La destrucción 
	sistemática de la vida comunitaria y campesina de los pueblos y municipios 
	que rodean la ciudad de México, mediante despojos, expulsiones, conflictos 
	políticos creados y agresiones económicas, provoca que las milpas, 
	nopaleras, bosques y hortalizas se vuelvan pavimento invasor que destruye 
	tierras que antes servían para captar agua y permitían recuperarla, por obra 
	de las mismas comunidades, para producir alimentos y consumir a diario
	 
	
	Hoy, para sostenerse, todas las ciudades (de cualquier 
	tamaño) están obligadas a extraer agua del campo y de su propio subsuelo. 
	Conforme crecen su población, industria, edificación y áreas pavimentadas, 
	crecen también su necesidad de agua y la contaminación que es devuelta como 
	basura al campo. 
	
	En el último siglo, la ciudad de México ha crecido a un ritmo 
	tal que su expansión obligó a que (hace unos cincuenta años) se comenzara a 
	extraer agua de la cuenca del río Lerma y después del Cutzamala, en el 
	estado de México. Ello significa que más sembradíos, lagos y lagunas, ríos, 
	bosques y especies de animales y plantas desaparezcan o corran peligro y, 
	con ellos, la vida de pueblos campesinos ñahñú, mazahua, náhuatl y mestizos 
	en cuyos bosques y tierras se recupera el agua que bebemos, se producen los 
	alimentos que consumimos y se hace respirable el aire. 
	
	 
	
	La destrucción sistemática de la vida comunitaria y campesina 
	de los pueblos y municipios que rodean la ciudad de México, mediante 
	despojos, expulsiones, conflictos políticos creados y agresiones económicas, 
	provoca que las milpas, nopaleras, bosques y hortalizas se vuelvan pavimento 
	invasor que destruye tierras que antes servían para captar agua y permitían 
	recuperarla, por obra de las mismas comunidades, para producir alimentos y 
	consumir a diario. 
	
	Aunque la conservación del bosque que por generaciones han 
	trabajado los mazahuas hoy sirve para llevar casi 20 mil litros de agua por 
	segundo a la capital (supuestamente para dotar a quienes no la tienen), una 
	cantidad semejante al despojo se desperdicia en el subsuelo de la ciudad. Es 
	el deterioro de los sistemas, el hundimiento irremediable de la ciudad por 
	su mayor extracción de agua subterránea, la rotura de tubos de distribución 
	y desagüe que mezcla aguas limpias y contaminadas. 
	
	Cuando el agua sí llega a los hogares de los habitantes de la 
	ciudad, está saturada de materia fecal, solventes, detergentes, pinturas, 
	químicos y metales pesados procedentes de viviendas, industria y comercio.
	
	
	 
	
	Millones de litros del agua residual del despilfarro 
	industrial y doméstico se arrojan al valle del Mezquital, en Hidalgo, donde 
	comuneros y ejidatarios ñahñú la usan para regar cultivos de maíz, calabaza, 
	chile o alfalfa que consumen ellos y los habitantes de la ciudad de México. 
	Así, ni urbanos ni campesinos tenemos acceso al agua o garantía de 
	sobrevivir. 
	
	El crecimiento y hundimiento del Distrito Federal aumentan su 
	necesidad de agua limpia y su desalojo de aguas residuales (desde y hacia 
	regiones cada vez más lejanas). Para bombearlas y transportarlas se volvió 
	indispensable un mayor consumo de energía eléctrica. Esto sirve como 
	justificación oficial para construir más represas, como La Parota, en 
	Guerrero, El Arcediano, en Jalisco o El Cajón y La Yesca, en Nayarit, 
	proyectos que despojan de recursos y cultura a los pueblos indígenas y 
	aumentan la emigración del campo a las ciudades mexicanas y a Estados 
	Unidos, donde, en calidad de jornaleros asalariados por la agroindustria 
	transnacional, producen (en semiesclavitud) alimentos que se exportan a 
	México a precios más bajos que los nacionales, arruinan la economía 
	campesina y, nuevamente, estimulan una emigración que desborda las ciudades 
	y destruye la capacidad ambiental de recuperar el agua. 
	
