El consumismo vertiginoso de la sociedad actual nos
está aislando. La frustración asola a gente con
buenas familias, amigos, buena salud y todas sus
necesidades básicas, además de infinidad de cosas
que no necesita. Este consumismo no es sino una
muestra de insatisfacción e infelicidad.
Pocas veces se cuestiona la raíz de nuestro malestar. La
sociedad corre tan rápido que nos deja poco tiempo para
plantearnos alternativas y para darnos cuenta de que
somos seres afortunados y que, con tanta miseria a
nuestro alrededor, podríamos salir de nuestro autismo y
arrimar el hombro a los más necesitados. El
individualismo egoísta nos empuja hacia el consumo y nos
aleja de las personas. Nos hace insolidarios.
Decir que lo material no asegura una vida plena no
denota cursilería ni un idealismo absurdo. Vemos a gente
vivir sin sentido en medio de sociedades que viven en la
abundancia. Llamamos “problemas” a muchos monstruos que
creamos con la colaboración de una publicidad engañosa y
la presión de una sociedad salvajemente competitiva. El
modelo consumista de hoy nos impide ser nosotros mismos
y buscar nuestra felicidad.
Este modelo está diseñado para que todos tengamos la
misma apariencia, que pensemos igual, que tengamos las
mismas necesidades materiales y siempre que sintamos que
no tenemos suficiente. Esta homogeneidad nauseabunda nos
recuerda la obsesión soviética por la uniformidad. La
diferencia es que, en nuestra sociedad occidental,
democrática y capitalista, somos lo que tenemos.
Nos bombardean con anuncios publicitarios de comida
basura hasta que creemos que tenemos hambre. Después
comemos esa insulsa comida acompañada de una Coca Cola
extra grande, toda una carga de carbohidratos que nos
drena la energía y nos llena de grasa. Nos inmoviliza.
Después de este abuso llega la culpa y el malestar. Nos
bombardean con imágenes de modelos que tienen cuerpos y
caras sin imperfección alguna. Ignoramos que los
expertos en imagen pueden hacer maravillas, que la
tecnología audiovisual hace desaparecer cualquier
imperfección. El mensaje queda claro: tenemos que vernos
así. Nos observamos en el espejo y vemos que queda un
largo recorrido. Es preciso ahora comprar una serie de
productos para bajar de peso, desde inútiles aparatos de
abdominales hasta productos “naturales" para quemar
grasa, medicamentos cuyos efectos secundarios
desconocemos. O ir al médico e incluso conseguir los
medios para pagar una liposucción.
Esta constante presión provoca anorexia, bulimia,
obesidad y lleva a las personas a la locura. ¿Adónde nos
están arrastrando? ¿Quién se beneficia? La industria
farmacéutica tiene una fuente inagotable de dinero con
tanta obesidad y desórdenes alimenticios. Los doctores
tienen asegurados miles de pacientes. McDonald’s
seguirá haciendo “sonreír” a millones de seres durante
lustros si todo continúa como hasta ahora.
El modelo consumista beneficia a los gigantes
multinacionales, cuya riqueza supera el PIB de muchos
países y, por tanto, amenaza la soberanía de los
pueblos. Logran sus objetivos a costa nuestra y, aunque
parece que somos indiferentes, en realidad no nos damos
cuenta por la velocidad de la vida “moderna". La
abundancia de productos en el mercado nos abruma y nos
deja desprotegidos, con la sensación de que nunca
tendremos suficientes cosas si no seguimos consumiendo.
El PNUD ya nos anunciaba en 1998 los niveles de consumo
de nuestras sociedades: cada año, se gastan en EEUU
cerca de 8.000 millones de dólares en cosméticos; en
Europa, 11.000 millones en helados, 50.000 millones en
cigarrillos, 105.000 millones en bebidas alcohólicas y
400.000 millones en narcóticos; en Europa y Estados
Unidos, 12.000 millones en perfumes y 17.000 millones en
comida para mascotas. PNUD calculó que se necesitaban
40.000 millones de dólares anuales durante diez años
para cubrir las necesidades básicas de todos los seres
humanos. Si elegimos seguir una vida de consumismo ciego
en una burbuja rosa, al menos reconozcamos que no nos
costaría nada ayudar a otros seres humanos a cubrir sus
necesidades básicas. Es posible y es necesario.