Luis Sabini Fernández

Alimentos en la ofensiva imperial

Agro y alimentos en la globalización 1, el documentadísimo trabajo de Miguel Teubal y Javier Rodríguez, no puede ser sino bien recibido al responder a un imperativo de la hora que se torna más y más decisivo para el porvenir de toda la humanidad: el del destino del campo, de lo rural, del origen de la mayor parte de nuestros alimentos, del campesinado y los asalariados rurales.

Hay que felicitarse porque aparezcan más y más aproximaciones a esta cuestión. Porque existe una conciencia y una preocupación creciente por el devenir  de nuestras sociedades que han advertido que estamos indefectible y necesariamente ligados al destino de “la ruralidad”, a la relación del hombre con el suelo, con la tierra.

Cuando un  trabajo, como el que presentamos, encara la cuestión críticamente, sentimos que contribuye a forjar ese reacercamiento, a restañar el olvido o el desprecio en el que Occidente parecía haber caído durante un par de siglos respecto de aquellas cuestiones, tan absorbidos parecíamos estar por los problemas de la ciudad (o la civilización urbana), del  “hombre industrial”.

Teubal y Rodríguez (TyR) desarrollan el tema del título dándole a la cuestión la debida perspectiva histórica, y así, por ejemplo, le quitan al vocablo “globalización” la inmediatez semántica que parece caracterizarlo hoy día. Siguiendo a autores como Immanuel Wallerstein explicitan los diversos procesos globalizadores que han ido surcando las historias de pueblos y sociedades, desde los albores de la modernidad (siglo XV).

Contenido y expresión

El tratamiento de temas y cuestiones a lo largo del libro recibe una dualidad conceptual que hay que registrar como estructural. El contenido, lo que se desprende conceptualmente del recorrido histórico por las globalizaciones, así como la descripción de la última oleada globalizadora en la Argentina de los 90, es muy crítico y los autores toman así distancia de las posiciones dominantes (lo que se denomina neoliberalismo, que de “neo” nada tiene puesto que es el remozamiento del liberalismo primigenio, es decir es una vuelta “a las fuentes” que rechaza aditamentos “socializadores” como el keynesianismo). Las denominaciones de los fenómenos, en cambio, parecen a menudo más afincadas en el lenguaje, en la terminología dominante. Un ejemplo podría ser el mismo título del trabajo: Agro y alimentos en la globalización le concede al vocablo “globalización” una especificidad y una estatura que el mero recorrido histórico que los propios autores nos ofrecen, derrumba. A partir del texto, la palabreja de moda tendría que haber venido entre comillas o haber reescrito el fenómeno como agro y alimentos en la etapa de concentración del capital o en plena transnacionalización corporativa o en el momento de desregulación incentivada, en fin, la elección no nos corresponde.

Consultados los autores sobre este hiato entre la semántica de los conceptos y la de las denominaciones, destacaron el valor pedagógico de una denominación ”neutra” y de conclusiones sí cargadas de significado político. Lo cual es metodológicamente atendible, aunque discutible. Porque toda denominación es de por sí ideológica. Y por lo tanto, aceptar una terminología que proviene de un centro de poder con el cual se tienen fuertes, decisivas diferencias, por más impuesta que esté desde los medios de incomunicación de masas, tiene sus riesgos, aun cuando el método sea bucear desde lo dado, es decir partir desde un lenguaje ”común”.

Este aspecto metodológico no empaña en absoluto la riqueza documental, el análisis de causas y efectos en las sucesivas cuestiones que abordan y el propio abordaje, desde los comienzos de la modernización occidental, pasando por los cambios que se van operando en América Latina y desembocando en la Argentina actual, a través de las sucesivas transformaciones tecnológicas.

Un aspecto crucial para la Argentina actual -el hambre- es encarada por los autores a través del análisis de Amartya Sen sobre ”el acceso a los alimentos”, el derecho a ese acceso (p. 130 y ss.). En este caso, precisamente, la denominación de la cuestión ya está mostrando una valoración, lejos de planteos como ”la entrega de alimentos”, o ”enseñar a comer”, tan al uso en la Argentina actual.

