Las últimas
investigaciones sobre la historia reciente de nuestro país y la documentación
que aportan, aun siendo insuficientes y restando mucho por hacer, permiten
revitalizar la reflexión sobre la magnitud que alcanzaron, hacia fines de los
años sesenta y principios de los setenta, los proyectos de cambios
revolucionarios en Uruguay.
Dicho de otra manera, a partir de una tragedia –presente en
los datos de la represión contenidos en los documentos del Estado– es posible
aproximarse a una visión más de conjunto y por áreas de actividad, por grupos
políticos y por personas, a determinar qué niveles de adhesión tenían dichos
proyectos en la época.
Sin analizar los mecanismos represivos ni las razones de su
eficacia ni tampoco hacer una valoración sobre las distintas estrategias
revolucionarias aplicadas, su viabilidad y errores, sí importa rescatar para el
análisis el objetivo contrarrevolucionario del golpe de Estado y la dictadura:
destruir la “percepción de amenaza” a la dominación que realmente significaba la
adhesión a las ideas del cambio social y los altos niveles de participación y
organización popular.
Por eso mismo, la represión se ejerció en forma masiva,
contra grandes colectivos humanos o sectores de población –como durante la
huelga general de 15 días declarada por la Convención Nacional de Trabajadores
(CNT) contra el golpe o, antes, en la militarización de los trabajadores bajo
medidas prontas de seguridad, y después, bajo dictadura, a través de las
categorías de ciudadanos A, B y C y en los 7 mil profesores de la enseñanza
destituidos. También la represión se ejerció en forma individualizada, a través
del seguimiento a personas, recopilando los datos acerca de sus vidas, grupo
familiar, amistades, domicilio, viajes.
La represión estatal, tanto en sus formas policiales como
militares, tuvo un carácter eminentemente político, y uno de sus objetivos
centrales fue la desarticulación de los partidos y grupos de la izquierda
uruguaya y la persecución de sus militantes, tanto en el país como en la región.
A través de sucesivas secuencias y operativos represivos, fueron golpeados el
Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, el Partido Comunista, el Partido
por la Victoria del Pueblo, la Federación Anarquista del Uruguay, la Resistencia
Obrero Estudiantil, la Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales, el
Frente Estudiantil Revolucionario, el Partido Comunista Revolucionario, los
Grupos de Acción Unificadora, el Partido Socialista, la Agrupación de Militantes
Sociales, el gudi 26, los Montoneros (militantes argentinos radicados en
Uruguay), y otros.
Asimismo, la represión se orientó hacia la vigilancia y el
control de las más diversas áreas de actividad de la sociedad uruguaya:
sindical, enseñanza, cultura, medios periodísticos; y hacia las organizaciones,
dirigentes y militantes representativos de las mismas, en particular la CNT y la
Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU).
Los datos de los 6 mil presos políticos durante la dictadura
permiten constatar con más propiedad no solamente lo involucradas que estaban
las jóvenes generaciones en los procesos de cambios sino, también, la
participación de personas con un amplio espectro de edades y, sobre todo, de
profesiones, oficios, empleos y niveles educativos. Las más de 700 presas
políticas procesadas y recluidas en el penal de Punta de Rieles también son un
dato por demás elocuente de la participación de la mujer en los proyectos de
transformación en la época.
El carácter sistemático, la dureza de los métodos y la
extensión en el tiempo de la represión durante los 11 años de dictadura, también
hablan de la permanente resistencia al régimen. Por otra parte, éste debió
combinar formas públicas y formas clandestinas dentro de su propia
institucionalidad estatal –así como extender su accionar extraterritorialmente,
sobre todo en Argentina– para desmantelar a la oposición antidictatorial
y disminuir los efectos de la solidaridad internacional.
Aun con el carácter provisorio que tienen los datos
recabados, los resultados de esa represión estatal arrojan 167 ciudadanos
uruguayos detenidos desaparecidos, más tres menores de edad, y alrededor de 110
asesinados o muertos por razones políticas entre 1973 y 1985. De ese período de
terrorismo de Estado también son los centros clandestinos de detención, los
traslados ilegales de presos, los vuelos de la muerte.
El golpe de Estado y la dictadura tuvieron un objetivo a
largo plazo: reestructurar las relaciones sociales y las formas de convivencia
entre los uruguayos a los efectos de un “Nunca más” a los intentos
revolucionarios. Pero también cumplieron una finalidad inmediata, de carácter
contrarrevolucionario, a los efectos de destruir el proceso de acumulación de
fuerzas y los avances de la izquierda hasta 1973.
Aunque los datos sean conocidos, conviene recordarlos a
partir de los propios documentos oficiales, no sólo para ayudar a reconstruir
esa visión de conjunto acerca de las causas del golpe y la dictadura, sino
también porque el fuerte discurso hegemónico impuesto en la etapa posdictadura
descentró buena parte de los ejes de las explicaciones históricas, exculpando
así las responsabilidades institucionales respecto a los crímenes de Estado y
culpabilizando nuevamente a quienes ayer fueron las víctimas directas de la
represión estatal.
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