El relator especial
de la ONU sobre la tortura y otros tratos inhumanos, Manfred Nowak, completó
recientemente una misión oficial en Uruguay considerando “deplorables” las
condiciones de algunas comisarías y cárceles que visitó. Llegó a decir que
de todas las prisiones que había visitado en el mundo las uruguayas eran de
las peores.
Estas afirmaciones de Nowak causaron un gran revuelo
en la opinión pública uruguaya, y el sistema político, en plena campaña
electoral, se hizo eco de ellas.
Ligado a la realidad carcelaria viene el tema de la seguridad
pública, además de la prevención y la preparación policial.
En otros términos: a propósito de la seguridad pública es
importante analizar un circuito perverso, que aísla (encarcela) a quien
comete un delito, internándolo en establecimientos que, por sus
características, no sólo no rehabilitan sino que, en muchos casos empeoran
la condición del recluso.
En 1992 planteamos ese grave problema en la Comisión de
Derechos Humanos de la Cámara de Representantes, y destacamos que se trataba
de un tema pendiente desde largo tiempo atrás.
Recordamos entonces, que por la década de los 50 la Cámara
había elaborado un informe sobre las cárceles cuyo contenido resultaba
aterrador. Pero 40 años después, señalamos, el panorama era similar.
La realidad indica que, cíclicamente, a raíz de alguna
denuncia con revelaciones más o menos escandalosas, el tema de las cárceles
gana la primera plana de la prensa. “En tales casos, por espacio de 15 días
se grita contra la administración, se piden nuevas leyes que vayan a
aumentar el número, nada bajo, de las vigentes, y pasado aquel tiempo todo
queda igual, si no cambia y se hace peor”.
Aunque dicha descripción resulte de extrema actualidad, esas
son palabras textuales del libro “Las prisiones”, publicado hacia fines del
siglo IXX por Kropotkine. Ya entonces, ese pensador excepcional que
fue recluido largo tiempo en la cárcel por su condición de anarquista,
observó que “el hombre que ha estado en la cárcel volverá a ella”, como
demuestran las cifras.
Los reincidentes, en realidad, fueron educados en la cárcel.
Y muchos presos –observa Kropotkine- una vez libres actuarán como
aprendieron a hacerlo en la prisión.
Aunque al liberado “le hace falta sostén, fraternidad, y no
busca sino una mano amiga (…) después que el Estado ha hecho cuanto estaba
en su poder para convertirlo en enemigo de la sociedad, después de haberle
inoculado los vicios que caracterizan a los establecimientos penitenciarios,
le condena a tornarse reincidente”.
Cuando se plantea el tema de las cárceles, las condiciones a
que se somete a los presos, el incumplimiento del artículo de la
Constitución que establece que “en ningún caso se permitirá que las cárceles
sirvan para mortificar, y sí sólo para asegurar a los procesados y penados,
persiguiendo su reeducación, la aptitud para el trabajo y la profilaxis del
delito”, algunos, entre los cuales están los que apelan demagógicamente a un
hecho real -la inseguridad y la sensación de inseguridad- suelen replicar
diciendo que quienes eso plantean se preocupan de los victimarios y no de
las víctimas. Pasan por alto que si no se cumple con la disposición
constitucional se acentuarán el riesgo de la propiedad y de los bienes
sociales que dicen defender.
Todo el sistema carcelario nacional está en crisis.
En la exposición de motivos del proyecto presentado en la
Cámara de Representantes por el Encuentro Progresista (elaborado por el ex
diputado Díaz Maynard) se hizo referencia al “cúmulo de causas que
están en la raíz de la actual situación del sistema penitenciario: desde las
condiciones edilicias y, en consecuencia, el hacinamiento, los malos tratos,
el consumo de drogas, de alcohol y la ausencia total de capacitación
funcional, hasta la falta de medidas que tiendan a la reinserción social del
recluso”.
Una de las causas medulares que aflige al sistema
penitenciario nacional radica en el crítico relacionamiento
funcionario-recluso, derivado fundamentalmente de la falta de preparación
del personal policial penitenciario.
La policía de Uruguay no está capacitada para encarar
el proceso de rehabilitación de la población carcelaria.
Desde 1971 la función penitenciaria depende el Ministerio del
Interior, lo que no ocurre en otros países, ni lo aconsejan los criminólogos
más prestigiosos.
Lo más adecuado sería la creación de un servicio
descentralizado; ante todo por la función particularmente delicada a
cumplir. En ese sentido, la creación del Instituto Nacional de
Rehabilitación es una necesidad urgente.
El actual modelo penitenciario ha fracasado. En algunos
aspectos sólo reproduce el delito. Y sus efectos negativos, más allá de los
muros de las cárceles, alcanzan a la sociedad en su conjunto.
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