El agua

y la revolución necesaria

 

Sin una revolución en la gestión del agua, el cambio climático (que ya afecta el ciclo hidrológico global) va a empeorar. Las desigualdades, que van en aumento, provocarán graves consecuencias sanitarias, sociales, ambientales y geopolíticas.

 

El recalentamiento climático modifica la disponibilidad de las aguas superficiales, la humedad de los suelos y la alimentación de las napas subterráneas. A ello se deben la amplitud y frecuencia de las catástrofes naturales ligadas a las lluvias, inundaciones, sequías, ciclones y aludes de tierra.

 

El rendimiento de los cultivos se verá amenazado en los países desarrollados tanto como en los países en desarrollo.

 

Para alimentar el planeta se debe incrementar la productividad agrícola, para lo cual la irrigación deberá aumentar un 17 por ciento en los próximos 20 años.

 

Actualmente, el riego agrícola absorbe el 70 por ciento de las extracciones mundiales, lo que se considera un consumo excesivo. Así, el factor determinante de la disponibilidad de agua dulce será la tasa de expansión de la irrigación y la promoción de técnicas que permitan reducir los volúmenes de agua que se le dedican.

 

500 millones de personas viven en 31 países que tienen escasez de agua. La Organización de Naciones Unidas (ONU) afirma que en 2050, cerca de 1.800 millones de seres humanos (de 9.300 millones habitantes del planeta) vivirán en regiones privadas de agua, y otros 5.000 millones en países donde será difícil responder a todas las necesidades.

 

El desequilibrio entre la cantidad de agua dulce disponible y una demanda que no deja de crecer será realmente preocupante.

 

Entre 1950 y 1990, el aumento de las extracciones de agua fue más de dos veces más rápido que el incremento de la población. El despilfarro de agua doméstica aumentó la mejora del nivel de vida puesto que los nuevos equipamientos facilitan el uso de agua: los europeos de hoy consumen en sus hogares ocho veces más agua dulce que sus abuelos.

 

Los derroches que podrían evitarse son muy importantes, porque en realidad sólo se consume el 55 por ciento de las extracciones de agua, frente al 45 por ciento que se pierde por evaporación, drenaje, etc, por la falta de impermeabilidad de las redes de distribución de agua potable.

 

Por otra parte, cuando más aumenta el consumo de agua más importantes son los desechos de aguas residuales y de efluentes urbanos. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en los países en vías de Desarrollo el 90 por ciento de las aguas residuales y el 70 por ciento de los desechos industriales se lanzan sin tratamiento previo a las aguas de superficie, donde contaminan la reserva de agua utilizable.

 

Existen soluciones para disminuir el consumo de agua y limitar las pérdidas: restablecer los esquemas naturales de los flujos hacia las cuencas fluviales, generalizar el uso de técnicas de irrigación más eficientes, mejorar las estructuras de producción y distribución de agua potable, luchar contra la contaminación saneando las aguas residuales, e instituir políticas de tarifación a la vez eficaces y sustentables.

 

Un freno al crecimiento demográfico también atenuaría la presión que se ejerce sobre los recursos acuíferos. Todas acciones que demandan inversiones financieras, técnicas y humanas muy superiores a las actuales.

 

En los albores del siglo XXI la desigualad en el acceso al agua se agudiza. Los países industrializados también afectados por el cambio climático, lejos de cuestionar su modelo de desarrollo optan por una fuga hacia adelante que se traduce en la utilización de tecnologías cada vez más sofisticadas: desalinización de agua de mar y utilización de aguas residuales para usos agrícolas, entretenimiento e incluso para la alimentación doméstica.

 

En los últimos años los grandes países donantes de agua redujeron sus compromisos. Por lo tanto, un país que carece de agua no puede alimentar a su población ni desarrollarse. De modo que el acceso al agua podría convertirse así en una de las primeras causas de tensiones internacionales.

 

Si nada cambia, de aquí a 2050 el número de refugiados ambientales podría verse multiplicado por cinco. Los países desarrollados no podrán eludir por mucho tiempo más una verdadera visión renovada de la cuestión del agua. También en Uruguay se lavan autos y calles con agua potable o se emplea en el riego abundante de jardines, camino que se debería comenzar a desandar.

 

 

 

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

20 de abril de 2010

 

 

 

 

 

 

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