Este año, el día de Hispanidad no ha suscitado muchas
conmociones en España. Desde el punto de vista oficial, esto se deba,
quizás, a que perduran los ecos del V Centenario, resonando en el espacio
social. Y desde el punto de vista de los descendientes de los oprimidos
(como nos llamaría Benjamín), ellos también oprimidos, quienes hoy
experimentan la sensación de desamparo psicosocial por su inestable
situación de inmigrante (legal, ilegal, y a medias tintas que también los
hay), tampoco han hecho escuchar sus voces.
Pero en este escenario que podemos calificar a grandes rasgos
como neutro, no dejaron de suscitarse varios acontecimientos de relevancia.
Uno de ellos fue una marcha de protesta organizada por el colectivo de
jóvenes Andavant, en el barrio de Gràcia, antigua villa autónoma en el
corazón de la metrópoli catalana, con una larga trayectoria de movimientos
sociales propia, que culminara con un escrache, como lo llamamos los
rioplatenses, ante una librería del barrio acusada de ejercer una sostenida
propaganda fascista por el tipo de lecturas que ofrece a la venta. Las
vallas policiales cortaron el paso a la manifestación y se dieron algunos
altercados entre manifestantes y las fuerzas del orden.
El otro evento de significancia aunque menos publicitado, fue
el organizado por un grupo de artistas de origen afrouruguayo, en la casa
okupa llamada La Makabra, en Poble Nou, antiguo barrio de instalaciones
fabriles. Bajo la consigna “¿Y nosotros qué festejamos?. Carabelas y
pateras. Encuentro de dos mundos”, esta red de artistas de variados campos
de expresión, en particular música, pintura y danza, reunió a más de un
centenar de personas en uno de los galpones de las instalaciones okupadas
(con k).
El acontecimiento vivido merece ciertas reflexiones, así como
una mayor proyección, lo que buscamos con esta nota. Pues si bien sus ecos
no han alcanzado la gigante dimensión que tiene el mercado de la opinión
pública catalana, ese tampoco era el objetivo. Recordemos que uno de los
tópicos comunes entre los pensadores considerados como alternativos al
sistema de estas últimas décadas ha sido la necesidad de elaborar
estrategias puntuales, micro, singularizaciones, etcétera. Y si bien no
alcanza con ello es bien cierto que para contrarrestar el poder de los
grandes medios, de los tradicionalismos y demás, es necesario elaborar
contrapoderes allí donde se pueda.
Y en este sentido por tanto el encuentro de dos vertientes
afro fue más que significativa. Porque en particular, los vínculos entre
diferentes inmigrantes de origen africano constituyen un problema en sí
mismo. Gracias a los esfuerzos del músico y docente Fernando Ramírez Abella,
candombero de larga trayectoria, oriundo del barrio Palermo de Montevideo,
Uruguay, y del pintor del mismo origen Daniel Vera Martínez, establecidos en
Europa hace ya varios años, tuvo cita el encuentro no solo entre los dos
mundos a los que se hacía referencia en el afiche con que se empapelaron las
calles de Barcelona los días previos, sino también el encuentro entre dos
africanidades, la de los descendientes de negros de la ciudad-puerto de
Montevideo, y los africanos oriundos de Senegal, Costa de Marfil y el Golfo
de Guinea en general, llegados directamente a la metrópolis.
Como telón de fondo, los últimos acontecimientos en las
fronteras de Ceuta y Melilla, dos enclaves españoles en costas marroquíes
que junto a un archipiélago pequeño son el resto de su pasado imperial,
ponían la problemática de la inmigración africana nuevamente en el tapete de
la prensa escrita, radial y televisiva. La revista humorística local llamada
“Jueves” dedicó un número especial al tema, de gran finura de análisis e
ironía por doquier. Pero como siempre sucede, el problema nuevamente quedó
en la agenda de las reuniones internacionales y los grandes tratados
bilaterales, hasta estos días donde nuevamente fueron interceptadas pateras
provenientes de las costas marroquíes con varios muertos a bordo. A pesar de
ello, a pesar de tratarse por el momento más de intenciones que de otra
cosa, una nueva sensibilidad sobre la problemática de la inmigración en
general, y de la proveniente de la tan sufrida África en particular, ha
sustituido a la que el discurso de derechas propio de los pepistas venía
sosteniendo y ejecutando desde el anterior gobierno.
En la frontera de Melilla, los subsaharianos que llegan de a
poco desde sus países, en general Mali, Senegal y Nigeria, atraviesan el
terrible Sahara argelino y logran alcanzar el muro de tres metros de alto,
para turnarse al fin en grandes avalanchas para poder pasar al otro lado. El
hambre extrema, la pobreza crónica, la violación a todos los derechos
humanos, los gobiernos dictatoriales, las guerras civiles sin pausa...
África sigue siendo la tierra de las mayores riquezas y por ello de la mayor
desesperación y sufrimiento sobre el planeta, tierra de la corrupción sin
igual. Pero como medidas inmediatas del gobierno frente a las miradas de
todos los grupos de intereses, se optó por doblegar la altura de la valla,
por disponer de laberintos de alambres de púas en su cercanía, y en entablar
convenios con Marruecos en primer lugar, y luego con cada uno de los países
saharianos y subsaharianos que se pueda para normalizar las deportaciones
(Mauritania y Guinea Bissau por ejemplo). Amnistía ya ha presentado
denuncias sobre los últimos hechos acontecidos, donde hubieron asesinatos y
maltratos por parte de los militares.
Con este escenario de fondo, la reunión de los hijos del
África negra entre sí y junto con los descendientes de negros africanos de
otras tierras no es tarea difícil. Pocos momentos pueden experimentarse como
el diálogo percutivo que entablaron la noche del contrafestejo, cuando en el
centro de una circunferencia de tambores de candombe, un músico senegalés,
con un tambor chico de la trilogía polirrítmica del candombe (usualmente
colgados al músico) se comunicaba más allá de toda lengua con quienes
descienden de los esclavos llegados al Río de la Plata hace aproximadamente
trescientos años. Éste senegalés estaba experimentando el encuentro con un
otro cercano pero igualmente diferente, con otra cultura que procedía según
genealogías comunes y bifurcadas en algún momento, bifurcación producida a
la fuerza, con la violencia del desgarro de la esclavitud. Fernando Ramírez
con su repique (que junto al chico antes menciona y al llamado piano
conforman la trilogía del candombe) habilitó el camino para el diálogo,
mientras el círculo avanzaba en intensidad.
Con ello casi se cerraba el contrafestejo. Luego de unos
días, volverían las noticias sobre la inmigración y las pateras, hasta que
estallara en brote de violencia en lo suburbios de las ciudades de Francia.
La situación que se experimenta en estas tierras desde los sectores más
desprotegidos, hijos de hijos de inmigrantes, inmigrantes recientes,
aquellos que llegarán en unas horas, es crítica, y nos posiciona
inevitablemente en un nuevo escenario planetario, con movimientos sociales
de una nueva clase. Los canales de comunicación de las actuales rebeliones
en París y otras ciudades galas no es la música, se ha llegado al extremo de
dar todo por jugado, y es que la situación no puede sostenerse un instante
más, y el odio, como nos recuerda un film de hace un par de años ambientado
donde hoy se dan las revueltas, despierta lo más destructivo de nosotros
mismos. Odio de generaciones, producido por la miseria y la exclusión en sus
más variadas formas, en la cotidianidad de la desigualdad más contrastante
del actual “primer” mundo.
Eduardo Álvarez
Pedrosian
© Rel-UITA
29 de noviembre de 2005
Foto:
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