América Latina va bien,
regular o mal, depende cómo se mire a quién se pregunte o el tema que se
aborde.
En
efecto, dentro del ámbito social, los innumerables retos que la región
presenta a corto, medio y largo plazo son interpretados de muy diferente
manera. Depende de si se consulta al entusiasta portavoz del siempre
optimista banco multilateral de turno o a una agencia del sistema de
Naciones Unidas. Depende, también, de que se hable de sida o de democracia,
de distribución del ingreso o de mortalidad infantil. América Latina es una
región muy compleja y en ningún caso se puede aplicar un análisis de brocha
gorda para abordar sus problemas y retos, para cantar glorias y alabanzas al
progreso o para elaborar una crítica tan despiadada como superficial y
olvidarse de algunos aspectos en los que, de manera indudable, se avanza.
Despacio, eso sí. Menos de lo necesario, eso siempre.
Pobreza, crecimiento y gasto social
Según el último Panorama Social de América Latina, publicado el pasado mes
de diciembre por la Comisión Económica para América Latina y El Caribe
(CEPAL) sólo entre 2003 y 2005, más de 13 millones de personas han salido de
la pobreza en toda la región. Sin embargo, el 40 por ciento de la población,
es decir, más de 200 millones de personas, sigue viviendo por debajo del
umbral de la pobreza y 88 millones de latinoamericanos malviven en la
indigencia.
Estas cifras, tremendas, insoportables para una región que se pretende entre
las que se encuentran en pleno desarrollo, se dan a pesar de la continua
subida del gasto social y de un aumento significativo en la eficacia de su
empleo. Así, siempre según la CEPAL, los recursos por habitante dedicados a
salud, educación, vivienda y protección social han aumentado un 39% desde
1990. Es más, y es aquí donde pierden sus motivos quienes critican lo que
consideran un "despilfarro" del erario público, según esta misma fuente, el
gasto social afecta más a los hogares con menos ingresos y es especialmente
eficaz en la lucha contra la pobreza extrema en los países que más dedican a
este aspecto (Argentina, Uruguay y Costa Rica, entre otros).
Por otro lado, tanto quienes subrayan lo obvio, que sin crecimiento no hay
reducción de la pobreza, como quienes consideran que ese crecimiento es la
panacea, la herramienta única y suficiente para la erradicación de todos los
males, se encuentran en América Latina con un escenario ambiguo, único en el
mundo. En efecto, la región crece. Es más, crece por encima de lo que lo ha
hecho en los últimos 15 años. La media entre 2003 y 2006 se sitúa, si
tenemos en cuenta un crecimiento del 4,1% previsto por el Banco Mundial para
el próximo ejercicio, en el 4%, por encima del promedio entre 1990 y 2002
(2,6%) pero siempre por debajo del 5,6% de media a la que ha crecido el
conjunto de los países en desarrollo en los últimos tres años. Es decir,
bueno pero, de nuevo, no suficiente.
En el plano político, las distintas opciones que triunfan en un continente
en continua ebullición, escenario de ortodoxias de uno y otro cuño, no
parecen dar resultado. El último de ellos, el socialismo bolivariano del
presidente de Venezuela, Hugo Chávez, no ha hecho sino aumentar
progresivamente la pobreza en su país. Y no lo dice ninguna escuela
estadounidense, sino el Informe sobre Desarrollo Humano de Naciones Unidas,
institución nada sospechosa de veleidades neoliberales.
Sida e infancia
El sida y las enfermedades endémicas y la mortalidad infantil y los índices
de fecundidad vuelven a mostrar aspectos positivos y negativos. Por un lado,
los países latinoamericanos en conjunto son cada vez más eficaces en materia
de prevención contra el sida. Sin embargo, durante 2005, alrededor de 66.000
personas murieron en América Latina a causa de esta enfermedad. Además, en
este año se han registrado 200.000 nuevos casos, con lo que el número total
de enfermos aumenta hasta los 1,8 millones. Por último, y a pesar de los
continuos avances, el índice de prevalencia en países como Honduras o los
del Caribe sigue siendo extremadamente alto.
Los temas demográficos presentan un perfil más alentador. Según el Panorama
Social 2005 tanto la mortalidad infantil como la fecundidad se han reducido
en los últimos 15 años. La primera bajó de 43 a 25 por cada mil nacidos
vivos entre 1990 y 2003 y la fecundidad descendió de 3,0 a 2,6 hijos por
mujer entre los períodos de 1990-1995 y 2000-2005. Sin embargo, a la hora de
hablar de distribución de esas cifras, las clases y las regiones más pobres
presentan, de nuevo, los peores registros.
Y
es que, en cualquier materia que se aborde, la desigualdad se ha convertido
en el verdadero mal de América Latina, una situación que ni siquiera ha
podido ser revertida en Chile, un país que goza de un desarrollo modélico en
todos sus aspectos pero que tiene, después de Brasil, el peor índice de
desigualdad de la región.
En materia de infancia también se han conseguido avances, acompañados de
zonas oscuras que persisten. Según el último informe de UNICEF, "Estado
Mundial de la Infancia 2006: Excluidos e Invisibles" la región presenta los
mejores resultados dentro de los países en desarrollo. Además, según el
informe de la Agencia de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO),
sólo América Latina ha cumplido los objetivos marcados por las Metas del
Milenio en materia de destrucción infantil. Sin embargo, estas luces se
acompañan con las sombras de la explotación infantil, el esclavismo, la
prostitución, los abusos, la pobreza, el abandono, la falta de acceso a los
recursos educativos, etc.
Remesas, inmigración y esperanza
Con esta perspectiva global, la inmigración se presenta como la única
escapatoria para miles de jóvenes, un fenómeno con sus efectos negativos
(falta de implicación y, por tanto, de compromiso con la sociedad de origen,
vista como un escalón hacia otra parte; desarraigo, mafias) pero que cuenta
con un nuevo motor de desarrollo: las remesas.
En efecto, el dinero que los inmigrantes de toda Latinoamérica envían a sus
familias en sus lugares de origen se ha convertido en una importante fuente
de ingresos para todos los países de la región. Tanto, que ha llegado a ser
contraproducente. No sólo porque hay varios países que dependen en exceso de
este dinero sino porque, al mismo tiempo, ha creado ciertos fenómenos, no
generalizados, de apatía y parasitismo en las sociedades receptoras.
Sin embargo, las cifras son inexcusables: según el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) sólo en 2004, los trabajadores latinoamericanos y caribeños
residentes en el extranjero enviaron 45.800 millones de dólares a sus países
de origen. En conjunto, el volumen total de las remesas se ha multiplicado
por 100 en las últimas tres décadas. Como único instrumento de lucha contra
la injusticia no servirán. Ya ocurrió con el crecimiento macroeconómico. Las
fórmulas perfectas no existen.
Queda por ver si esa es la salida definitiva del túnel latinoamericano, el
principio del fin. Queda por ver si, por fin, podemos escribir las palabras
desarrollo social juntas, sin luces y sombras, sin sonrojo.
Juan Carlos Galindo
Convenio La Insignia / Rel-UITA
13
de enero del 2006
FOTO: casapopular.com.ar