Después
del violento impacto del huracán "Beta"
en la
Costa Caribe de Nicaragua, fueron muchos los que
levantaron la voz sobre la necesidad de realizar un
exhaustivo analisis sobre las debilidades del Sistema de
Prevención y Mitigación de Desastres (Sinapred) y de
la Defensa Civil, pero sobre todo, sobre la necesitad de
una movilización inmediata por parte del Gobierno para
llevar las primeras importantes ayudas a la población.
Ya han pasado dos semanas y para las miles de personas
que perdieron lo poco que tenían, la situación en las
Regiones Autónomas del Atlántico Norte y Sur (Raan y
Raas) parece cada día más difícil, a causa también de
dos Tormentas tropicales que afectaron al territorio
después del huracán.
El Gobierno nicaragüense, concluida la emergencia, ha
dado prioridad a las negociaciones con los partidos
políticos para llegar a aprobar las leyes de carácter
económico que permitirían "respetar" o más bien
"obedecer", al acuerdo con el Fondo Monetario
Internacional (Fmi).
Según las primeras evaluaciones, en la zona de la Raan
los daños se calculan aproximadamente en 67 millones de
cordobas (4 millones de dólares), 19 mil hectáreas de
cultivos han sido destruidos por la inundación del Rio
Coco ( de las 26 mil hectáreas existentes) y son 56 mil
las personas que necesitan de ayuda inmediata.
Muchas
de ellas se encuentran todavía en los albergues sin
comida ni medicamentos.
En la
Raas, dónde el huracán entró con toda su fuerza, la
situación ha sido parcialmente controlada, pero son
muchas las personas que se han quedado sin nada y que
están esperando la ayuda del Gobierno para poderse
alimentar y reconstruir sus pobres casas de madera.
Desafortunadamente, la desesperación de la población
costeña no es cosa nueva para Nicaragua y los desastres
provocados por el huracán y las aluviones, se suman a
una realidad de abandono histórico por parte de las
Instituciones del Gobierno central y del Poder
Legislativo.
Pocas semanas antes de la llegada de "Beta", las
instituciones regionales de la Raan lanzaron un llamado
de alerta por las dramáticas situaciones en que vivían
decenas de miles de personas, por el escaso presupuesto
aprobado por el Gobierno a las autoridades de la zona,
por la falta de vías de comunicación y el exagerado
valor del transporte público, por la primeras
inundaciones y por la preocupante plaga de ratas que
habían acabado con los granos básicos almacenados en las
casas y la difusión de enfermedades.
Una
zona, la Costa Atlántica, que ha vivido constantemente e
históricamente el saqueo de sus enormes recursos
naturales como la pesca, el oro y la madera por parte de
las multinacionales extranjeras y de ricos empresarios
nacionales sin escrúpulos quienes, con el pasar de los
años, se han acaparrado los territorios ancestrales de
las poblaciones indígenas de la zona.
En los días siguientes al huracán, el periodista
nicaragüense
Francisco J. Sancho Más ha publicado un
testimonio sobre esta situación.
"¿Y
ahora? El agua sigue estando por todos lados: Waspam,
Puerto Cabezas y otras comunidades siguen inundadas: Es
cierto que antes de que pasara el huracán estaba ya la
gente preparada: La solidaridad no esperó a que entrara
y la movilización a primera vista de las instituciones
del Gobierno no estuvo nada mal, en comparación con
otras ocasiones.
Pero
volvieron ciertas autoridades al aeropuerto de Managua a
cantarle al Presidente un “misión cumplida” cuando no
era más que el principio: Por poco nos pasa el huracán
dejándonos con el alma en vilo: Se necesita mucha ayuda
a partir de ahora: ¿Y después?
El alijo de drogas (calculado en 360 millones de
dólares) que capturó un barco de la Armada Inglesa que
venía supuestamente con cargas de ayuda para los
afectados del huracán es una fotografía de lo que ocurre
en la Costa: 360 millones de dólares en drogas pasando a
toda velocidad por delante de nuestra otra mitad sin que
nada lo detenga, a no ser un barco de guerra: La otra es
aquella que se vio en su día, de gente en un puerto
implorando con lamentos a la Policía que les devolviesen
los alijos lanzados al mar desde un barco perseguido,
sin pudor y sin miedo.
Desde
el otro lado; desde Managua, todo seguirá llegando
tarde: Uno teme que seguirán llegando tarde los buses a
Puerto Cabezas. Ni modo. Seguirán llegando tarde
cargados de gente; a veces de animales sobre el techo o
adentro: Seguirán arreglándose a medio camino; o dejarán
en el mismo alguna pieza del chasis ante la mirada
abierta de los niños que se asoman de las casas de
Mulukukú o de Laba.
El
camino los irá recibiendo con traiciones de hondonadas
no esperadas o de ríos que se salen de su curso animados
desde el cielo por una lluvia exagerada que cae de todos
lados.
