España
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Meterse en al piel
de los pobres |
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Una mayoría desarrollada, rica y derrochadora de la
Humanidad se muestra incapaz de meterse por un momento en la
piel de los pobres y abandonados. O tal vez no les da la
gana, por temor al compromiso derivado de sentir y saber lo
que sufren los excluidos.
“Los líderes mundiales reunidos en la Cumbre del
sexagésimo aniversario de Naciones Unidas no han hecho nada
para ayudar a millones de personas en el mundo que viven en
la pobreza. Si continúa esta tendencia, necesitaremos 100
años en lugar de 10 para alcanzar los Objetivos de
Desarrollo del Milenio”, ha denunciado la organización
internacional de cooperación al desarrollo Intermón Oxfam.
Recordemos una vez más algunas cifras y hechos
significativos. Unos 1.200 millones de seres humanos (la
quinta parte de los habitantes de la Tierra) viven con menos
de un dólar al día. Y, de ésos, 852 millones no tienen nada
que llevarse a la boca. El equivalente a tres veces la
población de los EEUU pasa hambre. Pero, además, otros 3.000
millones más sobreviven con dos dólares diarios o menos. Los
países pobres hoy no pueden asegurar la enseñaza primaria a
todos sus niños, menos aún promover la igualdad de las
mujeres con los hombres, tampoco reducir la mortalidad
infantil, ni siquiera pueden asegurar que cientos de miles
de mujeres no mueran al parir, tampoco que el Sida deje de
diezmar sus poblaciones...
Es cierto, sabido y publicado, pero como si
lloviera. Por eso debemos recordarlo. Constantemente. Hasta
que se nos caiga la cara de vergüenza. Y sabido es también
que la pobreza, cuya disminución al 50% para 2010 se acordó
en la ONU, puede reducirse y erradicarse. Sin necesidad de
milagros ni de ayudas divinas. Pero son precisas tres
condiciones sine qua non: ayuda real al desarrollo
(el famoso 0.7% de los presupuestos de los estados del
Norte, ayuda que sólo cumplen cinco países), acabar con las
actuales prácticas y conductas de los ricos en el comercio
internacional y liquidar de una vez la deuda externa de
todos los países empobrecidos del Sur que, por cierto, ya ha
sido pagada varias veces.
No es una cuestión de cifras, sino de seres
humanos, de dramas, de tragedias constantes, de sufrimiento
y de dolor. Multiplicado por cientos de miles, por millones,
por cientos y miles de millones.
¿Qué pensarían el señor Bush, el señor Schröeder,
el señor Chirac, el señor Blair, el señor Berlusconi… si su
mujer tuviera que dedicar cada día entre cuatro y seis
horas en un fatigoso camino de ida y vuelta para conseguir
unos litros de agua potable? ¿Qué dirían esos importantes
líderes si vieran, sin poderlo remediar, como un hijo
pequeño muere por una diarrea común? ¿Qué sentirían al
averiguar que esa diarrea se cura sin problemas a unos
cientos de kilómetros? ¿Qué pasaría por sus cabezas si un
día tras otro sólo dispusieran de un puñado de arroz o de
mijo para alimentar a su familia, cuando lo tuvieran? ¿Qué
cavilarían, sabedores de que sus hijos no han podido
aprender nada, ni ir a escuela alguna, ni tener otro
horizonte en su vida que hambre, desnutrición o enfermedades
curables que, sin embargo, acabarán con su vida?
Una mayoría desarrollada, rica y derrochadora de
la Humanidad se muestra incapaz de meterse por un momento en
la piel de los pobres y abandonados. Tal como son incapaces
de hacerlo los poderosos mandatarios globales. O tal vez no
les da la gana, por temor al compromiso derivado de sentir y
saber lo que sufren los excluidos.
Solidaridad es precisamente ponerse en el lugar
del otro, meterse en la piel de otro, intentar sentir lo que
siente el otro. Y ser capaz de vivir el dolor, el
sufrimiento, la incertidumbre y los miedos que atenazan sus
inmisericordes días. Que bueno sería disponer de una
tecnología -ahora tan en boga las nuevas tecnologías- que
permitiera meter en la piel de los pobres y excluidos a los
poderosos, a los que deciden, a los que se parapetan tras
las palabras suaves, la buena educación, los eufemismos y la
manipulación del lenguaje. Ellos niegan la solidaridad
porque parecen ignorar que todos hemos nacido de una madre e
indefectiblemente moriremos. Por poderoso que se sea. Sin
embargo, actúan como si hubiera dos clases de especies
humanas. Pero sólo hay una y estamos en el mismo barco. Se
llama Humanidad.
Si no cambian las cosas, si no conseguimos
siquiera los prudentes Objetivos del Milenio contra la
pobreza, esta Humanidad se cubrirá de vergüenza.
Xavier Caño
CCS – España
28 de setiembre de 2005
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