Cuando el país
gozaba de un record de producción, superando un
millón de hectáreas de cultivos agrícolas y todo
indicaba que el país productivo iba “viento en
popa”, la naturaleza hace su jugada. ¿La hace o se
la ha incitado a hacerlo?
Esta producción de grandes monocultivos ha sido
acompañada del uso masivo de agrotóxicos:
insecticidas, funguicidas, herbicidas y acaricidas,
provocando desequilibrios en nuestros ecosistemas,
tanto a nivel de flora como de fauna, que se han
agudizado aún más por la sequía y las altas
temperaturas.
La
aparición de langostas y arañas en campos del centro
del país es uno de los desequilibrios más recientes
que se han empezado a padecer.
A
mediados de diciembre del 2008 se detectó la
presencia de densas poblaciones de langostas en los
departamentos de Florida, Durazno y Flores. Esta
plaga se ha extendido últimamente a los
departamentos de Cerro Largo, Treinta y Tres y
Soriano. El lunes recién pasado el Ministerio de
Ganadería anunció el comienzo de una red de alerta
en todo el país.
Días llevó a las autoridades recorrer la zona y
efectivamente verificar qué tipo de langosta está
presente en estos departamentos. Se ha podido
determinar que no se trata de la langosta “voladora”
cuyas “mangas” asolaron nuestros campos hasta fines
de los años 50. Ahora se ha podido confirmar la
presencia de distintas especies de langostas, de las
cuales una predomina en el campo, esta sería la
llamada "langostas del país", "langostas criollas" o
"tucuras".
De
acuerdo a muestras recolectadas en los departamentos
de Durazno y Tacuarembó a fines de diciembre por el
Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA),
se han identificado 12 especies distintas. Estas
langostas se alimentan de gramíneas, preferentemente
de hoja fina y en bajas densidades se las encuentra
en pastos altos y secos.
La
sequía ha sido un factor muy importante en el
crecimiento de las poblaciones de langostas,
acompañada por un invierno con escasas lluvias y una
primavera con temperaturas altas para lo normal del
país. Según distintos medios de comunicación, la
langosta ha estado presente desde hace años en
nuestro país, pero sin haber llegado a ser una plaga
como lo es ahora. Todo indicaría que las condiciones
climáticas permitieron la proliferación de estos
insectos, ya que un invierno sin lluvias ayudó a la
supervivencia de los huevos y eso permitió que la
población aumentara y las langostas han provocado
grandes destrozos.
A
lo anterior se ha sumado la proliferación de la
araña "viuda negra" y de la “araña del lino”, arañas
que al picar pueden provocar dolor local,
contracturas musculares, temblores corporales e
inclusive taquicardia.
Para combatir la plaga de la langosta las
autoridades han recomendado el uso de un insecticida
de nombre común Clap, cuyo principio activo es el
fipronil. El fipronil es un insecticida registrado
por la empresa Bayer. Es extremadamente
tóxico para las abejas y su uso ha sido suspendido
en muchos países europeos por haber causado la
muerte de miles de colmenas. También es muy tóxico
para las aves y los peces. La agencia ambiental
norteamericana (EPA) identifica al fipronil como un
posible cancerígeno (1)
Las
aplicaciones en nuestro país se han realizado con la
máquina llamada “mosquito”, y la formulación ha sido
la “suspensión concentrada”. Estas aplicaciones han
resultado en la muerte de miles de abejas en los
departamentos donde se encuentra la langosta.
Es
evidente que frente a una plaga que arrasa con todo
deben tomarse medidas, aunque lo ideal sería
“prevenir antes de combatir”. El problema mayor
aparece cuando en busca de una solución los daños
que se causan son peores que lo que se quiere
combatir.
El
problema real no es la langosta o la araña u otro
insecto, sino que esas son solo las consecuencias
del modelo agrícola destructivo que se ha venido
aplicando en nuestro país. Grandes monocultivos
acompañados por un paquete de “venenos”, cada uno
más contaminante y tóxico que el otro, terminan
destruyendo la biodiversidad y produciendo
desequilibrios que determinan la aparición de
plagas, como es ahora la langosta.
Lo
que se impone entonces es un cambio de modelo, que
asegure la conservación de suelos, aguas y
biodiversidad. Como dice la sabiduría indígena:
“cuando las plagas invaden el campo, solamente
vienen como mensajeras de la naturaleza para avisar
que se ha provocado un desequilibrio”. Ignorar ese
mensaje y aumentar el uso de venenos no hará más que
agravar el problema, además de afectar a otras
producciones, como está ahora sucediendo con la
mortandad de abejas.