Ecuador
Sin pan para
hoy,
con
hambre para mañana |
Aplausos. La decisión
tomada por el Congreso de devolver los fondos de reserva de
los trabajadores, a primera vista, merece felicitaciones.
Constatar que el trabajo capitalizado esté tan mal
invertido, indigna. Que el ahorro de la seguridad social
cubra la brecha fiscal y apuntale el discurso de una
supuesta estabilización macroeconómica, molesta. Son razones
que inclinan la balanza a favor de dicha devolución. Son
aberraciones explicables por el manejo económico de quienes
-cual caballos puestos orejeras de tiro- tienen su mira en
un solo objetivo: la estabilidad... de precios. Sin
importarles afectar el ahorro de los trabajadores.
El "economista de cabecera del dictócrata", Mauricio Pozo,
se destaca entre los patrocinadores de esta operación desde
que fue presidente de la Comisión Técnica de Inversiones del
Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS). Luego,
como ministro de Economía, incluso trató de licuar la deuda
estatal con el IESS, calculando las acreencias en sucres a
25 mil unidades por dólar, reduciendo una deuda de unos
2.500 millones de dólares, a 500 millones. Y, para
completar, cientos de millones dólares del IESS se
depositaron en el Banco Central sin beneficio alguno para
los afiliados. Al IESS se le transformó en la tabla de
salvación financiera de última instancia.
A pesar de todo lo descrito, devolver dichos fondos no es
una solución adecuada. Sin negar el derecho que le asiste a
un trabajador cesante o a quien tiene la edad de jubilación
para recuperar su ahorro, se debería impedir la devolución
total de los fondos de reserva. Esta decisión aparece como
una zancadilla justo ahora cuando la economía comienza a
transitar hacia un nuevo rumbo. En una economía abierta, con
elevada propensión a importar, parte de los recursos
devueltos engrosaría las compras externas agravando el
déficit comercial no petrolero, que en 2004 superó los 3.200
millones de dólares. Aceleraría el proceso de deterioro del
IESS (para dicha de los privatizadores). Golpearía la
invitación gubernamental para que los afiliados inviertan su
ahorro en actividades petroleras rentables y seguras (para
contento de las transnacionales deseosas de privatizar los
grandes campos de petróleo de la empresa estatal, que no los
puede recuperar por falta de recursos). Debilitaría los
incipientes seguros de cesantía y de salud para la familia
de los afiliados. Imposibilitaría la mejoría de las
pensiones para los afiliados. Aunque a primera vista parece
oportuno terminar con dicha mala práctica económica, lo
cierto es que la devolución de esos recursos no siquiera
sería pan para ahora, pero si hambre para mañana.
En lugar de devolver este ahorro, habría que vigorizarlo. La
vía podría ser la constitución del banco del afiliado,
utilizando para ello alguna de las entidades financieras
intervenidas por el Estado. Allí cada afiliado tendría su
cuenta propia, que le serviría para acceder al mercado
financiero en mejores condiciones que las que brinda la
banca en la actualidad. Y a través de inversiones
productivas mejorarían las futuras pensiones de los
afiliados, beneficiando también a la colectividad. Esta
decisión recibiría aplausos y no las pifias que realmente
merece la decisión parlamentaria.
Alberto Acosta
Convenio La Insignia / Rel-UITA
13 de julio del 2005.
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