Uruguay

Sociedad y cambio político

La necesaria transformación cultural

El proceso por el cual está atravesando la sociedad uruguaya abre posibles caminos, insinuando virajes que estarían determinando un nuevo horizonte de sentido y acciones colectivas. ¿Pero hasta dónde es esto posible, cuando una serie de fenómenos indican que nos encontramos en un contexto diferente al de las décadas pasadas?

 

La transformación ideológica, la representación partidaria y la estructura del propio mapa político es otra desde que la coalición de izquierdas Frente Amplio es la primera fuerza política nacional, mientras el partido que fuera identificado con el propio Estado, el Colorado, padece una caída que estaría marcando con más profundidad el cierre de un proceso institucional iniciado en la tercera década del siglo XIX.

 

Por otra parte, el fin del neoliberalismo como ideología, como discurso y ejercicio del poder, también está marcando un nuevo escenario. Aquellos tecnócratas que anulaban toda otra posición que no fuera la propia –lo que se llamó el pensamiento único– se han visto desbordados por las consecuencias y las condiciones actuales.

 

Seguramente el capitalismo apostará a cambiar rápidamente su maquillaje y resulta todavía temprano para vaticinar qué nueva forma adaptará luego de esa transición. Pero lo que sí sabemos –y exigimos– la mayoría de los ciudadanos es que ya no se sostiene un discurso que deje fuera a la condición humana, el combate a la pobreza y a la desocupación. Es esta realidad la que obligó a los viejos partidos de derechas a trasladar sus referencias hacia el centro del espectro de adhesiones ideológicas.

 

¿En qué marco se produciría este cambio? En un país que ha alcanzado en los últimos años los índices de pobreza más escalofriantes de su historia, que vive una acelerada “latinoamericanización” marcada por un descenso de la calidad de vida en todos los planos. Con una pobreza estructural que marcará el destino de la sociedad por generaciones. Junto a de una determinante tan radical, imposible de evadir para el futuro, enfrentamos una deuda externa brutal que supera el producto bruto interno, lo cual determina a su vez que todos los intentos por producir que se realicen sean pocos para alcanzar cierto margen de libertad respecto a los organismos internacionales de crédito y, tras ellos, respecto a las decisiones y planes del Pentágono y otras agencias de dominio planetario.

 

En tercer lugar, nos encontramos con los cadáveres del proceso de desmantelamiento que los últimos gobiernos neoliberales llevaron adelante en la infraestructura construida durante el siglo pasado, principalmente con el esfuerzo de los trabajadores. Desmantelamiento material e inmaterial, desarticulación de formas de producción y estilos de vida asociados. Si no fuera por el propio empuje de los trabajadores, las instalaciones que hoy están reabriendo sus puertas no contarían con nada para ello, ni con los medios materiales, ni con la capacidad y dedicación de los expertos en el uso de los mismos.

 

Todo cambio autentico se fundamenta en las tradiciones que le sirven de soporte, tanto para permanecer en ciertas tendencias, como para romper con ellas y a partir de allí construir una nueva posición. Es tiempo, por ejemplo, para terminar de establecer una nueva dinámica interna de una sociedad urbana y rural, en un territorio rico y vasto para la población que alberga. Las demandas de hoy, provenientes de la ecología social, encuentran huellas de un mismo camino transitado anteriormente por otras prácticas reivindicatorias para alcanzar una gestión más racional, más “social” del territorio, es decir, democrática y sustentable. Algo que hasta nuestros días está lejos de ser una realidad, la esquizofrenia del capitalismo en versión local se encuentra a la vista: niños muriendo de desnutrición en Bella Unión entre miles de hectáreas de “desierto verde”.

 

La identidad uruguaya encuentra hoy fuentes legítimas de donde alimentarse y buscar establecer las condiciones para una nueva sociedad, o si se quiere, para un nuevo momento de su propia historia. Pero sólo habrá cambio resignificando el pasado en la proyección hacia el futuro. Es por eso que hay que abrevar en primer lugar en los valores autonómicos de la cultura de estirpe criolla, aquella que posibilitó la independencia de las Provincias del Sur y que tuvo en el proyecto federalista su máxima expresión hasta entonces. También en la experiencia modernizadora, en los primeros años del siglo pasado, del “batllismo”, caracterizado por la creación de una clase obrera nacional y la introducción de los ideales políticos de las sociedades industrializadas, el establecimiento de las bases para una sociedad equitativa, democrática, de la búsqueda de una comunidad modelo en su integración. Por último, hay que rescatar los aportes de la llamada “generación crítica” surgida a mediados del siglo XX, que terminara por caracterizar el crisol de estilos y actitudes que constituyen la idiosincrasia uruguaya en su versión progresista. Apoyarse en estas fuentes para buscar el cambio, implica realizarles una ardua crítica en pro de su superación: en el primer caso, la ruptura con todo sentimiento de inferioridad y aislamiento típico de la orfandad gauchesca; de la segunda, la ruptura con la cultura burocrática de la llamada meritocracia gestada por un Estado benefactor todavía vivo en el imaginario social de la clase media en crisis; y de la tercera, desterrar el pesimismo de un excesivo trabajo de destrucción crítica por la falta de confianza en las propias fuerzas subjetivas.

 

Parece que la uruguaya dejará de ser una sociedad “amortiguadora de los cambios”, como la definiera con tanta lucidez el pensador Carlos Real de Azúa. Y esto porque la realidad impuso un cambio de condiciones y fue devastada una sociedad que no por ser homogénea era positiva, pero que por lo menos no atentaba contra la integridad física y moral de sus ciudadanos, como sí lo ha hecho en estos últimos decenios. Hoy, en medio de la crisis humanitaria que estamos atravesando y a pesar de todas las limitantes, es posible un cambio allí donde se logre articular el esfuerzo colectivo necesario para reactivar la producción y establecer una redistribución más equitativa, lo que promoverá un cambio de actitud, una cultura más abierta, plural y participativa. Eso sí: si se mantienen la burocracia, el amiguismo y pretendiendo que el gobierno es el Estado, lo único que se producirá será un cambio aparente en la superficie.

 

Eduardo Álvarez

Antropólogo

© Rel-UITA

31 de agosto de 2004

 

 

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