Pese
a que son ampliamente criticados desde muchos puntos de vista, los combustibles
agroindustriales siguen en alza. No es extraño, ya que según estimaciones del
Financial Times, sólo en los países de la OCDE reciben hasta 15 mil
millones de dólares de subsidios anuales
Subsidios públicos que van a
engordar el lucro privado, a los que se suman los múltiples subsidios indirectos
que reciben algunos cultivos destinados a ese fin, como el maíz en Estados
Unidos.
Actualmente, los
agrocombustibles son el rubro agrícola con mayor crecimiento en el mercado
mundial: en el año 2006 su valor alcanzó 20.500 millones de dólares. La
industria espera un mercado de más de 80 mil millones de dólares en tan sólo una
década. Fuentes de la propia OCDE aconsejaron el año pasado que los
agroenergéticos no deberían recibir subvenciones porque promueven el aumento de
precios de los alimentos.
Diversos organismos de Naciones
Unidas, como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, advierten que la
competencia con los cultivos alimentarios -tanto por el alza de los precios como
por la disputa de tierra cultivable- pueden provocar situaciones de catástrofe
por hambruna en los países más pobres.
Pero estos son factores sin
importancia para los actores que diseñaron y controlan férreamente este mercado:
grandes corporaciones automovilísticas, petroleras, de comercio de cereales y de
semillas industriales y transgénicas.
Quizá lo más paradójico es que
debido a su ineficiencia en términos energéticos, en lugar de mitigar el cambio
climático, el auge de los agrocombustibles lo empeorará. A modo de ejemplo, la
producción de etanol a partir de maíz consume más petróleo del combustible que
genera. En cualquier caso, es claro que lo que mueve a los actores corporativos
en este sector, no es el “desarrollo” ni el ahorro de energía, sino el lucro.
Actualmente, la mayoría de los
agrocombustibles se producen a partir de monocultivos de caña de azúcar, maíz,
soya y palma aceitera. A éstos se han ido agregando grandes extensiones de
monocultivos de ricino (higuerilla o mamona) y jatrofa (piñón).
El caso de la higuerilla y la
jatrofa, que son plantas que nacen espontáneamente en terrenos baldíos -aunque
muchas veces se extienden y se convierten en plaga de los cultivos- es un
ejemplo predilecto de muchos gobiernos. Argumentan que como no son plantas
comestibles y crecen en terrenos marginales, su uso como agrocombustibles es una
utilización inteligente de un recurso que no compite con el cultivo de
alimentos. Sin embargo, para que el cultivo de cualquiera de estas especies sea
renditivo y llegue a volúmenes que puedan ser de interés para los procesadores
de combustible, necesariamente tiene que ser plantado en forma intensiva, en
tierras fértiles y con alto uso de agrotóxicos, por lo que de todas formas
compite con los cultivos alimentarios y además, aumenta la erosión de suelos y
contaminación de fuentes de agua. Para peor, ambas son plantas invasoras y
tóxicas, que pueden potencialmente dañar al ganado. Esto ya ha motivado que en
regiones de Australia se haya prohibido el cultivo de jatrofa.
No obstante, existen múltiples
casos, principalmente en países asiáticos, pero también en América Latina,
donde estos monocultivos han sido la excusa final para que los gobiernos
desplazaran a campesinos de sus tierras para dar lugar a las plantaciones
industriales de agrocombustibles, a manos de grandes empresarios.
En su vida relativamente corta
como mercancía internacional, los combustibles agroindustriales ya se han
convertido en una importante causa de nuevos atropellos a los derechos humanos y
al derecho a la tierra de indígenas y campesinos.
También han dado lugar a
alianzas corporativas inéditas, entre rubros industriales donde antes no había
una colaboración directa. Además de los actores principales de esta primera
generación que son las compañías petroleras y automovilísticas en alianza con
los que controlan a nivel mundial el comercio de cereales y los que monopolizan
las semillas, otros rubros transnacionales y algunas empresas nuevas, junto a
algunas universidades, comienzan a invertir en desarrollos futuros, con el
discurso de que van superar alguno de los problemas de la primera generación.
El último informe de 2007 del
Grupo ETC analiza estas alianzas, así como las nuevas tendencias tecnológicas en
esta creciente industria con tantos impactos sociales y ambientales. El panorama
es realmente preocupante, tanto por las nuevas configuraciones de poder y el
secuestro voluntario de las universidades públicas, como por el hecho de que con
la argumentación de superar las fallas de la primera generación se está
justificando agresivamente el uso de nuevos tipos de cultivos y pasturas
transgénicas así como la liberación de árboles transgénicos, todo ello con
impactos de un alcance mucho mayor al que ya está ocurriendo.
En el horizonte ya existen
también inversiones en biología sintética -organismos vivos artificiales
construidos desde cero- diseñados para la industria de los combustibles.
Analizaremos estas nuevas tendencias en un próximo artículo.
Silvia Ribeiro*
La Jornada, México
9 de enero de 2008
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