Paraguay

Las semillas de la muerte
Es inminente el fallo judicial

 

En pocos días más el juez que instruye el caso tomará sentencia. Los tres responsables podrían ir varios años a prisión, entre ellos Eric Lorenz, representante de la Delta & Pine en Paraguay

 


 C omo  todas las tardes a esa hora en la escuela rural del  poblado de Rincon’í, a 120  kilóme-

tros de Asunción, la capital paraguaya, los niños de los cursos iniciales se habían sentado en una ronda. No nos esperaban, y nuestra llegada cambió por un rato las actividades previstas. A casi dos kilómetros de allí se encuentra el predio de una hectárea donde en noviembre de 1998 la empresa estadounidense Delta & Pine abandonó 660 toneladas de semillas pretratadas con cuatro toneladas de productos químicos. Para quien no conoce la historia ese lugar parece hoy un yuyal cualquiera, pero la verdad es que allí ocurrió la contaminación más importante en la historia del Paraguay.

Me acompañaba Ana María Segovia, portavoz de los vecinos organizados para resistir y enfrentar las consecuencias de la “basura tóxica”, como la llamaron los pobladores del lugar. Los niños sabían bien qué sucedió “allá”, a escasos 75 metros de su anterior escuelita que debieron abandonar. Conocían “las semillas de la muerte”. Hablamos sobre el origen de su nueva escuela, les recordamos que ella fue construida por sus propios padres y madres, hermanos, hermanas y vecinos. Entre esas paredes frescas y gruesas la palabra solidaridad resonó mejor que en cualquier otra parte del mundo, solidaridad entre vecinos, solidaridad de más lejos, y también de mucho más lejos: “Hasta de otras partes del mundo llegaron volando tejas solidarias que se posaron en este techo que hoy nos da sombra”, les dijimos. Asociamos la palabra dignidad a un tesoro más valioso que todo el oro del planeta, más grande y lucido que el cielo, y al mismo tiempo tan chiquito y frágil que debemos guardarlo en lo más profundo de nuestros corazones de donde nunca deberá salir, bajo ninguna circunstancia.

 

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de la muerte Pobladores del Rincón’í urgen sentencia

 

Por

Carlos Amorín

 

Nos despidieron con un hasta pronto, y eso será sin duda, apenas hasta luego. Porque el juicio penal que desde hace casi seis años inició la comisión de vecinos de Rincon’í contra los responsables de la contaminación que padecen está llegando a su momento culminante. Después de haber pasado por varias sedes judiciales y haber enfrentado las más increíbles maniobras dilatorias generadas por el poderoso bufete de abogados que defiende a la Delta & Pine, en noviembre de 2003 los fiscales Hugo Ríos (penal) y Ricardo Merlo (ambiental) presentaron de manera conjunta una acusación en la que piden la condena de Nery Rivas, alto funcionario de la Delta & Pine en Paraguay, y de Julio Chávez, propietario del predio donde se arrojaron las semillas envenenadas, a quienes acusan de diversos delitos, entre ellos del homicidio culposo de Agustín Ruiz, fallecido pocos días después del desastre a consecuencias de la contaminación con los agrotóxicos.

Asimismo, los fiscales solicitan que se mantenga abierta la causa del ciudadano estadounidense Eric Lorenz, por aquel entonces representante de la Delta & Pine en Paraguay y principal responsable de los hechos, quien desde hace varios años se encuentra prófugo de la justicia paraguaya. Los fiscales solicitan que se requiera su captura por intermedio de Interpol y se formalice el pedido de extradición desde el lugar donde sea detenido. El enérgico dictamen fiscal se basa en un muy voluminoso expediente en el cual abundan las pruebas de la contaminación, de sus consecuencias inmediatas, a mediano y largo plazo y de quiénes son los responsables directos del daño causado.

Para el fiscal Ríos, “Nosotros hicimos simplemente el trabajo que nuestra investidura nos exige. Cumplimos rigurosamente con todos los requisitos legales y pensamos que logramos producir una posición sólidamente sustentada en el análisis de los elementos contenidos en el expediente”. Según Ríos, el juez cuenta con elementos suficientes para poder adoptar un fallo con serenidad.

El fiscal ambiental Merlo, por su parte, también se dice bastante satisfecho con el trabajo realizado. “Cuando este caso llegó a nuestro conocimiento -recuerda hoy desde el Palacio de Justicia- nuestra oficina era apenas un escritorio a la calle con una mesa, tres sillas y un teléfono. Teníamos mucho menos recursos que ahora. El desarrollo de este caso ha ido acompañando el de nuestra fiscalía. A pesar de aquellas limitaciones, creo que cumplimos un buen papel. Ahora sólo podemos esperar la decisión del juez”.

Germán Torres es el nombre del joven juez que hace pocos meses tomó entre sus manos el juzgado penal de Paraguarí, donde se encuentra el caso. Expresó que ya había tenido tiempo de interiorizarse del expediente y que le faltaba profundizar el análisis de dos o tres puntos concretos. Aseguró que si todo se desarrolla como espera, a fin de mayo o principio de junio estará dictando su sentencia.

La noticia ha renovado la esperanza de las víctimas, aunque saben por experiencia propia que en materia judicial las promesas suelen ser volátiles. Esta vez, sin embargo, todas las condiciones están dadas para que el desenlace finalmente se produzca. Como forma de apoyar esa vigilia, las víctimas se han propuesto desarrollar diversas actividades a lo largo de este mes, entre ellas enviar una delegación a Asunción para recorrer diversos medios de prensa con el objetivo de recordar la tragedia que vivieron hace seis años, y preparar una gran manifestación popular ante la sede judicial de Paraguarí para el día en el cual el juez Torres haga pública su sentencia.

Ana María Segovia, portavoz y símbolo de la lucha de sus pares, afirmó que si bien tiene confianza en la justicia paraguaya, no bajará la guardia hasta que el daño causado a su comunidad “sea reconocido legalmente, como primer paso antes de que se produzca el necesario reconocimiento moral del sufrimiento provocado”.

Allá, en Rincon’í, más de 100 familias campesinas están mirando hacia Paraguarí. Sumemos nuestras miradas a las suyas, una vez más y ahora más que nunca.
 

 

Carlos Amorín

© Rel-UITA

11 de mayo de 2004

 

 

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