Agro y producción de alimentos

Quedan algunas cuestiones por desollar. El caso argentino es paradigmático porque desde hace algunos años se ha ido desatando un proceso de empobrecimiento galopante y de hambre consiguiente, que está afectando a más y más sectores de la población (se estima que están pasando hambre a fines de 2002, cotidianamente, un cuarto de la población del país, ocho o nueve millones de habitantes). Este proceso de desocupación, exclusión y hambre (y por lo tanto, inevitablemente, muerte) tiene entre sus causas el proceso de contrarreforma agraria agresiva y dinámica que prosperó durante el menemato, arrancando la tierra de los productores pequeños y entregándola crecientemente a los productores ”de escala”, a menudo a grandes ”pools de siembra” cada vez más en manos de capitales estadounidenses (directamente, por gestión empresaria, o indirectamente a través de productores argentinos totalmente soldados al know-how de origen estadounidense). El caso paradigmático es la soja transgénica con insumos controlados por Monsanto, el principal laboratorio, la principal transnacional mundial en agroquímicos y transgénicos, que tiene así a toda la Argentina como su principal laboratorio planetario, con ”sus” semillas” y ”su” herbicida.

Algunos entienden -es el caso del Grupo de Reflexión Rural  (GRR) conocido por los lectores del SIREL- que el actual proceso de oleaginización del suelo argentino ha ido arrasando a los alimentos de la tradicional dieta argentina (pletórica de carne vacuna, lácteos, cereales, frutas), traspasando cada vez más tierra a la producción de soja. Y que por lo tanto estamos hablando de un país que está cada vez en peores condiciones para alimentar a su gente. Como lo resumen desde The Ecologist (oct. 2002): ”Por qué la Argentina no puede alimentarse a sí misma”.

Los autores, en cambio, toman partido por la tesis, muy mediatizada, de que ”el país puede alimentar a 300 millones de habitantes” y los datos que presentan, efectivamente, abonan esta tesis. Por eso, TyR insisten en la perversión de un sistema que hambrea a millones de coterráneos mientras produce alimentos para por lo menos diez veces su población. La información que dan al respecto nos permite entender esta visión. Porque a lo largo de los 90 -década clave para la ola de hambre hoy presente- la producción agraria aumentó en rubros tan decisivos como el arroz, la papa, el maíz, y ciertamente la soja (que debería ser tratada aparte, como veremos a continuación). Por otra parte, en rubros que TyR relevan como en retroceso, como es el caso de la carne vacuna, la información presentada registra una disminución de un 3%, volumen que no permite, no ya justificar, ni siquiera explicar la pérdida de carne en la alimentación cotidiana y obliga a pasar el tema una vez más por el poder adquisitivo de la población, por la exclusión programada o consentida por el poder político, o en todo caso, programada por el poder económico y consentida por el poder político.

Los datos presentados por TyR no logran, empero, desentrañar los ejemplos de ”comida desaparecida” expuestos por el GRR, como la lenteja y la batata, o en trance de ”desaparecer”, como la leche. Si bien se puede conceder que algunas carencias nada tienen que ver con ”la sojitis” que ha afectado el país, como, por ejemplo, el colapso de la lenteja de producción nacional (hoy se consigue canadiense o chilena), puesto que es más bien la consecuencia de la desaparición de la ”colimba” (el servicio militar obligatorio; el principal consumidor tradicional de tal leguminosa era el ejército), también es cierto que el desbarajuste que está afectando a la industria láctea sí parece fruto de la sojitis (lo cual, para el escaso sentido común parece realmente una locura: desmontar una industria de la importancia de la láctea, con todas sus instalaciones o por lo menos arrumbarlas para cultivar y cosechar plantas que casi no necesitan trabajo humano).