	 
	
	También cambió el modo de urbanizar el país: en las 
	periferias de sus ciudades crecen proyectos de urbanización salvaje que 
	incluyen, en un solo paquete, las miles de monstruosas unidades 
	habitacionales (casas Geo, Ara, Sadasi, Homex-Beta, Came, etcétera), que 
	impiden una vida humanamente soportable a sus habitantes. Proliferan 
	gasolineras, centros comerciales transnacionales (Wal-Mart, Costco, Sam's), 
	carreteras de cuota, antenas para telefonía celular y las llamadas "tiendas 
	de conveniencia" (Oxxo, 7-Eleven, Waldo's, Extra), que superexplotan a sus 
	empleados, aniquilan el pequeño comercio establecido y ambulante, imponen la 
	modificación de los patrones de consumo de la población, generan millones de 
	toneladas de basura (plásticos, envases, baterías eléctricas, papel y 
	residuos orgánicos) arrojada sin miramientos en terrenos inadecuados y a 
	cielo abierto (barrancas, ríos, lagunas, lotes baldíos), envenenando más el 
	agua, la tierra y el aire. En Alpuyeca, Morelos y en Tlalnepantla, estado de 
	México, existen dos basureros cuya operación, en los últimos 30 años, ha 
	matado de cáncer a decenas de pobladores y enfermado a muchos más. 
	
	
	 
	
	La crisis ambiental y social de la ciudad de México y la 
	"corona de ciudades, municipios y pueblos" que la rodean es un espejo de la 
	crisis en la relación entre campo y ciudad. Si ya era desventajosa para el 
	campo, tras 25 años de neoliberalismo es casi catastrófica para campo y 
	ciudad. Para "solucionar" la crisis, al gobierno y los empresarios 
	nacionales y transnacionales no se les ocurre sino privatizarlo todo y 
	convertir las áreas rurales que circundan las ciudades en gigantescos 
	basureros, confinamientos químicos peligrosos o incineradores que rebasan el 
	entendimiento ambiental de las autoridades locales y niegan toda oportunidad 
	de que la gente opine o decida su propia vida. La agresión que supone 
	privatizar el agua es parte de un ataque general contra toda la población 
	porque su control privado posibilita acaparar todos los recursos naturales y 
	producidos. Desde esta óptica, la reproducción de la comunidad rural se 
	considera un estorbo. 
	
	 
	
	Uno a uno, los elementos privatizadores se entretejen y 
	expresan en los cambios a leyes, normas, reglamentos y procedimientos, en 
	las contrarreformas agraria de 1992 e indígena de 2001, las leyes forestal, 
	minera, de aguas nacionales, de bioseguridad, y otras. En programas y planes 
	de un falso combate a la pobreza (Oportunidades) , de control de los 
	productores agrícolas (Procampo), de pago por servicios ambientales, de 
	ordenamiento "ecológico" del territorio o la certificación de tierras 
	(Procede y Procecom). En la reorganización neoliberal de instituciones de 
	gobierno, del nivel federal (la Comisión Nacional del Agua), al municipal, 
	con los organismos operadores de agua potable y saneamiento. En un alarmante 
	deterioro de la calidad de vida, la sustentabilidad ecológica, económica, 
	social y política de las regiones. Peor aún, en la criminalización de todas 
	las luchas que se oponen a la corrupción generalizada de autoridades y 
	partidos políticos en abierta u oculta complicidad con narcotraficantes, 
	jerarcas de la iglesia y empresarios. Se trata de perseguir, golpear, 
	amenazar, encarcelar y asesinar a quienes deciden defender su derecho al 
	lugar en que viven. 
	
	 
	
	Por todo el país surgen movimientos populares que enfrentan 
	la voracidad empresarial, la corrupción gubernamental y la desinformación 
	ciudadana. Como la embestida del capital tiene cohesión, la resistencia 
	social debe ser integral. Es indispensable construir información crítica de 
	los aspectos de regresión legal y erosión económica, social, política y 
	cultural provocados por los planes privatizadores, el intercambio de 
	variadas experiencias organizativas contra esta expropiación, y la 
	construcción de alternativas colectivas autogestionarias y democráticas: de 
	ellas dependerá nuestra vida. Nuestras luchas deben considerar todas las 
	escalas (local, regional, nacional e internacional) , todas las dimensiones 
	(jurídica, económica, política, cultural y ambiental), todos los grupos 
	(indígenas, campesinos, obreros, ciudadanos, consumidores) y todos los 
	ámbitos de la agresión privatizadora (agua, tierra, aire, biodiversidad, 
	maíz, saberes y conocimientos) , para mejor defender a comunidades y 
	pueblos, la autonomía, la naturaleza, el territorio y la vida. Es vital 
	articular las luchas del campo y la ciudad, como ocurre dignamente en Oaxaca 
	y muchos otros lugares de México. 
	
	 
	
	Octavio Rosas Landa*
	
	
	Red Latina Sin Fronteras
	
	16 de enero de 2007
	
	 
	 
	*Miembro 
	del Centro de Análisis Social, Información y Formación Popular (Casifop)
	
	 
	 
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