasa de exclusión para el
futuro. La igualdad de oportunidades se limita a una frase
hecha si no se ponen los medios públicos al alcance de
todos.
En España, sólo el 2% de los disminuidos físicos llega a la
Universidad. Si las leyes no buscan reinsertar a las
personas que menos opciones han tenido, el Estado Social
queda en entredicho. En los últimos años, la población
reclusa ha aumentado en la mayoría de los países
occidentales. La inmigración clandestina es un manantial de
excluidos, cuyo único cauce posible parece pasar por la
integración. Si la sociedad no es capaz de adaptarse a las
nuevas realidades, la suma de minorías excluidas pueden
convertirse en la mayoría de la población.
Fenómenos como el paro, la precariedad laboral o la
reducción del Estado de bienestar hacen aumentar el
porcentaje de excluidos. Las nuevas estructuras sociales
crean grupos de exclusión que antes se consideraban
impensables. El “abuelo”, que hasta hace poco era una figura
fundamental en la mayoría de los hogares, se enfrenta a una
de las exclusiones más sutiles: la soledad. En un país
tradicionalmente familiar como España, un millón y medio de
ancianos viven solos, y de ellos, el 20% reconoce que su
principal problema es la falta de compañía.
Los grupos de exclusión cambian con el tiempo. A lo largo de
la historia, han sido excluidos sociales los judíos, los
zurdos, los enfermos mentales, los gitanos, los actores, o
los portadores del virus del Sida. La homosexualidad o el
consumo de drogas se han rechazado o dignificado según las
distintas culturas. Sería bueno comprobar qué grupos de
exclusión creamos en nuestro desarrollo y cuáles hemos hecho
desaparecer, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Ahora, la principal causa de exclusión mundial es,
sencillamente, la pobreza.
El excluido no es el que ha perdido el trabajo, sino el que
no tiene esperanzas de recuperarlo. El problema de los
excluidos no es que tengan problemas, es que no tienen a
quien contárselos. Excluido es el inmigrante que llega en
patera, es la prostituta a la fuerza, el drogadicto, la
mujer maltratada, el sin hogar. Y el abuelo que no entiende
una receta y no tiene quien se la explique; y el enfermo sin
una visita desde hace meses; y el homosexual si debe
callarse lo que siente; y el minusválido delante de una
escalera. Pero los excluidos no eligen serlo. Entre todos
escribimos su etiqueta. Nadie es excluido por lo que es,
sino por el trato que recibe de los demás. Quizás, el
excluido no existe, y sólo existimos los excluyentes.
Alberto Senante Carrau
Centro de Colaboracioes Solidarias
9 de mayo de 2005
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