Sin embargo, sobre este rubro, lo lácteo, los datos que presentan Teubal y Rodríguez son francamente contradictorios con lo anterior: la producción láctea registra un aumento del 69% durante los 90 (cuadro 1, p. 101), y aunque carecemos de datos de producción física, tenemos que suponer que semejante crecimiento en diez años ha sobrepasado generosamente las necesidades ampliadas del período. Y sin embargo, con el crac que vive el país con su pasaje a la agricultura ”trans” (transgénica y transnacional), se estima que para el 2003 la Argentina importará leche... 

Por otra parte, puesto que en la tesis de la comida para 300 millones se incluye claramente la soja, el cálculo resulta así más bien indigerible por varias y muy pesantes razones:

  • a la soja GM no se la puede igualar con la tradicional (porque el concepto de equivalencia sustancial no es sino un superchería para ganar mercado y desarrollar una política de hechos consumados);

  • la soja dista de ser una panacea alimentaria como sus interesados sostenedores afirman;

  • la soja es ajena a la dieta, a la trama cultural del país, y su introducción no es tema menor.

  • Adquirir la sabiduría indispensable para aprender a usarla  no es cuestión que resuelven boys scouts, rotarios y otros ”pioneros”  ”enseñando a comer” (que generalmente se cuidan de comerla).

Agro y OGMs

El trabajo que nos ocupa trata la creciente producción transgénica y adhiere claramente a criterios de cautela sobre su expansión y critica con justeza la política de hechos consumados con la que inversores, laboratorios y reguladores oficiales totalmente proclives a ”la revolución biotecnológica”, han ”abierto la tranquera” del país a la virtual invasión de alimentos GM. Sin embargo, a la vista de los resultados más o menos inesperados del hambre en expansión, se podría establecer que la cuestión transgénica no tiene el espacio que en la Argentina actual merece. En  diálogo con los autores sobre este particular, el mismo Teubal se apresuró a reconocer la situación, aclarando que, de haberlo escrito apenas un poco después, habría desarrollado más este aspecto. Tal vez esa misma confesión sea el germen de una nueva investigación que ponga cada vez más en negro sobre blanco el proceso infame de commoditización de la Argentina, su pérdida de cultivos de calidad por cultivos ”basura”, la insensata apuesta a la cantidad y no a la calidad de la cosechas y su correlato inevitable, la ”quimiquización del suelo (y los alimentos) y la consiguiente dependencia de la economía agraria argentina respecto de voluntades ajenas, tanto para el diseño de una política exportadora como para obtener mercados para semejantes productos.

Teubal y Rodríguez incursionan y esclarecen también otros aspectos de la modernización, como la expansión de los feed-lots que los autores analizan como otra expresión de penosa dependencia tecnológica: ”La difusión de esta manera de producción cárnica acarrearía la pérdida de una ventaja comparativa importante en materia alimentaria al perderse la típica ’carne argentina’ de buena calidad.” (p. 152). Los feed-lots son una avanzadilla más en el proceso de homogeneización cultural y nutricional en el que están empeñadas las grandes transnacionales, y están claramente en la mira de TyR.

Hay otra problemática que los autores examinan con ojo crítico y que tiene enorme importancia, que es la del ALCA. Donde se juegan las soberanías nacionales latinoamericanas, ya tan carcomidas. Nos muestran con elocuencia el destino de las economías latinoamericanas en general y la argentina en particular: el TLCAN ”fue el primer paso en la consolidación de este proyecto corporativo de los EE.UU., un proyecto que le daría vía libre a sus corporaciones para expandirse sin ’trabas de ninguna especie’ hacia todo el continente.” (p. 174).

En resumen, hay que considerarlo como una estimulante introducción para un tema cada vez más crucial: hay que agradecer entonces su carácter pionero, y esperar que sirva para estimular nuevos desarrollos, desafíos y para seguir profundizando y esclareciendo cuestiones que poco a poco se nos van revelando como cruciales.

22 de enero de 2003

NOTAS


1 Colección Agricultura y Ciencias Sociales, Editorial La Colmenna. Buenos Aires 2002

 

 

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