En el comercio de los medicamentos, la competencia no está
funcionando y los grandes grupos farmacéuticos recurren a toda suerte de
juegos sucios para impedir la llegada al mercado de medicinas más eficaces y
sobre todo para descalificar los medicamentos genéricos mucho más baratos.
Así lo muestran las conclusiones del Informe final, publicado por la
Comisión Europea. Consecuencia: el retraso del acceso del consumidor a los
genéricos se traduce en importantes pérdidas financieras no sólo para los
propios pacientes sino para la Seguridad Social a cargo del Estado (o sea de
los contribuyentes). Ésto, además, ofrece argumentos a los defensores de la
privatización de los Sistemas Públicos de Salud, acusados de ser fosos de
déficit en el presupuesto de los Estados.
Los genéricos son medicamentos idénticos, en cuanto a
principios activos, dosificación, forma farmacéutica, seguridad y eficacia,
a los medicamentos originales producidos en exclusividad por los grandes
monopolios farmacéuticos. El período de exclusividad, que se inicia desde el
momento en que el producto es puesto a la venta, vence a los diez años; pero
la protección de la patente del fármaco original dura veinte años. Entonces
es cuando otros fabricantes tienen derecho a producir los genéricos que
cuestan un 40 por ciento más baratos. La Organización Mundial de la Salud
(OMS) y la mayoría de los Gobiernos recomiendan el uso de genéricos porque,
por su menor coste, favorecen el acceso equitativo a la salud de las
poblaciones expuestas a enfermedades evitables.
El objetivo de las grandes marcas farmacéuticas consiste en
retrasar por todos los medios posibles la fecha de vencimiento del período
de protección de la patente; y se las arreglan para patentar añadidos
superfluos del producto (un polimorfo, una forma cristalina, etc.) y
extender así, artificialmente, la duración de su control del medicamento.
El mercado mundial de los
medicamentos representa unos 700.000 millones de euros; y una docena de
empresas gigantes, entre ellas las llamadas Big Pharma
–Bayer,
GlaxoSmithKline (GSK), Merck, Novartis, Pfizer, Roche, Sanofi-Aventis–,
controlan la mitad de ese mercado. Sus beneficios son superiores a los
obtenidos por los poderosos grupos del complejo militar-industrial. Por cada
euro invertido en la fabricación de un medicamento de marca, los monopolios
ganan mil en el mercado. Y tres de esas firmas, GSK, Novartis
y Sanofi, se disponen a ganar miles de millones de euros más en los
próximos meses gracias a las ventas masivas de la vacuna contra el virus de
la nueva gripe.
Esas gigantescas masas de dinero otorgan a las Big
Pharma una potencia financiera absolutamente colosal. Que usan en
particular para arruinar, mediante múltiples juicios millonarios ante los
tribunales, a los modestos fabricantes de genéricos. Sus innumerables
lobbies hostigan también permanentemente a la Oficina Europea de Patentes (OEP),
cuya sede se halla en Munich, para retrasar la concesión de autorizaciones
de entrada en el mercado a los genéricos. Asimismo lanzan campañas engañosas
sobre estos fármacos bioequivalentes y asustan a los pacientes. El resultado
es que, según el reciente Informe publicado por la Comisión Europea, los
ciudadanos han tenido que esperar, por término medio, siete meses más de lo
normal para acceder a los genéricos, lo cual se ha traducido en los últimos
cinco años en un sobregasto innecesario de cerca de 3.000 millones de euros
para los consumidores y en un 20 por ciento de aumento para los Sistemas
Públicos de Salud.
Barack Obama,
deseoso de reformar el sistema de salud de Estados Unidos que deja
sin cobertura médica a 47 millones de ciudadanos, está afrontando las iras
del complejo farmacéutico-industrial. Aquí, las sumas en juego son
gigantescas (los gastos de salud representan el equivalente del 18 por
ciento del PIB) y las controla un vigoroso lobby de intereses privados que
reúne, además de las Big Pharma, a las grandes compañías de
seguros y a todo el sector de las clínicas y de los hospitales privados.
Ninguno de estos actores quiere perder sus opulentos privilegios. Por eso,
apoyándose en los grandes medios de comunicación más conservadores y en el
Partido Republicano, están gastando decenas de millones de dólares en
campañas de desinformación y de calumnias contra la necesaria reforma del
sistema de salud.
Sería dramático que las mafias farmacéuticas ganasen la
batalla. Porque redoblarían los esfuerzos para atacar, en Europa y en
el resto del mundo, el despliegue de los medicamentos genéricos y la
esperanza de unos sistemas de salud menos costosos y más solidarios.
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