Uno de los temas que preocupa a los ciudadanos, especialmente
a los habitantes de las grandes ciudades modernas, es el de la seguridad
pública.
A propósito del delito y la inseguridad en Uruguay,
hay quienes han considerado que la solución es el agravamiento de las penas.
Bajar la edad para la imputabilidad resultaría, para esos sectores, una
solución necesaria, como si el número de los delitos pudieran ser
disminuidos en proporción al aumento de las penas. Sobre este punto se ha
exagerado tanto, que un caricaturista (Quino) sintetizó esa posición
poniéndole rejas a una guardería.
En el tema de la inseguridad y los delitos importa, en primer
término, analizar sus causas; aunque todos los enfoques coinciden, a esta
altura de los análisis científicos resulta imposible soslayar las causas
económicas y sociales en la gestación del delito.
Marx
advirtió que cada sociedad tiene los delitos que se merece. Y sus
observaciones confirman que no es nuestra voluntad, sino los hechos los que
determinan fundamentalmente la conciencia.
Importa analizar, además, que en el mundo abierto y
globalizado de hoy, la riqueza se concentra y la pobreza se multiplica.
La política de liberalismo económico ha acentuado ese
proceso: nunca hubo más fortunas concentradas. Según datos de Naciones
Unidas 356 personas tienen, en el mundo actual, más que el 45 por ciento de
los 6 mil millones que constituyen la población mundial.
El informe citado dice, además, que de continuar las
tendencias actuales las disparidades económicas entre países
industrializados y países en desarrollo, ya no serán inequitativas y pasarán
a ser inhumanas.
En síntesis: la riqueza se concentra en menos manos, la
pobreza crece, y el número de delitos aumenta. Pero corresponde decir que,
en proporción a su cantidad, los pobres cometen menos delitos. Y hasta se
observa, entre ellos, una solidaridad conmovedora.
“Cuando vemos crecer a la población infantil de las grandes
ciudades –señala Kropotkin en su libro “Las prisiones”–, una cosa nos
admira: que tan pocos de aquellos niños se hagan delincuentes o ladrones (…)
Y del otro lado de la escala, ¿qué ve el niño que crece en la pobreza? Un
mundo inimaginable (…) que no cesa de hablar de riqueza, de lujo, y del
culto al dinero: todo lo que tiende a desarrollar la sed de riqueza, el amor
al lujo vanidoso y la pasión de vivir a costa de los otros”.
Para analizar, además, las causas políticas, importa
preguntarse: ¿una línea política que aumenta la desocupación, tiende a
eliminar las conquistas sociales, que no enfrenta un impacto tecnológico
que, como el maquinismo en su momento, multiplica el número de carenciados?,
¿está o no, ligada al crecimiento del delito y, en consecuencia, de la
inseguridad?
La primera conclusión a extraer, en consecuencia, es la
importancia de los factores económicos, sociales y políticos en la gestación
del delito: lo que no significa excluir otros factores.
Pero al analizar el tema de la inseguridad pública es
necesario tener presente, además, a quién ella golpea más duramente. Porque
quienes disponen de dinero pueden contratar seguros, o empresas de seguridad
privadas. Hay más de diez mil personas en esa actividad. En última
instancia, hay quienes poseen bienes y seguros como para superar el daño del
robo, lo que no sucede a sectores con menos recursos. El tema preocupa
especialmente a las capas sociales más modestas.
La primera conclusión sobre el problema
–y al entender sus
causas ya se dispone del 50 por ciento de las soluciones– es la multicausalidad del delito. En consecuencia, tomando sólo algunas medidas
sobre sus efectos o sobre las penas, no se podrá superar la inseguridad.
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