Millones de personas se
endeudan y ponen el peligro la economía de sus países y el medio ambiente al
vivir por encima de nuestras posibilidades y las del planeta. La alternativa
es el consumo sostenible en virtud de las necesidades más importantes de la
sociedad.
Mientras 2.000 millones de personas viven con menos de dos
dólares al día, 1.700 millones ya forman parte del mundo consumista. La
tendencia es eliminar cualquier traba al consumismo, incluso las
relacionadas con el poder adquisitivo. El desarrollo del mercado de consumo
en los países occidentales estuvo ligado a la aparición de una amplia clase
media con un salario suficiente y la posibilidad de financiar sus compras.
En cambio, las deudas de los ciudadanos son un gran negocio para los bancos.
En Estados Unidos, las tarjetas de crédito se han extendido de tal forma
que las familias gastan un 13% más en pagar lo que deben.
Los consumidores dedican un porcentaje alto de sus ganancias
a consumir porque piensan que pueden hacerlo. A diferencia de los inicios
del capitalismo, cuando lo apropiado era entregarse al trabajo y evitar la
ociosidad, vivir hoy día sin un estilo de vida, el del consumo, se presenta
como una hazaña admirable cuando no un síntoma de locura. Los políticos en
el gobierno estimulan el consumo con discursos positivos sobre el estado de
la nación para que el ocio constituya una parte central en la vida de las
personas.
A pesar del paro, de los empleos precarios y la inflación,
las noticias sobre la bonanza de la economía mantienen a la población
dispuesta a consumir, y de paso protegen los intereses bancarios.
Buena parte de la renta de la familia media estadounidense se destina
tanto a hipotecas y préstamos para coches, como a saldar deudas de 8.000
dólares de media por sus pagos con la tarjeta de crédito.
La sociedad estadounidense se ha convertido en el modelo
orientado al consumo en vez de a la producción. Más del 20 por ciento de lo
consumido en Estados Unidos procede de países extranjeros como Japón, China,
Taiwán o Corea del Sur. Los préstamos concedidos por estas naciones le
evitan el afrontar en solitario la deuda de sus ciudadanos.
Los países que exportan a Estados Unidos tienen una gran
reserva de dólares invertidos en los bonos del estado que financian la deuda
pública estadounidense. Algunos, como China, han invertido la mayor parte en
el sector inmobiliario, un mercado en alza. Pero Japón tiene la mayor parte
de sus 720.000 millones de dólares en bonos del estado, sujetos al vaivén de
la moneda. La estabilidad económica de Estados Unidos depende de que ante
una caída del valor del dólar no se produzca una fuga masiva de esas
reservas. Éstas contribuyen a mantener una moneda fuerte y unos tipos de
interés bajos que hace posible obtener préstamos baratos e importar más.
La cultura del crédito no sólo perjudica las economías de las
naciones. La obesidad, las deudas contraídas y el perjuicio al medio
ambiente son consecuencias del consumismo dañinas para las personas.
Esta actitud es poco sensible con los problemas que enfrenta
el ser humano. Las sociedades consumistas ven cómo las ventas de vehículos
que gastan más combustible crecen. Los todo terreno forman parte del paisaje
de las grandes ciudades en la era del fin del petróleo barato.
Vicente Verdú, en su libro Yo y tú, objetos de lujo, se
refiere al capitalismo de ficción, en el que los beneficios proceden del
mercado del ocio y no tanto de la actividad productiva. En estas sociedades
capitalistas el consumo ya no se asocia sólo al salario. De hecho las
grandes marcas de zapatillas fueron puestas de moda por jóvenes de los
barrios más empobrecidos.
Por ello, el consumismo no es sólo un problema de los países
más prósperos. El desarrollo económico de algunas naciones queda
comprometido si se dejan a un lado las verdaderas necesidades. Aparte del
ocio, la educación, la sanidad y una alimentación adecuada, sin las que no
es posible ser feliz.
Vivimos por encima de nuestras posibilidades, lo que quiere
decir que consumimos más de lo que necesitamos o nos podemos permitir. Las
diferencias entre vivir y consumir desaparecen hasta el punto de hacer
pensar que una vida sin consumo no tiene sentido.
El consumo sostenible es más que una utopía. Un modo de vida
necesario ante el desarrollo de India y China, con una población de más de
2.000 millones.
Jorge Planelló
Centro de Colaboraciones Solidarias
2 de marzo de 2006