El
huracán ya ha pasado: Por poco nos agarra de lleno
uniéndonos atlánticos y pacíficos en una sola tragedia.
No
podemos olvidarnos de que muchas personas en las
poblaciones por donde el ojo del huracán puso su mirada,
lo perdieron todo. También hay algunos desaparecidos,
¿muertos? Pero todos coincidimos en que podría haber
sido peor.
Con
todo, emociona la disposición de la gente desde el
Pacífico para ayudar y tender la mano.
Pero la Costa Atlántica de Nicaragua no puede esperar
siempre a que se avecine un huracán para sentirse dentro
de un país que somos todos. Sencillamente no puede. Y
nosotros tampoco podemos hacernos la ilusión de caminar
sin ellos. Sencillamente. Y si la historia no nos
cambia, no podremos ser Nicaragua si no es con la Costa
Atlántica activamente involucrada en nuestro desarrollo;
con su aporte y con su demanda de beneficios.
En la
Costa estuvo nuestra cuna, nuestra historia y el corazón
de nuestra libertad.
La
Costa ha resistido el ser arrebatada de Nicaragua cuando
estaba en posesión de los ingleses: Y Nicaragua no ha
querido ser separada.
Es como
un amor, una vocación mestiza; una vocación indígena y
una vocación de negritud que no quiere aceptar ser de
otra manera; ni que le ordenen una.
La Costa aporta la gran mayoría de nuestra riqueza y
recursos medioambientales, una riqueza incomparable y un
potencial turístico nada despreciable; con costas que
guardan el encanto de los territorios vírgenes de
presencia humana.
La
Costa nos hace el favor de aportar su herencia cultural
y su diferencia haciendo de Nicaragua el mosaico de
color que la convierte en una tierra de todos hecha para
el mundo, donde pocos alguna vez dejan de sentirse en
casa.
Insisto en creer empecinadamente que el futuro de
Nicaragua está en la Costa Atlántica; y eso lo veremos
cuando por fin haya una vía que nos una de forma más
rápida de las que hoy languidecen por tierra, por río o
por aire.
Lo que
no podemos seguir haciendo es dejar la Costa Atlántica
abandonada al trasiego de las rutas ilegales de drogas o
a aquel lamento de la gente que sufre de hambre. Sin
oportunidades, sin esperanzas de trabajo; sin otras
expectativas que no sean las de sobrevivir a costa de lo
que caiga en el mar, qué otro futuro le queda a la
Costa.
Solo
con un esfuerzo, con una avalancha de solidaridad y con
una voluntad de compartir inversiones podremos hacernos
la ilusión de ir caminando juntos en esta linda historia
que se llama Nicaragua. Hace falta pensar juntos,
incluir a la Costa en las decisiones; pensar junto a la
Costa con su gente en todos los niveles de decisión y no
solo acordarnos en las catástrofes de aquella otra mitad
de la casa nuestra.
Ni siquiera una carretera puede unir Managua con Puerto
Cabezas; aun con todo el beneficio para el intercambio
de mercancías y la celeridad del mercado que eso
significaría.
El
turismo no deja de ser ocasional y no exento de cierto
riesgo, y eso elimina muchas posibilidades: Bluefields
apenas se presenta como un paso hacia Corn Island; y
entre Puerto Cabezas y Bluefields se extiende una costa
tan hermosa como olvidada.
El río
San Juan es apenas un recuerdo de una vieja disputa y
una palabra para reivindicar el patriotismo; y el río
Coco es un dolor en la conciencia, asolado con el hambre
cíclica y la precariedad en la que se vive a una y otra
orilla.
Si nos
apartamos aún más al interior, en las minas, por
ejemplo, vemos que no ha habido un avance en inversión
de mejoras significativas que les distinga de su propia
historia de explotación por empresas extranjeras. Y sin
embargo, cuanto más tarde nos encontremos, cuanto más
tardemos en sabernos juntos; más tiempo estaremos
tardando en encontrar nuestro destino.
Nos
falta en el día a día nuestra otra mitad; la que nos
despierta la conciencia cuando se aproxima un huracán, y
a la que debemos una historia de respeto.
Aparte
de la Cruzada de Alfabetización, revolución, democracia
y dictadura solo han supuesto un cúmulo de heridas y de
olvido para la Costa.
Y ahora solo mirándonos a los ojos, sin ningún
prejuicio, reconociéndonos mestizos, negros e indígenas
en toda nuestra grandeza volveremos acaso a sentirnos
enamorados de cómo nos brilla el sol de costa a costa,
como si fueran cada una de nuestras mejillas.
¿Cómo
si no podemos vivir los unos sin los otros?
Somos
dos mitades, aunque haya más grietas y divisiones
internas; pero sin esas dos mitades, no hay casa para
nadie.
Es la
casa nuestra.
Giorgio Trucchi
16 de noviembre de 2005