Los disturbios civiles, las plagas o el mal tiempo son
algunas de las causas de esta situación. Otras, como el
SIDA, contribuyen a agravarla. En Eritrea, la sequía dura
ya tres años; Sudán está devastada por la guerra;
Mauritania se encuentra en situación crítica debido a la
plaga de langostas. Indonesia, Sri Lanka, Maldivas, India
y Tailandia sufrirán las consecuencias del tsunami que
inundó buena parte de sus tierras.
Estas previsiones sólo pueden corregirse a través de la ayuda
exterior. Corresponde al primer mundo comprometerse para
que no se produzca una crisis. Dar de comer al hambriento
debería ser una prioridad, acabar con el hambre el
objetivo a largo plazo.
El primer objetivo de desarrollo que estableció la ONU para
el nuevo milenio es erradicar la pobreza extrema y el
hambre. Es decir, reducir a la mitad el número de personas
que padecen hambre en el mundo. La organización supo
identificar que la verdadera arma de destrucción masiva
del siglo XXI no era otra que el hambre. También puso
sobre la mesa los requisitos necesarios para combatirla
aunque no logró un verdadero compromiso para erradicarla.
Mientras los países más fuertes se centran en acabar con el
terrorismo y en cortar las aspiraciones nucleares de sus
enemigos y de los terroristas, el hambre hace estragos. En
la UE, el rendimiento de los cultivos descenderá mermando
la producción de cereales, lo mismo ocurrirá en los países
balcánicos, mientras en Chechenia la situación es crítica
debido a la guerra. En Estados Unidos la superficie
cultivada se reducirá un 4% y en Centroamérica ya se está
repartiendo ayuda debido a la sequía y las inundaciones.
Es más, en un paseo atento por las grandes ciudades del
mundo se observa que el hambre y la pobreza están llamando
a nuestra puerta.
Más que ante un problema, lo que plantea el hambre es un
desafío. Se puede vencer con esfuerzo y unos objetivos
claros. A corto plazo la ayuda debe ser inmediata para que
muera el menor número de personas. Avanzando un poco,
aparece el famoso 0,7%. Que los países ricos se
comprometan a aportar tal cantidad de su Producto Interior
Bruto para ayuda al desarrollo es fundamental. Desde 1975
se persigue este objetivo y en la mayoría de los casos
sólo se han obtenido promesas vacías; es hora de pasar a
la acción. Por supuesto, a largo plazo está aquello de
‘enseñar a pescar’, es decir, mostrar a los países
subdesarrollados el camino del desarrollo. Algo que no es
posible mientras sus recursos sigan siendo acaparados por
los países ricos. Compromiso y solidaridad son las
herramientas adecuadas para tal fin.
Toca, de una vez por todas, acabar con los vestigios del
colonialismo. Los países ricos y sus ciudadanos deben
entender que ha llegado el momento de comprometerse. El
hambre es la gran pandemia del siglo XXI y el arma de
destrucción masiva de mayor potencia. El mejor ejemplo es
que, este mismo año, más de 800 millones de personas
sufrirán inanición y verán en peligro su vida si nadie lo
remedia.
Ha llegado el momento del 0,7%, de cumplir el Protocolo de
Kyoto, de poner la primera piedra para cumplir los
Objetivos del Milenio. De demostrar que el hambre puede
ser erradicada y que en el mundo hay recursos suficientes
para todos. Cada persona tiene un derecho inaplazable de
comer lo suficiente. El mayor éxito del siglo XXI podría
ser desmantelar las verdaderas armas de destrucción
masiva, hambre y pobreza.
Sergio Rodríguez Sánchez