El derecho a la diferencia no debe desembocar en una diferencia de derechos.
Sami Naïr, experto en políticas migratorias, argelino y
académico francés sostiene que la cuestión no es el cierre de fronteras,
sino la organización de la movilidad. Los flujos migratorios son inevitables
y la única manera de poder organizarlos es coordinando su gestión, de manera
conjunta, los países de origen con los países de tránsito y destino.
Cuando nos referimos al concepto de ciudadanía hablamos de una pertenencia
común basada en valores. No tiene nada que ver con la raza, con la religión
o con el género. Es en la sociedad civil y no en las administraciones
públicas donde brotan las reacciones de xenofobia y la irracionalidad. Por
eso es necesario sensibilizar a las poblaciones y construir políticas de
acceso a la ciudadanía. Los medios de comunicación son una pieza clave para
difundir una imagen correcta sobre la inmigración, pueden favorecer la
integración o provocar rechazos, choques e intolerancia.
El país de acogida debería transmitir la pertenencia a esa historia común
que ya es la historia actual de los hijos de los inmigrantes. Ellos son los
ciudadanos del mañana y serán los actores de su propia integración. Los
inmigrantes de segunda o tercera generación en una Europa que precisa
repoblación, deberían ser considerados ciudadanos del país.
Según Naïr, toda buena política de inmigración debe estribar en tres
pilares: una gestión justa de las fronteras y de concesión de visados; una
política de integración y un plan de codesarrollo cuyo objetivo sea que los
inmigrantes sirvan como elemento de cooperación en sus países de origen,
hacer que sus remesas puedan ser utilizadas para el desarrollo de sus
regiones; y estabilizar los flujos migratorios.
Para una Unión Europea con 27 países, trazar una política
común de inmigración puede parecer una tarea imposible. Cada país aborda la
inmigración y gestiona esos flujos y las fronteras de manera diferente. En
general, prevalece una visión económica, la de abrir y cerrar las puertas
según las demandas de mano de obra barata. Deberíamos abandonar esa mera
concepción instrumental y entrar en una visión de codesarrollo, que permita
utilizar una parte de la riqueza del país de acogida para ayudar al de
origen y favorecer su estabilización. Al integrar inmigración y desarrollo
tanto el país emisor como el receptor pueden beneficiarse.
El carácter humanitario de las políticas de integración ya es cuestión de
cada país y de su identidad colectiva. Tal vez no sea preciso un comisario
europeo para gestionar los flujos migratorios sino una política que
garantice los derechos y deberes de los inmigrantes.
“Tenemos una mirada policíaca hacia la inmigración. Europa instala
campos de internamiento en el exterior de sus fronteras. En Argelia,
en Marruecos y en el sur de Libia existen importantes centros
de retención de inmigrantes donde no se respetan los derechos humanos”,
afirma Naïr.
Asimismo, clama a nuestra conciencia la situación de muchos inmigrantes que
han traspasado los muros de la fortaleza europea y sin poder regularizar su
situación acaban padeciendo el ‘síndrome de Ulises’. Un cuadro de estrés
intenso motivado por la soledad, el miedo y la indefensión que padecen
muchos de los inmigrantes sin papeles.
“El Norte demográfico decae, el Sur humano asciende. Nos llegan muchas
personas jóvenes y dinámicas, capaces de soportar malas condiciones de
acogida en los países ricos, donde la población es cada vez más envejecida”.
La mayoría de los inmigrantes que llegan a Europa no desean asentarse de
manera definitiva pero ante el riesgo de perder los permisos de residencia o
de trabajo cuando salen del país de acogida, acaban por traer a sus
familiares y olvidarse del retorno. Aceptar y controlar esos tránsitos de
forma organizada es la única forma de evitar los flujos clandestinos.
Los inmigrantes que conviven y aprenden los mecanismos de los países
europeos, cuando regresan a su país no sólo pueden construir su casa o
montar un negocio sino que favorecen la democratización de sus lugares de
origen. Es una buena forma de interculturalidad fecunda.
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