El 7 de julio se cumple la mitad del plazo acordado por
los jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo para
alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).
Ocho metas de desarrollo a las que se comprometieron en
Nueva York en el año 2000 y entre las que se encuentran
reducir a la mitad el hambre, alcanzar la escolarización
universal o detener las epidemias del sida, la malaria o
la tuberculosis.
La campaña "Derecho
a la alimentación. Urgente",
promovida por Prosalus, Ingeniería sin Fronteras y
Veterinarios sin Fronteras, denuncia la falta de
voluntad política para cumplir los ODM y acabar
con el hambre en el mundo.
En la actualidad, 14 personas de cada 100 padecen hambre
en el mundo a pesar de que se producen alimentos para
abastecer a toda la población mundial. De seguir así, en
2015 sólo se habrá reducido la mitad de lo previsto el
porcentaje de personas que pasan hambre.
Además, en algunos países el número de personas
malnutridas está aumentando. El hambre no hace más que
perpetuar la pobreza y hace difícil que el resto de
objetivos lleguen a cumplirse.
La malnutrición infantil puede tener consecuencias
irreversibles en el desarrollo cognitivo lo que
dificultará la actividad escolar.
Un niño malnutrido tendrá una escolaridad tardía y
corta. Así, el objetivo 2, la educación primaria
universal, no llegará a cumplirse.
La inequidad por razón de sexo aumenta el riesgo de
malnutrición en la mujer, que tiene que ver con el
objetivo de conseguir la igualdad entre géneros. Las
niñas que tienen una alimentación adecuada suelen tender
a permanecer más años escolarizadas.
Una alimentación adecuada siempre va a favorecer el buen
desarrollo del embarazo, previendo enfermedades en la
madre y en el feto y la recuperación en el posparto. Si
se luchara por conseguirlo, el objetivo 5 podría
cumplirse. Asimismo, una buena alimentación es
imprescindible para superar las enfermedades.
La pobreza y el hambre son incompatibles con el uso
sostenible de los recursos naturales, objetivo 7. Las
personas malnutridas no participan en el desarrollo de
sus comunidades, lo que imposibilita el éxito de las
iniciativas que se emprendan y de a cumplir el objetivo
8 de fomentar una asociación mundial para el desarrollo.
El hambre del siglo XXI tiene su origen en la exclusión
y marginación de las poblaciones pobres de los círculos
de poder y de la toma de decisiones sobre cuestiones
que, como la agricultura y el comercio, tienen un
impacto directo en el derecho humano a la alimentación.
¿Qué necesidad hay más urgente que reducir el hambre?
Si se conocen las causas, si existen las tecnologías y
los recursos necesarios para reducir a la mitad el
hambre, lo que falla es la voluntad política. Reducir el
hambre en el mundo implicaría invertir en la
agricultura, en los pequeños agricultores y en
fortalecer el desarrollo de las capacidades de las
personas, especialmente de las mujeres.
Las políticas agrarias actuales, sin embargo, están
dirigidas a cubrir las demandas de los mercados del
Norte. Por eso muchos países cuya economía se fundamenta
en la agricultura presentan, paradójicamente, índices
elevados de desnutrición.
Es necesaria una estrategia integral de lucha contra el
hambre y la pobreza desde el marco de los derechos
humanos, que trabaje sobre las causas estructurales del
hambre e implique la participación de ricos y pobres. Es
necesario poner en práctica los compromisos firmados por
todos los gobiernos.
La lucha contra el hambre implica situar a los grupos
vulnerables en el centro de las políticas agrarias y
comerciales y facilitar su participación; adoptar
políticas que apoyen las explotaciones familiares y
garanticen los derechos de los agricultores; garantizar
el acceso, control y uso sostenible de los recursos,
como la tierra, el agua y las semillas; e incrementar
las inversiones públicas en de desarrollo rural. Sólo
aquellos países que han invertido en su agricultura han
mejorado sus cifras de hambre.
El derecho a la alimentación es el derecho a tener
acceso, individual o colectivamente, de manera regular y
permanente, a una alimentación adecuada y suficiente, y
a los medios necesarios para producirla, de forma que se
corresponda con las tradiciones culturales de cada
población y que garantice una vida digna.
Henar L. Senovilla*
3 de julio de 2007
* Periodista de “Derecho
a la alimentación. Urgente”