Frenar el hambre

En África hay 23 países que necesitan ayuda urgente. Siete en Asia, cinco en América y uno en Europa. Según el último informe Cosechas y Escaseces de la FAO, 36 países necesitan ayuda urgente para paliar los efectos del hambre. Si no se toman medidas, más de 800 millones de personas se verán afectadas.

 

Los disturbios civiles, las plagas o el mal tiempo son algunas de las causas de esta situación. Otras, como el SIDA, contribuyen a agravarla. En Eritrea, la sequía dura ya tres años; Sudán está devastada por la guerra; Mauritania se encuentra en situación crítica debido a la plaga de langostas. Indonesia, Sri Lanka, Maldivas, India y Tailandia sufrirán las consecuencias del tsunami que inundó buena parte de sus tierras.

 

Estas previsiones sólo pueden corregirse a través de la ayuda exterior. Corresponde al primer mundo comprometerse para que no se produzca una crisis. Dar de comer al hambriento debería ser una prioridad, acabar con el hambre el objetivo a largo plazo.

 

El primer objetivo de desarrollo que estableció la ONU para el nuevo milenio es erradicar la pobreza extrema y el hambre. Es decir, reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre en el mundo. La organización supo identificar que la verdadera arma de destrucción masiva del siglo XXI no era otra que el hambre. También puso sobre la mesa los requisitos necesarios para combatirla aunque no logró un verdadero compromiso para erradicarla.

 

Mientras los países más fuertes se centran en acabar con el terrorismo y en cortar las aspiraciones nucleares de sus enemigos y de los terroristas, el hambre hace estragos. En la UE, el rendimiento de los cultivos descenderá mermando la producción de cereales, lo mismo ocurrirá en los países balcánicos, mientras en Chechenia la situación es crítica debido a la guerra. En Estados Unidos la superficie cultivada se reducirá un 4% y en Centroamérica ya se está repartiendo ayuda debido a la sequía y las inundaciones. Es más, en un paseo atento por las grandes ciudades del mundo se observa que el hambre y la pobreza están llamando a nuestra puerta.

 

Más que ante un problema, lo que plantea el hambre es un desafío. Se puede vencer con esfuerzo y unos objetivos claros. A corto plazo la ayuda debe ser inmediata para que muera el menor número de personas. Avanzando un poco, aparece el famoso 0,7%. Que los países ricos se comprometan a aportar tal cantidad de su Producto Interior Bruto para ayuda al desarrollo es fundamental. Desde 1975 se persigue este objetivo y en la mayoría de los casos sólo se han obtenido promesas vacías; es hora de pasar a la acción. Por supuesto, a largo plazo está aquello de ‘enseñar a pescar’, es decir, mostrar a los países subdesarrollados el camino del desarrollo. Algo que no es posible mientras sus recursos sigan siendo acaparados por los países ricos. Compromiso y solidaridad son las herramientas adecuadas para tal fin.

 

Toca, de una vez por todas, acabar con los vestigios del colonialismo. Los países ricos y sus ciudadanos deben entender que ha llegado el momento de comprometerse. El hambre es la gran pandemia del siglo XXI y el arma de destrucción masiva de mayor potencia. El mejor ejemplo es que, este mismo año, más de 800 millones de personas sufrirán inanición y verán en peligro su vida si nadie lo remedia.

 

Ha llegado el momento del 0,7%, de cumplir el Protocolo de Kyoto, de poner la primera piedra para cumplir los Objetivos del Milenio. De demostrar que el hambre puede ser erradicada y que en el mundo hay recursos suficientes para todos. Cada persona tiene un derecho inaplazable de comer lo suficiente. El mayor éxito del siglo XXI podría ser desmantelar las verdaderas armas de destrucción masiva, hambre y pobreza.

 

 

Sergio Rodríguez Sánchez

CCS - España

3 de marzo de 2005

 

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