La fotografía de la pobreza sería una familia de campesinos sin tierra. Tres
cuartas partes de los pobres del mundo viven en zonas rurales y dependen de
sus manos y los cultivos para sobrevivir.
Tierra es poder y no es casualidad que miles de millones de personas no
tengan acceso a ella. Desde que despertamos, utilizamos productos que vienen
de la tierra: las sábanas de nuestras camas, los tejidos de nuestras ropas,
los cereales que desayunamos, las tortillas de maíz con carne (¿de qué se
alimentan las vacas?) que comemos, la piel de los zapatos que calzamos.
Esta aparente obviedad explica la relación entre la distribución de la
tierra en el mundo y el reparto de la riqueza. Dice Jacques Diouf, director
general de la FAO, que si pudiéramos hacer una foto de ‘la Pobreza’,
veríamos a una familia de campesinos sin tierra.
“Aquellos hombres y mujeres son los más pobres de los pobres en el mundo”,
dice Diouf. De esta realidad surgió la necesidad de reunir a ministros de
varios países, sus delegados, la comunidad científica, las organizaciones de
la sociedad civil y ONG en la Conferencia Internacional sobre Reforma
Agraria y Desarrollo Rural. El objetivo era crear una “hoja de ruta” para
erradicar la pobreza rural en el mundo.
Sin esta reforma será imposible frenar la explosión demográfica que conlleva
a éxodos rurales masivos, a la sobrepoblación de las ciudades, al caos
ecológico, la delincuencia y al crecimiento de las bolsas de miseria en las
ciudades. Tres cuartas partes de los pobres del mundo viven en zonas rurales
y dependen de la tierra para sobrevivir. Sin esas tierras se encuentran
desarraigados y, por ende, más vulnerables a la pérdida de sus derechos y a
los abusos.
Tachar de utópicos los esfuerzos en materias agrarias es ignorar que el
fracaso llega cuando los campesinos y sus comunidades no participan en las
decisiones que les afectan. Hoy se trata de una reforma no sólo posible por
necesaria, sino por el éxito que muchos programas han tenido en algunos
países del Sur durante los últimos años.
Según cifras del Banco Mundial, la pobreza extrema en México se ha reducido
en un 18% en los últimos años. Además del ya conocido éxito que han tenido
las remesas que envían los emigrantes desde Estados Unidos, este éxito se
debe a la reducción de la pobreza rural que se dio entre los años 2000 y
2004, pasando del 42% de la población al 28%.
Esto ha sido posible gracias a programas gubernamentales que dan a las
familias más pobres becas y créditos para acceder al material escolar, a una
alimentación y sanidad básicas. Muchas de estas familias donan
voluntariamente parte del dinero que reciben por remesas del extranjero para
invertir en la construcción de hospitales, escuelas, avenidas y otras
infraestructuras en sus comunidades.
Por su parte, Brasil lleva 20 años redistribuyendo tierras. Sólo en los
últimos diez años, 600.000 familias se han asentado en predios rurales.
Además, los pequeños agricultores han podido acceder a créditos, asistencia
y formación técnica, y educación. Lula sabe que aún hay 4 millones de
familias rurales sin tierras a las que será difícil retribuir por diversos
intereses nacionales y multinacionales. Esto lastra no sólo a Brasil, sino a
muchos países donde priman las plantaciones de eucalipto para producir papel
sobre la seguridad alimentaria de los pueblos, por poner un ejemplo.
Si los gobiernos ceden a las multinacionales lo que de soberanía les resta,
no podremos decir que no veíamos venir –o ir – migraciones más
descontroladas hacia las “tierras prometidas” de América del Norte y de
Europa.
Más allá del bien económico que representa la tierra, para muchos pueblos
indígenas supone la base de su identidad; es su casa y la de sus ancestros,
su farmacia y su lugar de trabajo y ocio. Cuando hablamos de gente sin
tierras en estos pueblos, hablamos de gente sin pasado, sin presente y sin
futuro.
No sólo bastará repartir tierras sino también cambiar las reglas de juego en
el comercio internacional. En ese sentido, la última Ronda de Doha celebrada
en Hong Kong supuso un aplazamiento en el cumplimiento de los compromisos
para alcanzar los Objetivos del Milenio.
Es tarea de la sociedad civil denunciar la pérdida de soberanía de sus
gobiernos y exigirles que velen por el bien de sus pueblos. Es decir, que
fomenten un reparto
más justo de la tierra para que la gente viva con dignidad.
Carlos Miguélez
CCS – España
14 de marzo
de 2006