Agricultura sostenible

Más de 1.200 millones de personas pasan hambre, sin embargo la Tierra es capaz de producir para todos. Es necesario un cambio en el modelo agrícola del beneficio hacia otro más sostenible y respetuoso  con la Naturaleza.

 

Acabar con el hambre no depende del aumento en la producción de alimentos. En un planeta capaz de dar lo suficiente, el reto de que todos puedan hacer tres comidas diarias pasa por invertir la regla del cuanto más, mejor. La solución pasa por mejorar la agricultura para favorecer la diversidad. Los cultivos poco variados hacen al ser humano más vulnerable a sequías, inundaciones o plagas.

 

En los países enriquecidos, la agricultura intensiva en respuesta al menor peso del sector agrario no favorece la diversidad en otras zonas. Se utilizan productos químicos para aumentar el rendimiento de los cultivos, aunque este sistema basado en la producción por encima de las capacidades de la Tierra resulte dañino para el medio ambiente. El excedente generado se vende a los países empobrecidos a precios bajos, debilitando sus mercados locales. De ahí que la diversidad peligre donde más falta hace.

 

Se trata de una relación de dependencia. Se ha consolidado un mercado en el que lo importante es el beneficio. El agricultor es esclavo de los intereses de las transnacionales a medida que ganan terreno los derechos de propiedad intelectual sobre las semillas. Las dificultades a la competencia y el pago de regalías hace que los precios sean altos, algo incomprensible mientras existe el hambre.

 

El agricultor es esclavo de los intereses de las transnacionales a medida que ganan terreno los derechos de propiedad intelectual sobre las semillas. Las dificultades a la competencia y el pago de regalías hace que los precios sean altos, algo incomprensible mientras existe el hambre.

 

 

El monocultivo es un negocio ya que obliga a estas naciones a importar de otros países productos que se podrían cultivar en el propio país. Como consecuencia se genera un déficit comercial que en nada contribuye al desarrollo.

 

Por ello es esencial que los agricultores produzcan en libertad las variedades más adecuadas a las condiciones y las necesidades del lugar. Es posible prescindir de plaguicidas con sólo cultivar cada año plantas diferentes. Así se rompen los ciclos de las plagas. También se favorece la biodiversidad mediante las asociaciones de cultivo, donde existen diversos tipos de plantas que se protegen unas a otras.

 

Tan importante es que los agricultores favorezcan la diversidad biológica, como que los consumidores exijan productos derivados de una agricultura sostenible. Pues fertilizantes y plaguicidas llegan a las personas a través de la cadena alimentaria.

Frente a la agricultura de la química, que encuentra remedio a través de productos agresivos, la agricultura sostenible tiene la solución en la Naturaleza. Es la forma de que los alimentos sean saludables y de que la tierra continúe fértil.

 

En El Profeta de Khalil Gibran, Almustafá responde a un labrador que se trabaja “para acompañar el ritmo de la tierra”. La necesaria revolución del nuevo siglo está en el cambio de actitud de un ser humano que forma parte de la Tierra y no tanto en los avances tecnológicos. Vivir de acuerdo con la Naturaleza como alternativa a una sociedad basada en la producción.

 

Un modelo con la productividad como objetivo, que tiene en cuenta la capacidad de la tierra antes que la cantidad, devuelve al desarrollo su auténtico sentido, muy distinto del crecimiento.

 

Las tecnologías son tan importantes como saber hacer uso de ellas. En un planeta más cercano con los avances tecnológicos se da la paradoja de que el ser humano no es más libre, pues el hambre oprime a 1.200 millones de personas. Y no puede haber desarrollo si no es global.

 

 Jorge Planelló

Centro de Colaboraciones Solidarias

17 de marzo de 2006

 

 

 

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